Leer a Pessoa [fragmento] / Jerónimo Pizarro

Pluralidad

La pluralidad de la obra de Fernando Pessoa —que también puede ser entendida como la pluralidad de su creador— es responsable, en gran medida, de la atracción que desde hace décadas viene desencadenando la obra pessoana, como si de un abismo se tratase, como si por medio de ella nos asomáramos al abismo del ser. «¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?», pregunta Jorge Luis Borges, sugiriendo la ausencia de un dios original responsable por la creación. Y Pessoa, que podría haber sido esa instancia generadora en el caso de sus creaciones, parece responder a Borges al afirmar que «el dios que faltaba» no fue él sino Alberto Caeiro, por él mismo concebido. Ahora bien, si Caeiro, que fue inventado, es el «Dios detrás de Dios», Pessoa, su inventor, pasa a ser una creación de Caeiro y deja de ser posible llegar a una instancia suprema, puesto que ésta o no existe o es sólo una invención de todas las otras. Así, Pessoa afirma haberse vuelto un discípulo de Alberto Caeiro, tal como Álvaro de Campos, otra creación de Pessoa, nos dice que tanto él como Ricardo Reis y Alberto Mora sólo se transformaron en lo que realmente valía la pena ser luego de «pasar» por Caeiro, «por el pasador de aquella intervención carnal de los dioses». En esta ocasión no me interesa discutir la verdad histórica de la ficción, pero sí admitir, con Wallace Stevens, que la poesía es la ficción suprema, y aceptar la verdad poética de la génesis de los tres heterónimos de Fernando Pessoa (Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis), pues creo que esta ficción, compuesta por cada una de la ficciones individuales llamadas heterónimos, o «pessoas (personas)-libros», es responsable de esa atracción ejercida por la obra pessoana sobre todos nosotros.
      De este modo, lo que me propongo es analizar tres lecturas posibles de la obra en cuestión, tres formas críticas de abordarla que, en mi opinión, van a seguir trazando los caminos por los que los lectores llegan a esa obra. Evocando a Pirandello, diría que Pessoa puede ser visto como uno, ninguno o cien mil. ¿Quién ha construido una persona más indivisa? ¿Quién ha militado a favor de un vacío más? ¿Y quién defiende a un poeta más múltiple? Estas páginas se dedicarán a responder estas preguntas. Hoy, que seguimos debatiendo el número total de dramatis personæ inventadas por Pessoa, creo que conviene retomar la clásica cuestión planteada por Jacinto do Prado Coelho: ¿unidad o diversidad?
      Yendo al encuentro de esta interrogación, que no creo que vaya a perder actualidad mientras existan los estudios pessoanos, voy a atenerme a tres obras clásicas que, en mi opinión, representan bien las tres perspectivas críticas antes citadas: Diversidade e unidade em Fernando Pessoa (Diversidad y unidad en Fernando Pessoa, 1949), que presenta a un Pessoa más unitario; Aquém do eu, além do outro (De este lado del yo, más allá del otro, 1982), que defiende a un Pessoa con menos existencia; y Pessoa por conhecer (Pessoa [Persona] por conocer, 1990), que revela a un poeta más diverso. Naturalmente, me remito sólo a estas tres obras y no a las muchísimas otras posibles, con el fin de simplificar el análisis, pero también porque cada una de ellas se afirmó como un marco crítico en su momento histórico. Hoy es justo recordarlas y proponer un esquema de lectura con base en sus presupuestos, que hasta podría ser mucho más complejo, pero que, para los objetivos de este ensayo, no es absolutamente necesario que lo sea. Al fin y al cabo, el punto de partida está constituido por tres vectores —uno, ninguno y cien mil—, que definen un conjunto de coordenadas bastante amplio. Antonio Tabucchi, por ejemplo, refiriéndose a Pessoa, solía hablar, como tantos otros críticos, a través de oxímoros: Una sola multitudine (1979) o Un baule pieno di gente (1990).
