Veinte pesos / Juan Antonio Calderón Ayala

Preparatoria Regional de Tala, 2014 B

Mi vida no ha sido tan buena y eso que apenas tengo doce años. Voy a la escuela sólo por complacer a mi mamá que trabaja de sol a sol sin despegarse de la máquina de coser. A veces no hace de comer, no porque no tiene tiempo, sino porque no alcanza el dinero para comprar comida.
     En la escuela me señalan por no tener uniforme nuevo, sino que me lo hayan dado. Mi mamá conoce a la vecina, quien tiene un hijo mayor que yo pero se fue a los Estados Unidos en busca de un mejor futuro.
      No aprendo. Pienso y pienso en todo menos en la clase. Mi mamá quiere que yo sea un gran profesionista, pero así cómo.
      Hoy me levanté con una gran desesperación al oír a mi hermano mayor responderle a mi madre con voz fuerte y enojada. Le dice que está cansado de la pobreza y que se irá de la casa con un amigo. Me ganó el coraje. No podía asimilar que, siendo el mayor, a pesar de ser un holgazán y bueno para nada, le dijera eso a mi madre sólo porque no le dio veinte pesos para quien sabe qué. Ante todo esto, yo le dije que se fuera y no regresara.
      Al salir de la secundaria, un tipo alto de mirada fija me dijo que me daría veinte pesos si llevaba una mochila al coche rojo que estaba a la vuelta de la esquina. Yo acepté. Al final me hizo una observación y me dijo que tenía que correr luego de que me asegurara de que la mochila y las personas estuvieron en el carro.
      Entre las personas que entraron iba un bebé. No me importó de lo que se trataba ni lo que la mochila contenía. Por fin corrí y durante ese momento, sin voltear, escuché una gran explosión. Volteé; el auto estaba en llamas y las personas se quemaban en vida, pero yo estaba feliz por mis veinte pesos.

 

 

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