Grafí­as del recuerdo / Jonathan Alexander España Eraso

Lunes

La noche sopla en la ventana. Una sensación de fuga estalla en lo oscuro. Creo escucharte. Palabras de marfil caen en este lugar. De rodillas, tejo con mis miedos tu presencia. Sólo me queda la cavidad del sueño. Los ojos de tu recuerdo me alumbran. Labro tus carencias. Estoy al borde de tu cuerpo que prolonga el abismo. ¿Qué me queda? Un animal indefinible que despedaza el reverso de mi historia. Se vuelca otra vez lo inescrutable, la rasgadura, el dolor.

Martes
El fondo se agranda, se disuelve lo quebrado. Mi alma sobrevive sin orillas. Me rodean los cuervos que destiñen la penumbra. Creo que me sueñas. El amor negro se hunde con la pesadez del cielo. Nos ahogamos. En los ojos abiertos, se revela el testimonio de la inquietud. Mis labios piden por tu remota transparencia.

Miércoles
Sé que no podrás comprender lo que me pasa, pero me hundo en las entrañas abiertas de lo que llueve. Tus gestos desprendidos de la noche aún viven en mis heridas que bordean la levedad del lamento. No creas que te olvido. Sólo recurro al agua insomne que devela un lugar de piedra para nuestros silencios.
Jueves
¿Cómo te recuerdo? Te lo diré: te recuerdo como un libro en el que ya nada se escribe. Te recuerdo como una casa en el desierto. Te recuerdo como el osario de la aurora. Te recuerdo como un paraíso vacío. Te recuerdo como la guerra de las cosas que sostienen el invierno. Desde estos recuerdos y otros más, brillas y te dilatas. En todos los sentidos, apuntas hacia el niño desalado.

Viernes
La tempestad se refleja en tu rostro incierto. Por eso, no olvido que en el hueco de tu huida huelo el trueno que destroza el navío, huelo el fuego de la incertidumbre, huelo el naufragio de tus adentros.

Sábado
Te miro desde mi brasa blanca y te sé un ser fluvial que se hunde en las comisuras del recuerdo. En tu eco, se adormece el alfabeto de las sirenas. En este lugar, escucho cómo tu espíritu torrencial se quiebra. Hay un dios mirándose en aguas lejanas. En la entraña de tu canto, en tus palabras acuosas, se alarga mi piel, que es el mar de tus horas negras.

Domingo
En mi ventana, hay un arcano abierto a tu rostro que asoma con la palidez del presagio. Él, o sea tú, me repite: «Extráñame para que los frutos del abandono sean desollados en el alumbramiento del ahogado». Luego te pierdes, como todos los domingos, entre aguas ajenas, para ser el instante que tiembla en el muelle.

Posdata: No creas que después de todo queda una simple despedida. Aunque la cuerda penda de la viga, el mundo, nuestro mundo, ya tiene el cuello roto.

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