Música lejana / Evelyn Esparza López

Preparatoria Regional de Tala, 2014 B

Se dirigía sola a su casa como de costumbre. Era una hermosa noche de octubre en la que la luna estaba llena y tenía una extraña tonalidad amarilla. Pasaban de las diez de la noche y ella casi corría a su casa. Pensar que vivía en una de las partes más alejadas de la ciudad y recordar la oscuridad que invadía sus alrededores le erizaba la piel. Negó con la cabeza. No pasaría nada. Nunca le había pasado nada.
     Sacó el celular de su bolsillo seguido de sus audífonos. La música siempre la hacía relajarse. Seleccionó, o más bien, reprodujo una canción al azar y se dejó llevar por el ritmo de la misma.
     Al alejarse del ajetreo y de aquellas luces fluorescentes y pálidas del alumbrado público de la ciudad, se percató de que su sombra se veía un poco diferente a la luz de la luna: más larga, más deformada, más perturbadora… Tonterías, pensó ella, y siguió su camino deprisa mientras la música de su celular se continuaba reproduciendo.
     Conforme iba caminando, notó algunas irregularidades en su sombra aún más terroríficas. Creyó ver que de sus dedos salían unas garras y que el perfil de su nariz se volvía un tanto grotesco. Su mente estaba ensimismada en su sombra y en la música que no se dio cuenta de que había pasado la vereda para entrar a su casa. Miró a todas direcciones para tratar de ubicarse en medio de aquel camino de tierra y árboles que crecían hasta el cielo. El sitio le producía escalofríos. Frotó sus manos y sus brazos en un intento por entrar en calor. Regresó sobre sus pasos y el camino se volvió familiar. Sonrió sintiéndose triunfante y a la vez aliviada.
     Justo en donde el camino se dividía en dos, había un hueco enorme entre las copas de los árboles que dejaban paso a aquella extraña luz que provenía de la luna y que estaba incluso más grande. Su mirada se clavó justo en aquel cuerpo celeste y se sintió hipnotizada. Durante unos segundos que parecieron eternos no le despegó la vista, hasta que un aliento gélido en su nuca la hizo volver en sí. Su piel se erizó, sus pupilas se dilataron y un temblor incontrolable empezó a invadir su cuerpo.
     Giró su cabeza y cuerpo a ambos lados para mirar atrás. Nada. Bajó su mirada al suelo y algo parecía faltar, pero, ¿qué era? Un gesto de pánico deformó sus facciones al darse cuenta de lo que era: su sombra. No tenía sentido. Trató de buscar respuestas a tal fenómeno, pero no encontró nada. Algo en su mente le decía que se fuera de allí inmediatamente, pero ella no se movía y sólo podía sollozar.
     Cubrió su rostro con sus manos y, al retirarlas, sintió que todo volvía a la normalidad. Miró el suelo una vez más, allí estaba su sombra. Suspiró y emprendió el camino a casa. No había avanzado ni diez metros cuando su vista se vio atraída por su sombra de nuevo. ¿Qué era eso que estaba detrás de ella? ¡Oh, Dios mío!
Unas garras afiladas como cuchillos la tomaron de los brazos y comenzaron a desgarrar su piel. Luchaba, pero no sabía contra quién, o mejor dicho, contra qué. Ella gritaba con todas sus fuerzas, pero era inútil, nadie la escuchaba. Una risa burlona que no parecía humana comenzó a producir un eco dentro de su cabeza. Un último grito desgarrador. Su vida comenzó a apagarse mientras la música en su celular se continuaba reproduciendo.

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