X Finalista Luvinaria – cuento / Distancia por tiempos / Luis Garcí­a

X Concurso Literario Luvina Joven

Distancia por tiempos
Luis Humberto García López
Licenciatura en Letras Hispánicas, CUCSH

Uriel subió al auto. De nuevo era jueves. De nuevo Iván lo esperaba en la habitación de estilo americano. De nuevo observó su foto en la cartera. De nuevo deseó creer que no estaba solo. Mientras manejaba observó caer las últimas gotas de sol al asiento vacío del copiloto, y al entrar al túnel, aguantó la respiración. 
       El letrero de H O T E L lo recibió de nuevo, parpadeando, intermitente, como burlándose de él. La puerta sin seguro le anticipó que él ya había llegado. Dentro la luz roja que se deslizaba por las paredes lo aturdía y mantenía la habitación en semipenumbra. Brillas, le dijo Uriel a la mancha que lo recibió. Las sombras de los autos que pasaban se proyectaban en los escasos muebles de la habitación, omitiendo la figura de Iván, desertando rápidamente.
      -Bonito, aterrador y brillante -Continuó Uriel al no recibir respuesta. Se sentó al borde de la cama, dándole la espalda. Estaban a lados opuestos del colchón, y del universo mismo.
      -Te estaba esperando, nada de esto está de más, ¿verdad? 
      -Descuida, nada de esto te va a matar. 
      -Nunca es suficiente -Sentenció Iván, lentamente, saboreando cada silaba que salía de su boca.
      Las dos siluetas se silenciaron, sosteniendo la respiración, lado a lado, como si de una llamada telefónica se tratase, escuchando la omisión del otro, catando el silencio, la ausencia. Y de aquí a diez años será el silencio más cómodo que hayan tenido. 
      -Sólo quiero que te vayas a vivir lejos, o conmigo -Interrumpió Uriel. 
      -Pero yo ya vivo lejos. 
      -Sabes a lo que me refiero. 
      -No, no lo sé…
      -Ni siquiera yo sé lo que quiero decir, perdón, siempre me pongo muy nervioso, como si fuese la primera vez. Me dejas vaciado, algo que estaba en mí y ya no. Sólo un reflejo. Eres algo que debería de estar aquí -se toca las costillas con ambas manos -, pero no lo está. Algunos días veo tu nombre en el supermercado o tus pasos en la cotidianidad. A veces tu mamá me habla de ti y cuando le platico cómo me acechas se pone a llorar. Dice que no te ve desde hace mucho. Para ella no estás, pero para mí sí, te siento en cada esquina y en cada cuerpo.
      No hubo respuesta. Solo siguieron medio existiendo, y con cada respiro se les escapaba un poco de eso que llaman alma. La silueta de Iván se giró y Uriel lo siguió. El púrpura que lo inundaba todo caía por sus hombros desnudos y resbalaba por sus muslos. Uriel luchaba contra el rojo que apenas permitía que el rostro del otro se dibujara. Quería ver esas facciones ocultas que dijeron sentir algo, los rasgos que sólo apenas unos meses había olvidado. Alzó los dedos que deseaban encontrarse con una mejilla tibia, pero tocaron la nada. Entendió entonces el horror al vacío. No sentía remordimiento, porque al final de la noche seguiría ahí, esta vez no se iría, se quedaría y vería con Iván el canal de comida. 
      Uriel se quitó la ropa y se recostó, mientras un contorno de cuerpo lo imitaba, evitando tocarse de nuevo porque entonces moriría. Asfixiados entre las paredes del cuarto y mientras la temperatura aumentaba Iván emulaba sudar. Se esforzó por hablar, dijo algo sobre una película francesa, mientras Uriel miraba al techo, perdiéndose en las marcas calientes de la vejez, de lo que no se vivió. Vio el reloj en su muñeca, 5:45, pronto habrán pasado los cinco minutos, y entonces. El ventilador viejo seguía su larga marcha. “¿Y si todo esto que sentimos se apilara para cubrir el sol?” preguntó Iván. “¿Estás llorando de nuevo? ¿O es que sólo has estado durmiendo demasiado?”.
      -Lo único que me queda de ti es una fotografía y una habitación de hotel.
      Me pasa el brazo por los hombros y me ofrece uno de sus cigarrillos. Nos sentamos a fumar en silencio, mirando ambos hacia la distancia, en direcciones distintas. Esto es bonito, me dice. Le respondo sacando la Polaroid de segunda mano y presionando el obturador. Nuestras caras quedan grabadas casi para siempre en muecas aturdidas por el flash y estrellas de neón que no van a durar.
      ¿Y si todo esto se apilara para cubrir el sol?
      Y entonces un rostro se borraría de una fotografía instantánea.
      Y entonces mantente a salvo.
      Y entonces alguien te ama.  
      Y entonces podrías mirar a las estrellas.
      Y entonces no me gustan las estrellas y no sé dónde estás.
      Y entonces.
      Nada. 
      La luz que se colaba por la persiana lo escupió a la realidad. La televisión emitía ruido blanco y lo único que acompaña a Uriel era un vacío en la cama. No había nada, ni siquiera el típico hueco de un lecho donde ha dormido alguien. Él sabía que en algún lugar en ese asiento vacío de coche estaban juntos. Que no los habían separado. Que no lo había enterrado. Y la desesperación lo cubrió, lo abrazó, se le metió por los poros y se alojó en un corazón que se detuvo por un segundo o dos. Levantándose se puso los pantalones. Huyó de la habitación a pesar de saber que ahí estaría la siguiente semana. Y al cerrar la puerta deseó estar cerrando un pedazo de su memoria. 

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