      En Diversidad y unidad en Fernando Pessoa, escrito entre 1947 y 1949, Prado Coelho traza un retrato de las seis individualidades poéticas de Fernando Pessoa (Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Fernando Pessoa lírico, Fernando Pessoa autor de Mensaje, Álvaro de Campos y Bernardo Soares). El Pessoa de Prado Coelho es un Pessoa radiante, pleno, luminoso como un cuerpo celeste. No es un astro entre astros, ni un planeta aislado, sino el propio sol de un determinado universo; de ahí que la crítica portuguesa pueda corroborar, a modo de conclusión, «la existencia de una personalidad única, verdaderamente inconfundible», y dejar en claro su genialidad.
      Prado Coelho pretendió, en suma, «descubrir la unidad psíquica en la polimorfia»; insistió, en un acto de fe, en la existencia de «un núcleo de personalidad una», «un denominador estilístico insofismable», oponiéndose a las invectivas de Campos contra el dogma de la personalidad en Ultimátum (1917) y, finalmente, no aceptando como verídicas algunas afirmaciones de Pessoa, el «insincero verídico», con que el escritor trató de distinguir de sí mismo sus figuras soñadas. Prado Coelho se resistía a aceptar la ficción de las ficciones pessoanas y, aunque Pessoa dijo que era el menos existente de su creación, el crítico se aferraba al puerto seguro o a la tierra firme de «una unidad psíquica básica», a la cualidad misteriosa de un mundo único y original, propio del genio, y a los «rasgos lingüísticos comunes»   de la obra pessoana, que incluso fueron corroborados en un ensayo de estilística léxica, en 1969, a través de un análisis computacional.
      Pessoa deja de ser Pessoa, alguien que existió —voy a abstenerme de decir «realmente existió»— entre 1888 y 1935, y se convierte en una miríada de figuras, en una gran escenografía y en el nombre de una nueva galaxia. Como poeta proteico o poseído, Pessoa deja de ser el paciente artesano de una obra, para dar lugar al medium de figuras no por entero suyas, que lo usaban como vía de acceso al mundo. Prado Coelho, con alguna irritación («Pessoa habría generado a Campos como las hembras dan a luz a los hijos»), insiste en una visión diferente de la poesía y del poeta, no como inspiración y rapto de un ser excepcional, de origen platónico, pero sí como artífice de un ser uno y único. Proteger a Pessoa de la disgregación fue la fórmula de Prado Coelho para amurallar al genio pessoano, genio más por su unidad que por su capacidad de despersonalización, considerando el crítico que ésta sería «muy relativa».
      (Paréntesis: pensemos en el llamado disco de Newton, que mostró que la luz blanca del sol está compuesta por los colores del arcoíris:  para demostrarlo, Newton hizo girar velozmente un disco con esos colores que, pasados ​​unos segundos, formaron, juntos, el color blanco. Mientras que el color negro es la ausencia de todos los colores cuando no hay luz, el blanco contiene todos los colores que podemos ver, pues está constituido por todas las longitudes de onda del espectro visible. Una doble posibilidad: podemos ver a Pessoa dividido en muchos colores, o indivisiblemente blanco, dependiendo de si el disco está fijo o en rotación. Pero se trata de una ilusión. Otra posibilidad: podemos imaginar a Pessoa como un prisma que refracta, refleja y descompone la luz en los colores del arcoíris. Pero, en ese caso, él no sería la fuente de luz, sino un medio transparente).
