Poemas / Alberto Spiller |
para Mon, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Primero fueron los ojos Aunque ella dijera que no. Al igual que esas cabezas que flotan como boyas en el espejo negro del mar; Aunque yo las puedo ver: tan reales y no, como tú. Anochece. Y en ese mechón de luz moribunda, colgado entre el mar y el cielo como entre la vida y la muerte, flotan esas cabezas que no son cabezas. Pero sus ojos están allí. Me voy a ir. No sé si es ella que está pronunciando esas palabras, o la luz bermeja que, a cada minuto, se va tornando sombra. ¿Desaparecerán también estas cabezas?
Después fue la boca Dos líneas encarnadas como lo pueden ser sólo algunos crepúsculos del trópico. Porque esa noche está segura que tampoco dijo nada, Pronto me voy a ir. Volteo y parece que es una de esas cabezas que me lo está diciendo. Ahora es ella la que habla. Si bien la curva de sus labios podría confundirse con la de las olas, húmedas y tercas, ya casi invisibles, si no fuera por esas cabezas que no son cabezas y que, no obstante, se mecen en el horizonte delgado como si estuvieran prendidas de una última y agonizante raya de día. Porque el mechón de luz se está haciendo más pequeño, morocho, tiñéndose cada vez más de lejanía. Y allí, puedo oírlas, bocas mudas. Si tus ojos lo que dicen es lo contrario... Bocas que besan y muerden, esconden y hieren, Y aunque tú no lo creas, lo que cuentan aquí es que ciertos días del año, cuando el cielo está nublado y el oleaje tranquilo, aparecen cabezas flotando. Que es algo normal, lo mismo que en algunas playas al atardecer brotan los jejenes o, en otras, el plancton llena de estrellas las olas y las huellas de los caminantes en la arena. Ojos que se asoman a la eternidad. Oscurece. |