Ecos en la ausencia / Jorge Luis Herrera

Este rezo a solas, en ningún tiempo solo.
Esta sombría danza columpiada.
Daniel Téllez

Cielo del perezoso es el título del más reciente poemario publicado por el escritor Daniel Téllez, quien nuevamente pone de manifiesto su afán por experimentar con el lenguaje y, así, encontrar otras formas de asir su realidad.
    A través de este libro, escrito en prosa poética, Téllez dialoga consigo mismo; establece vínculos comunicativos con la tradición literaria que lo precede y en la que está inserto; adopta una postura crítica ante su entorno y frente al hecho poético; y evoca imágenes y recuerdos que le permiten cincelar parte de su original visión de la realidad.
    Las emociones subjetivas son los puntos de partida del autor, quien se vale de casi cualquier motivo para expresar sus impresiones y reflexiones. Los motivos tienen un carácter simbólico y son utilizados como vehículos de la subjetividad primigenia; éstos son, además, representaciones de situaciones, espacios o personajes particulares que conforman los «elementos concretos» sobre los que reposa el significado general de los poemas, pero se transmutan, remitiendo al lector a experiencias más abstractas y universales.
    Resalta la fascinación que Téllez manifiesta hacia la experimentación en la sintaxis y su espíritu vanguardista y arriesgado, pero partiendo siempre de la tradición literaria, evitando así, como el explorador que va bien preparado a una expedición, un destino fatal.
    Para aproximarse a Cielo del perezoso puede resultar útil poner atención especial en los títulos, pues en algunos de ellos el autor da claves que orientan la decodificación del texto; sin embargo, los títulos no se limitan a la función fáctica, sino que se mueven dentro de un universo simbólico; por ello muchos se tornan enigmáticos, lo que incita a que el lector tenga una disposición más activa frente a los poemas, que en ocasiones aparentan ser fragmentos de un diálogo inagotable.
    Respecto a los epígrafes y a los nombres de las secciones, éstos remiten a los motivos y a distintas actitudes frente a la poesía; también sirven como referencias temporales o espaciales, aunque, es preciso remarcarlo, tienen un carácter simbólico que orienta la mirada del lector hacia significados o elementos formales.
    Cada una de las secciones del poemario y de sus correspondientes epígrafes entabla una relación intertextual con diferentes autores y visiones de la realidad y la poesía; entre los poetas están, por ejemplo, el peruano Reynaldo Jiménez (1959), el mexicano Víctor Hugo Piña Williams (1958), el nicaragüense Carlos Martínez Rivas (1924-1998) y el español Leopoldo María Panero (1948); asimismo se vale de un fragmento de la canción «Signos» de Soda Stereo, la banda argentina de rock surgida en los años ochenta del siglo xx. Estos diálogos impregnan el significado del poema, aluden a la forma e inciden en los motivos y los tonos.
    En cuanto a las partes en que está dividido el libro («Acápite», «Bordón», «Dactilares», «Acertijos» y «Lifestyle»), podemos decir que todas poseen un sello particular. A continuación destacaré algunos elementos que podrían orientar su lectura.
    «Acápite», el nombre del primer apartado, significa «desde el principio», lo cual marca la pauta tanto de la sección como del libro.     Vale la pena subrayar el hecho de que los supuestos títulos de los poemas de este apartado están entre paréntesis y comienzan con minúscula, aspecto que adquiere relevancia si revisamos otra de las acepciones del término acápite: «texto breve, incluido después del título, que señala el contenido del texto que encabeza». Si utilizamos este concepto como punto de partida, podemos darnos cuenta de que los acápites otorgan pistas sobre el motivo de los poemas, que son abordados por medio de formas variadas como una postal, una tonada o una crónica, y evocan, valiéndose de un tono críptico, remembranzas o presencias específicas. Así, es posible encontrar, por ejemplo en «(quedarse en cuadro)», una especie de recuerdo fijo, doloroso, lleno de añoranza y resignación, que destaca por su fuerza expresiva: «Francamente no hubo consanguíneos. Jamás inauguramos la matatena. No latimos en la costilla del ajeno. […] En la vida. Sólo una aorta ingenua el área galáctica de un monouniverso. Una charada frena la alteración del destino, dictaban los crecidos: no hay hambre de quitar el hipo los fraternos son tan infecciosos. El libreto cerebral así lo quiso, escaló su tiempo. Siempre hay penuria. Se palpa fondo […]».
    «Bordón» es el título de la segunda sección, donde el ejercicio poético se centra en el beisbol como motivo generador. El mundo beisbolístico se convierte en el eje del discurso y, con un aliento lúdico, su autor desarrolla una serie de ingeniosos poemas que parecieran surgidos del pensamiento y del raciocinio, aunque esto no implica que carezcan de emoción. «Una casa en un parque» es un buen ejemplo de ello: «Una casa en un parque / Una casa llena en un parque lleno / Un parque es siempre un diamante / Unas colchonetas en la terraza / Un desierto en la antesala Un infierno / Florido Un punto expandido apenas / Un compás separado adentro / Adentro de la caseta donde el romance / Conyugal ha de barrerse […]».