      Leyla Perrone-Moisés —que fue alumna de Roland Barthes— publicó en 1974 un ensayo en la revista Tel Quel, «Pessoa personne» (Pessoa [Persona] nadie), ensayo que serviría de base a su libro Aquém do eu, além do outro, publicado en el mismo año de la primera edición del Libro del desasosiego (1982). Su ensayo puede ser considerado equivalente a «La mort de l’auteur» (1968), de Barthes, en el campo de la bibliografía personal —una especie de «La mort de Pessoa»— y su libro es, paradójicamente, una de las mejores introducciones al Libro del desasosiegoEl objetivo de Leyla Perrone-Moisés era «estudiar por qué y cómo Pessoa es nadie; pero, principalmente, mostrar cómo ese nadie se hizo alguien, cosa de que el propio poeta llegó a dudar». El segundo objetivo tal vez se haya desligado del primero, ya que en el ensayo de 1974 encontramos afirmaciones más sonoras y radicales, que en los capítulos posteriores («Pessoa personne» abre el libro de 1982) fueron siendo matizadas. En ese ensayo, Perrone-Moisés, después de citar la nota biográfica mecanografiada por Fernando Pessoa en marzo de 1935, declara que «Fernando Pessoa “él mismo” no existió», y que a pesar de que los críticos le intentan imponer las fronteras de un sujeto unitario que representase a un sujeto «verdadero», Pessoa fue el centro no-ocupado de un círculo giratorio (casi, como decía Claude Lévi-Strauss, el punto ciego de una constelación cósmica o de un conjunto de mitos), y, por tanto, un «sujeto estallado en mil sujetos, para convertirse en un no-sujeto», un efecto de lenguaje, un punto de convergencia y divergencia de sus múltiples identidades. Esta visión de Pessoa, que casi tachaba el traductor de letras comerciales del centro de Lisboa, el transeúnte enigmático de algunas fotografías en blanco y negro, era radical y sugería que Pessoa, como sujeto, se había perdido y se había transformado —dicho con sus palabras— en un «vacío-persona», en un ser que se había anulado a sí mismo y ya no podía regresar a un yo unitario después de multiplicarse en «otros yos».
      Comprendió la necesidad de subrayar una valencia menos negativa de su trabajo y la urgencia de apegarse menos a las propias palabras de Pessoa, que tienden a llevarnos por los caminos del vacío, de la ausencia, de la inexistencia, del despojamiento, de la pasividad, de las heridas y del sacrificio. Defendió la existencia de una inversión: «La poesía de Pessoa es la reverencia de nadie en Alguien, del “discurso vacío” en “discurso pleno”». Ese Alguien, con mayúscula, nacía, pues, de la poesía, de la creación poética de ficciones, del recurso al imaginario para suprimir el vacío del sujeto y la brecha del deseo, en términos lacanianos. Redención parcial, característica de la crítica de la época, aunque no exenta de verdad: después de la muerte del autor nos quedan, por encima de todo, sus textos, y éstos son nuestro principal medio para esbozar una persona. En este sentido, para Perrone-Moisés, el día a día de Pessoa fue menos su vida que su obra: «para Pessoa, lo cotidiano fue su poesía, y el cuerpo se desencarnó, cifrado en los rastros de tinta sobre el papel, atestiguando indefinidamente su imposibilidad de sentirse real y entero». No sorprende que más tarde haya surgido, en la vertiente crítica más interesada por las cuestiones de género y de sexualidad, la necesidad de «corporalizar» a Pessoa, aunque esta tendencia haya insistido en devolver «el cuerpo» al escritor portugués casi exclusivamente a través del análisis de su sexualidad y sus «otros yos». Pero Perrone-Moisés fue prudente cuando recordó que el «vacío-persona es puntual y constantemente habitado de afectos», que la poesía pessoana es un «canto, melodía y ritmo» y que éstos «son los rastros de un cuerpo deseante».
