Francisco Antonio León Cuervo / (Mazahua)

In memoriam † Francisco Toledo

 

Historia de un árbol

Pensé que estaría aquí por siempre,
ingenuo,
como un viejo deseo,
casi perfecto.

Quería estar solo,
tranquilo,
creciendo en la quietud,
lento y callado.
Imperceptible,
ligeramente opacado por la imagen del viento.

Porque no era extraño imaginarse inmenso,
no era extraño respirar,
querer ser grande y llegar al cielo.
Y no era extraño querer vivir.

Hay muchas cosas que pude desear
cuando fui pequeño,
pero por más que deseé,
sólo quise crecer.

Porque así parecía ser la vida
perdida en esa rutina inerte,
de la que no supe si el día
empezaba con la salida del sol,
o con la puesta del mismo,
y no entendí
por qué la vida empezaba para luego acabar
y volver a empezar.

Asechado siempre por esa paradoja
que el tiempo parece ignorar,
pasando ausente,
sin voltear,
sólo imaginándome absorto,
sin responder,
porque nunca tuve algo que preguntar
en ese presente que jamás transcurrió,
ni una duda que perturbara esa emoción compartida,
inundada de soledad.

Y de pronto,
apareciste helando el viento,
tan impaciente que el suelo se petrificaba a tu paso,
el tiempo dejó de ser tiempo,
deteniéndose aquí y allá,
por primera vez tuve miedo,
sin ningún lugar a dónde escapar,
porque todo parecía nublarse,
volviéndose un eco constante
olvidado en la espesa oscuridad de esta noche.

Otra vez me encontraba en la paradoja
lleno de incertidumbre,
sin nada que responder y tal vez todo que preguntar.
No entendí porque el tiempo empezó a terminar,
por qué las preguntas siempre llegan al final,
cuando ya no se pueden responder,
cuando ya todo se ha ido.

Y es difícil explicar si la vida nos pierde
o la hemos perdido.

Pregunté si la vida siempre era tan difícil.

Y respondió:

—No, es sólo que quizás soñaste demasiado.

Sólo quería quedarme aquí por siempre,
jamás quise morir,
me reusaba a dejar de ser esa imagen soñada,
hoy transparente,
apenas visible,
diluida en la inmensa quietud silenciosa
de esta noche.

Comparte este texto: