Muerte y funeral de la hermana Alphonsa / Paul Zachari

Tan pronto como murió, la hermana Alphonsa suspiró aliviada y se levantó de la cama. Flotó ligera como un cardo sobre su cuarto de enferma y observó su cadáver.

      Otras monjas, sus compañeras, lloraban y rezaban sentadas alrededor del cuerpo. Con tristeza, cerraron los párpados que ella olvidó bajar cuando murió. La hermana Bernadette se limpió las lágrimas. Con un pañuelo, absorbió la transpiración de la muerte del rostro de Alphonsa.
      Ella sonrió. Atenderme fue una constante carga para ellas hasta hoy. ¡Pobrecitas! Aún después de mi muerte les doy más trabajo que hacer. Ahora tienen que bañarme y prepararme. Vestirme con un hábito recién lavado. Reunir un ramo de flores que pueda sostener en mis manos rígidas. Hacer una corona de papeles plateados para mi cabeza. Comprarme un ataúd.
      Alphonsa revoloteó como suave brisa a través de ellas. Besó a cada una de las hermanas. Umma! Umma! (1)
      Entonces, como haría un pájaro mojado, se sacudió la última molécula de vida que pesaba sobre ella y flotó despreocupadamente hacia la veranda. Desde ahí resbaló hasta llegar al patio.
      El sol de mediodía destelló en sus ojos y la encandiló.¡Jesús! ¡No puedo recordar cuándo vi el sol por última vez antes de hoy! La luz cegadora le dio sueño. Como si fuera una partícula más de esos rayos, ella también se desplomó sobre el fresco de la veranda y se desvaneció.
      Cuando despertó, estaba en su cuarto de enferma. No había nadie ahí. Su cama estaba cubierta con una nueva sábana blanca. Encima había un rosario, acomodado en forma de corazón, y junto a él descansaba una sola rosa. Todo tan limpio, ¡tan hermoso! Se rio de lo bien que se veía su habitación. Acarició su camita para renovar la memoria de sus manos, y voló sobre ella mientras susurraba: Oh, mi camita, mi amiga, por tanto tiempo soportaste mi cuerpo enfermo. Que el próximo que duerma en ti no sea enfermizo. Que tu carga sea más ligera.
      Repentinamente sintió la necesidad de verse una vez más. El cuerpo que me hacía una mujer fue lo que abandoné primero. Sin embargo, vino conmigo hasta tan lejos, siempre sintiendo dolor, siempre dando dolor. Mi amado, dijo Alphonsa a su cuerpo, no te he besado siquiera una vez. Tampoco te he visto completo. Cuando pensó en la soledad de su cuerpo en su muerte, una ola de tristeza rompió dentro de ella. Se dejó arrastrar por el sueño de nuevo.
      Cuando recuperó la conciencia, frente a ella yacía la sombra del jardín proyectada por ramas de diversas plantas y sobre todo por hojas de baniano. Su gallina favorita cacareó ansiosamente y llamó a sus polluelos. Éstos corrieron para adherirse a las patas de su madre. Entonces Alphonsa escuchó también el sonido que había asustado a la gallina: el repiqueteo de una campana. Paseó con la mirada por el patio. Del otro extremo, en la veranda del convento, su procesión fúnebre estaba casi lista para partir.
      El que hacía sonar la pequeña campana era Kuria (quien a menudo le había pedido que rezara por él para que pasara el examen de matemáticas). La movía de izquierda a derecha. Estaba parado en el verdadero jardín, que iluminaba el sol, y tañía la campana sin cesar: talán… talán… Alphonsa sonrió. Entonces viniste a hacer sonar la campana por mí, ¿no es cierto, Kuria? Acarició su rostro sudoroso con un viento. De pronto sintió el impulso de hacer sonar la campana ella misma, pero recordó sus votos y se controló.
      Cuando vio salir a Kunjamma y Thresia (las ayudantes de la cocinera) sosteniendo la cruz de madera y la sombrilla negra, Alphonsa se conmovió hasta lo más profundo de su ser. Las manos que me alimentaron en vida sostienen ahora mi cruz y mi sombrilla fúnebres. Besó esas manos con tristeza y agradecimiento. Después, llorando, se aferró a sus dedos.