      Los libros de Jacinto do Prado Coelho y Leyla Perrone-Moisés son más teóricos que el tercero que me propongo aquí abordar: Pessoa por conhecer (Pessoa por conocer, 1990), de Teresa Rita Lopes, que también fue alumna de Roland Barthes, como Perrone-Moisés, pero nunca se inclinó por una aproximación a la literatura a partir de la teoría. Confieso que podría haber elegido otro libro —uno que defendiera que Pessoa fue un esquizofrénico, como O caso clínico de Fernando Pessoa, de Mário Saraiva, por ejemplo, pero no sólo no creo en el diagnóstico de esquizofrenia, como no considero necesariamente la multiplicidad de Fernando Pessoa —que escribió «Seamos múltiples, pero señores de nuestra multiplicidad»— como un síntoma patológico. El libro de Saraiva y el de Lopes son contemporáneos y lo que interesa notar hoy, retrospectivamente, es que mientras Saraiva quiso explicar el heteronimismo a partir de un diagnóstico clínico, Lopes vino a demostrar que no teníamos todavía una noción clara de la magnitud de ese fenómeno. El nombre de Pessoa es una legión, para usar la expresión de los evangelios, pero ¿cuántos entes forman esa legión? Antes del estudio de Teresa Rita Lopes, se creía que serían unos veinte; después de ella, la cifra total superó los setenta y, más tarde, superaría los cien. En 1966, António Pina Coelho, después de nombrar las cartas y visiones atribuidas a un tal señor Pantaleón, propuso la siguiente «lista de heterónimos y subheterónimos»: «Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares, C. Pacheco, Doctor Abílio Ferreira Quaresma, Vicente Guedes, António Mora, Chevalier de Pas, Alexander Search, A. A. Cross, Charles Robert Anon, Pero Botelho, Caesar Seek (variante de Alexander Search, que traducido al portugués es Alexandre Busca), Dr. Nabos, Fernando Summan (?) (Fernando Pessoa, since Summan (?) = Some one = Person = Persona), Jacob Satan, Erasmus (?), Dare (?)». La lista mezclaba personajes de ficción con autores ficticios y contenía algunas impresiones, pero ya dejaba prever que Pessoa era un mundo por conocer. A estas figuras, Pina Coelho agregó otras tres, en Os fundamentos filosóficos da obra de Fernando Pessoa: el Barón de Teive, Jean Seul y Carlos Otto. De hecho, se le habían escapado estos personajes, en particular el Barón de Teive, que Maria Aliete Galhoz ya había revelado en 1960 en la edición de la Obra poética de la editorial Aguilar. En 1977, Teresa Rita Lopes dio a conocer otros tres nombres: Thomas Crosse, Raphael Baldaya y Charles James Search , y finalmente, en 1990, presentó su célebre lista de setenta y dos dramatis personæ. Es a ella, principalmente, que debemos la imagen de Pessoa como un dramaturgo múltiple; recordemos que, en 1985, cinco años antes de Pessoa por conhecer, Lopes publicó un libro-escenario, Le théâtre de l’être, donde desdobló y puso en diálogo los monólogos individuales de Pessoa y sus «otros yos».
      En su libro, Teresa Rita Lopes nos ofrece esta imagen de la obra pessoana: «La obra de Pessoa es una inflorescencia, una caléndula de sombras-personajes. Si yo le arrancara un pétalo y lo analizara meticulosamente, hasta con un microscopio, no por eso llegaría a conocer la caléndula. Estudiar por separado éste o ese heterónimo, éste o ese tema o aspecto de Pessoa, y deshojar la caléndula para sólo clasificar uno de los pétalos. Por eso me aplico desde hace mucho tiempo a reconstituir el conjunto en que cada ser-pétalo participa». Y después de esta declaración de principios, añade: «la novela-drama-en-gente está constituida no sólo por los monólogos de cada personaje y por su interacción, sino también por los hilos narrativos que los congregan en una única red. Y una tela tejida a varias manos, un cuento contado a varias voces [por] seres de esa “pequeña humanidad” de que Pessoa afirmó ser el “centro”, o, en otras palabras, “el corazón de nadie”». En resumen, Lopes imprimió un mosaico y, para armarlo, utilizó los retazos o fragmentos textuales atribuibles a cada personaje, con la intención de demostrar que, en esa tela narrativa total, el universo pessoano, como una caléndula, se abría y brillaba en todo su esplendor. Pessoa era múltiple, pero era una flor, una galaxia, una sinfonía, y sería, por lo tanto, equivocado mirar sólo los árboles y no ver el bosque, o ver el bosque y no ver la vida que se desdobla bajo las copas de los árboles.