    «Dactilares», el nombre del tercer apartado, remite al adjetivo digital, es decir, a aquello perteneciente a los dedos o a una impresión dactilar que, tras la lectura global de los poemas, podría sugerir el hecho de conocer y/o reconocer, a través del sentido del tacto, algunas situaciones, sitios o emociones tan particulares y personales como una huella digital. Los poemas de esta sección poseen cierto aire épico, donde el yo primero se sitúa frente al mundo «exterior» y luego lo aprehende a través de la palabra. «Dactilares» describe los periplos, imaginarios o reales, del yo lírico, quien evoca paisajes, lugares, sentimientos, sensaciones y actividades; por ejemplo en el texto titulado «Yodocono»: «avispamos por el día once una tríada de rocosas / peñas les citan / peñas que rematan la capilla que son de tributo / y con ellas retornó nuestro garbo postremo del miedo / último nos gusta recordarlo / filigrana senda / no digas autopista, taladra chocante, / como a pudor y añoranza / corea invariablemente […]». Los poemas de «Dactilares» están correlacionados y existe entre ellos una secuencia temporal, no sólo indicada por el orden en el que aparecen los textos en el libro, sino por la reiteración de elementos e imágenes como un ojo de agua, los paisajes montañosos o el constante movimiento del yo lírico, que comienza su viaje en Magdalena Yodocono de Porfirio Díaz, una región de la sierra sur de Oaxaca, y termina con el trayecto en automóvil rumbo a la Ciudad de México.
    «Acertijos» es el cuarto apartado. El epígrafe, tomado de una canción de Soda Stereo, indica el espíritu lúdico, lúbrico, irreverente e incluso sicalíptico de los poemas que precede. A través de éstos, el yo lírico reta al lector a acertar frente a los enigmas que propone, y sugiere un diálogo por medio de algunos cambios tipográficos y accidentes gramaticales. El espíritu de «Acertijos» lo marcan el tono, los tópicos y, en general, el lenguaje popular, que incluye albures, juegos de palabras y frases en doble sentido. Para ejemplificarlo transcribo un segmento de «Diferencial»: «El onanista cazador sabe al dedillo / dotar de hermosura cuanto mira. / Ora seráfico diferencial de mujer / ora buena percha / ora catar un mapamundi / en misa dominical de 9 am. / Me acuso aguijón de las muchachas. / Señor, despeja en nosotros la pretensión de la venida / de Cristo. Oración colecta. / Señor, despierta mi venida.     Oración de buena prensa […]».
    «Lifestyle» es la única sección conformada por un solo poema (de cuatro páginas). Éste se centra en la descripción y análisis de un estilo de vida cada vez más común en el siglo xxi: la sexualidad y la sensualidad canalizadas a través de internet y la tecnología. El yo lírico reflexiona e ironiza en torno a ese fenómeno; para ello recurre a la creación de originales términos e imágenes como: «esfínteres metálicos», «ciborg-fausto», «robocopulación» o «la raja mecánica». A continuación un fragmento de este poema: «la mujer indemniza / (extremosamente tecnopagana) / su software adulterado / acopla una entelequia darwiniana de fingimientos / ascenso armónico láser de inflexión posthumana / […] / Yo Stelare yo calabozo / avivado por la tecnoevolución confina de ginecodroide / ideal / de uso hombruno / espejo de las esposas que soy como arquetipos / del registro informático pródigo de mi Narciso / […] / proposición que culturiza la braveza del cuerpo / máquina / comportados androides del “living large” / ciñendo su mole biomórfico / en baboseos / así se tasa la atalaya pía / en una biósfera robótica / anverso al ornamento y el puño […]».
    Los poemas de Cielo del perezoso se distinguen por tener un lenguaje rico y variado, que incluye expresiones y palabras tanto «cultas» como «populares». Están presentes el dolor, el humor, el erotismo, la añoranza, la ironía, la curiosidad, la sorpresa, el juego, la cotidianidad… y muestra una visión de la realidad que se caracteriza por ser rica, interesante, críptica, intrincada, contundente y lúdica.
    Es necesario remarcar que Daniel Téllez rehúye a la escritura fácil, hecho que queda de manifiesto en todas sus obras, incluida Cielo del perezoso. Por ello el lector debe saber que, contrario a lo que dice el título, el libro demanda atención y exige un rezo solitario, concienzudo y dinámico; el lector perezoso no encontrará fácilmente la gracia para ingresar al cielo que ofrece este poemario, pero seguro que cuando lo logre será capaz de disfrutar de sus bondades.
    Por último, vale la pena hacer un breve comentario sobre el objeto-libro, pues Cielo del perezoso destaca también por su diseño amigable y original y por su cuidado editorial. Salta a la vista el hecho de que la edición se ajustó a las necesidades del propio libro y no al revés, como ocurre usualmente.

Cielo del perezoso, de Daniel Téllez. Bonobos / Conaculta, México, 2009.

 

 

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