      En mi opinión, la multiplicidad de Pessoa reside menos en su multiplicidad real, por así decirlo, en el hecho de haber forjado ciento y tantas figuras —lo que no es excesivo, si pensamos que la labor se desarrolla por más de treinta años— para su multiplicidad póstuma y para la que no es posible elegir sólo un libro que la caracterice. En ese sentido, para concebir a una persona como cien mil, tal vez sea menos útil pensar en Pessoa por conhecer u O caso clínico de Fernando Pessoa que en todos los centenares de libros que se han escrito sobre Pessoa, que un día se convirtieron en mil y que tal vez lleguen a miles o a millones. Creo que Pessoa ha sido múltiple, pero también que nosotros —los críticos, sus lectores— lo seguimos multiplicando y desdoblando de forma exponencial; y que cada día su auténtica y definitiva multiplicidad es ésta, ante la cual la otra, la verdadera, se va haciendo pequeña. ¿Qué representa una persona que fue ciento treinta y seis personæ ante un Pessoa traducido a decenas de idiomas, leído en incontables países y citado por millones de personas? Permítanme dejar esta pregunta en suspenso —ya que es más una incitación a la reflexión que una pregunta— y volver al principio. Pessoa es, a lo sumo, una multiplicidad de «Pessoas» que es constantemente multiplicada.
      Creo que Fernando Pessoa fue y no fue uno, ninguno y cien mil. Creo que históricamente fue uno, el hombre que nació en 1888 y murió en 1935, aunque en ese lapso de tiempo haya vivido muchas vidas; creo que, literariamente, fue uno y ninguno, porque optó por atenuar su identidad autoral para asumir las de sus personajes; y creo que póstumamente es ya cien mil y quizá millones o cientos de millones, si tuviéramos en cuenta, sobre todo, la dimensión maciza de su presencia en internet. ¿Quién es Pessoa? Ésta es una cuestión que desde hace años se vienen formulando los lectores pessoanos (y este adjetivo, pessoano, me parece hoy propio de la literatura fantástica). Y cada lector ha dado, al menos, una respuesta a esta cuestión básica. Que lo diga José Paulo Cavalcanti Filho, que deseó escribir su Casi autobiografía con la voz de todos los demás lectores, incluyendo la de Pessoa, en un gran mosaico afín a otros que le son anteriores: «¿Qué retrato de sí mismo pintaría a Fernando Pessoa si, en vez de poeta, hubiera sido pintor? Ciertamente no un cuadro, solamente. Muchos. Por eso tantas veces, y de tantas maneras, se intentó definir ese que trató de ser espectador de la vida, sin mezclarse en ella: como un ángel marinero, un desconocido de sí mismo, un extraño extranjero, un extranjero lúcido de sí mismo, un hombre que nunca existió, un sincero mentiroso, un insincero verídico, esfinge proponiendo el enigma, narciso negro, laberinto, sistema solar infinito, galaxia, poeta de la depresión, poeta de la mansarda, poeta de la hora absurda. Hombre del Infierno, como en lat curiosísima definición de Eduardo Lourenço, si creemos en Dante. En todos los casos reconociendo que la dimensión de la obra excede este “barco abandonado, infiel al destino”, que es su vida. António Mega Ferreira constata: Como poeta, él está por encima de lo humano; como hombre, vive por debajo de lo normal. En una conversación, Cleonice Berardinelli me confesó que tenía la sensación de que, cuanto más se acerca a Pessoa, más él escapa».
      Se nos escapa a todos. Es más nuestro porque seguimos construyéndolo. Es menos nuestro porque cada vez es de más personas.

 

Posdata: Pessoa imaginó la invención del «futbol de mesa» y del «críquet con tablero» (Pittella y Pizarro, 2017, pp. 193-197) y en la Casa Fernando Pessoa, en Lisboa, existe hoy un juego plural de futbolito: once Pessoas desafían a João Gaspar Simões, al arco, Adolfo Casais Monteiro y Eduardo Lourenço en la defensa, Arnaldo Saraiva, Mário Sacramento, José Blanco, Jorge de Sena y Fernando Guimarães en el centro, y Jacinto do Prado Coelho, José Augusto Seabra y David Mourão Ferreira como delanteros.

Traducción del portugués de Renato Sandoval Bacigalupo

       Véase al final del poema «Ajedrez», de El hacedor: «Dios mueve al jugador, y éste la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías?». Jorge Luis Borges, Obras completas, Emecé, Buenos Aires, 2005, t. 2, p. 203.

      En un valioso ensayo sobre Alberto Caeiro, Maria Irene Ramalho recupera un verso famoso del poema viii de El guardador de rebaños: «Elle es la Eterna Creanza, el dios que faltaba…». («“O Deus que faltava”: Pessoa’s Theory of Lyric Poetry», en Fernando Pessoa’s Modernity Without Frontiers. Influences, Dialogues and Responses, ed. de Mariana de Castro, Tamesis, Woobridge, 2013, pp. 23-35). Los manuscritos caeirianos pueden ser consultados en la página de internet de la Biblioteca Nacional de Portugal (bnp): http://purl.pt/1000/1/alberto-caeiro/index.html

      «En torno a mi maestro Caeiro había, como se habrá desprendido de estas páginas, principalmente tres personas: Ricardo Reis, Antonio Mora y yo [Álvaro de Campos] […] Y todos nosotros tres debemos lo mejor del alma que hoy tenemos a nuestro contacto con mi maestro Caeiro. Todos nosotros somos otros, es decir, somos nosotros mismos en serio, desde que fuimos pasados por el pasador de aquella intervención carnal de los Dioses». Fernando Pessoa, Prosa de Álvaro de Campos, ed. de Jerónimo Pizarro y Antonio Cardiello, colaboración de Jorge Uribe, Ática, Lisboa, 2012, p. 101; y Obra completa de Álvaro de Campos, ed. de Jerónimo Pizarro y Antonio Cardiello, colaboración de Jorge Uribe y Filipa de Freitas, Tinta-da-china, Lisboa, 2014, pp. 459-460.

      «Dentro de mi mester, que es el literario, soy un profesional en el sentido superior que el término tiene; es decir, soy un trabajador científico, que a sí mismo usted no le permite que tenga opiniones extrañas a la especialización literaria, a la que se entrega. Y el tener ni ésta, ni aquella opinión filosófica a propósito de la confección de estas personas-libros, tampoco debe inducir a creer que soy un escéptico». Fernando Pessoa, Livro do desassossego, ed. crítica de Jerónimo Pizarro, incm, Lisboa, 2010, t. 1, p. 447.

      Recordemos una de sus novelas más famosas: Uno, nessuno e centomila, de 1926.

      Jacinto do Prado Coelho, Diversidade e unidade em Fernando Pessoa, Verbo, Lisboa,
      1991, p. 12.

      Es interesante notar que Prado Coelho desdobló a Pessoa en Fernando Pessoa lírico y Fernando Pessoa autor de Mensaje, lo que nos permite sospechar que podría haberlo desdoblado también, más allá de la lírica y de la épica, en Fernando Pessoa autor de Fausto, por ejemplo, si el Fausto hubiera sido publicado antes de 1949. Véase la edición del Fausto preparada por Carlos Pittella (Tinta-da-china, Lisboa, 2018).

     Prado Coelho, op. cit., p. 73.

      Ibid., p. 122.

    Adolfo Casais Monteiro, Fernando Pessoa. O insincero verídico, Inquérito, Lisboa, 1954.

    Prado Coelho, op. cit., p. 152.

    Ibid., p. 159.

    Ibid., p. 165.

    Perrone-Moisés, op. cit., p. 66.

    Fernando Pessoa, Eu sou uma antología: 136 autores fictícios, ed. de Jerónimo Pizarro y Patricio Ferrari, Tinta-da-china, Lisboa, 2013, pp. 654-656.

    Perrone-Moisés, op. cit., p. 12.

    Según Lévi-Strauss, el mito crece como una espiral, pues cada versión es ligeramente distinta de la anterior; y la configuración del conjunto formado por un mito y sus diferentes variantes, después de algún tiempo, se asemeja a una nebulosa en la cual «las partes centrales revelan organización en tanto que la incertidumbre y la confusión siguen reinando en el contorno». Claude Lévi-Strauss, Mitológicas, t. 1, Lo crudo y lo cocido, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, p. 13.

    Perrone-Moisés, op. cit., p. 21. La fuente es un texto incluido en Páginas íntimas y de autointerpretación (textos fijados y prologados por Georg Rudolf Lind y Jacinto do Prado Coelho, Ática, Lisboa, 1966, p. 60), fechado por los editores cerca de 1915, que cito después de cotejar el original: «¡Quedaré el infierno de ser yo, la limitación Absoluta, Expulsión-Ser del Universo lejano! Ni quedaré Dios, ni hombre, ni mundo, mero vacío-persona, infinito de Nada consciente, pavor sin nombre, exiliado del propio Misterio, de la propia Vida. Habitaré eternamente el desierto muerto de mí, error abstracto de la creación que me ha dejado atrás. Arderá en mí eternamente, inútilmente, el ansia estéril del regreso a ser».

    Ibid., p. 4.

    Ibid., p. 73.

    Anna Klobucka y Mark Sabine, Embodying Pessoa. Corporeality, Gender, Sexuality, University of Toronto Press, Toronto, 2007.

    Perrone-Moisés, op. cit., pp. 104-105.

    Teresa Rita Lopes, Pessoa por conhecer, Estampa, Lisboa, 1990.

    Mário Saraiva, O caso clínico de Fernando Pessoa, Referendo, Lisboa, 1990.

    Fernando Pessoa, Sensacionismo e outros ismos, ed. crítica de Jerónimo Pizarro, incm, Lisboa, p. 241.

    António Pina Coelho, «Algumas peças de ficção ainda inéditas de Fernando Pessoa», Brotéria, vol. 83, núm. 10, Lisboa, octubre de 1996, pp. 332-343.

    António Pina Coelho, Fundamentos filosóficos da obra de Fernando Pessoa, Verbo, Lisboa, 1971, t. 1, p. 64.

    Teresa Rita Lopes, Fernando Pessoa et le drame symboliste. Héritage et création, Fundação Calouste Gulbenkian / Centro Cultural PortugueÌ‚s, París, 1977, pp. 266-283.

    Teresa Rita Lopes, Fernando Pessoa: le théaÌ‚tre de l’eÌ‚tre. Textes rassemblés, traduits et mis en situation, La Différence, París, 1985.

    Lopes, Pessoa por conhecer,op. cit., t. 1, pp. 171-172.

    En un texto sobre Fernando Pessoa y Antonio Machado, Jorge Wiesse recuerda que Paul Ricoeur, en Soi-même comme un autre, al hablar de la identidad, señala que en latín se expresaba este concepto por medio de las palabras idem e ipse: «Para Ricoeur, la identidad idem presupone una especie de permanencia del sujeto en el tiempo; a la inversa, la identidad ipse no implica ninguna aserción concerniente a un pretendido eslabón en lo cambiante de la personalidad. La identidad idem corresponde al concepto de miseria; la identidad ipse, al concepto de ipseidad […] Un autor ipse es, por lo tanto, un autor que renunció a su identidad autoral (o la relativizó, la atenuó) para asumir sus personajes, que, como las fantasías shakesperianas de Pessoa y de Machado, son las voces del hombre, su propio monólogo». (Jorge Wiesse, Otros textos: apropiaciones, 1989-2009, Universidad del Pacífico, Lima, 2010, pp. 291-292). Véase otro ensayo de Jerónimo Pizarro sobre Pessoa y Machado en Alias Pessoa (Pre-Textos, Valencia, 2013).

    José Paulo Cavalcanti Filho, Fernando Pessoa: uma quase-autobiografia, p. 85. Record, Río de Janeiro, 2011. Cada segmento en itálicas remite a palabras ajenas; las primeras (Qué retrato de sí mismo pintara…) son de José Saramago: http://caderno.josesaramago.org/36890.html

    «Este Libro del desasosiego es un texto que Fernando Pessoa nunca tuvo, físicamente, frente a los ojos […] Así es sólo por eso siendo de él es aún más nuestro de lo que normalmente son otros textos suyos […] de una caoticidad textual empírica, aunque condicionada por la intención expresa de Pessoa (cuando existe), los editores hicieron un libro. Que no fuera por eso, suscitaron un desasosiego semántico y hermenéutico que nunca más lo dejará». Eduardo Lourenço, «O Livro do desassossego, texto suicida?» (1984), en Fernando Rei da Nossa Baviera, incm, Lisboa, 1993, p. 84.

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