      Pero cuando vio quiénes cargaban su ataúd, su aflicción se desvaneció. Tímida y feliz, soltó una risa minúscula como una semilla de mostaza. ¡Oh! ¡Si son mis hermanas las que me cargan personalmente al cementerio!. Desbordada de afecto, se acercó más a ellas. Mis amigas, ¿cómo puedo agradecerles su amor? Alphonsa sonrió. ¿Estoy muy pesada, hermanas? ¡Se cansarán y me tirarán antes de ll `egar al cementerio! Se abrió camino entre las portadoras de su féretro y les preguntó: ¿Debería ayudarlas a cargarme?
      Vio a su padre, a su hermana y a sus hermanos. Voló entre ellos, tocó a cada uno. Mi achachan (2), mi chechi (3), mis hermanos, ¡aquí está el beso de Annakutty para ustedes! Compartan mi felicidad, no lloren. Miró en los ojos cansados de su padre. Achachan, sonríe tú también, ¿quieres?
      Se sobresaltó al escuchar de improviso su propia voz: «Mi querido chetta (4), ese viejo paraguas que tenía se rompió la semana pasada…».
      Alphonsa miró atónita a su alrededor. ¿Quién es ésta? ¿Hay otro Yo aquí? ¿Otro Yo que no está muerto todavía?
      Escuchó que su voz seguía hablando: «Ahora ando por ahí sin paraguas. Aunque éste es un lugar montañoso, lluvioso y frío…».
      La memoria se revolvió en su interior como una neblina. Ella reconoció sus propias palabras y miró con remordimiento a su hermano mayor, que estaba parado detrás del ataúd. Dijo con tristeza: Mi más querido hermano, te causé muchas molestias cuando te envié esas cartas para pedirte dinero, ¿no es cierto? ¡Qué lástima! No debí temer a la lluvia. Querida hermana lluvia, pude haber dicho, no tengo paraguas. Y me hubiera empapado.
      Escuchó su voz de nuevo.
      «Como la escuela está un poco lejos, el trayecto se vuelve pesado cuando se recorre sin paraguas. La última vez que achachan vino, le conté que se me había roto. Tal vez no pudo conseguirme uno nuevo y quizá por eso no he recibido noticias de él».
      Alphonsa miró a su padre con insoportable pena. Mi achachan, también te causé muchas molestias. Aunque había dejado la casa para siempre, seguía aferrándome a todos ustedes con una mano. ¡Por favor, perdónenme!
      «Entonces, chetta, si pudieras darme dinero para comprar un paraguas, estaría muy feliz. Porque la carretera está muy agrietada y es difícil caminar junto a otra persona para colarme bajo la protección de su paraguas. Si puedes, por favor mándame al menos cinco rupias».
      Alphonsa lloriqueó mientras besaba las mejillas de su padre y de su hermano. Después, fatigada, se hundió en la estrella de papel plateado que había sobre su féretro.
      La procesión comenzó a moverse. Alphonsa acompañó su cuerpo al cementerio. Kuria tenía una expresión ausente y sacudía la campana como un sonámbulo: talán… talán… Alphonsa se sintió adormilada de nuevo, pero esta vez reunió toda su fuerza para alejar el sueño. ¿Está bien dormirme en mi propio entierro?
      Cuando la gente dejó los jardines del convento, una leve llovizna entró, cayendo a través de la luz caliente del sol. Las aflicciones de Alphonsa desaparecieron. ¡Shooo!, dijo. ¡Ah, lluvia!
      Al escuchar el tamborileo en la tapa de su caja, recordó cómo solía sentarse en la veranda de su cuarto de enferma. Desde ahí estiraba los brazos hacia afuera y extendía las manos para poder sentir las gotas. Soltó una carcajada y se dejó mojar. ¡Ya no necesito paraguas! ¡Tampoco volveré a caer enferma! ¡Ya no necesito dinero! ¡Shooo!
      La llovizna cesó. La procesión cruzó la carretera pública mientras una húmeda bruma que se alzaba del suelo elevaba consigo el olor de la tierra.
      Fue entonces cuando la hermana Alphonsa vio al padre Romulus. Se quedó parada, mirándolo fijamente con culpa y júbilo a la vez. Mi querido padre, ¿cómo no te había visto? La felicidad la llenó. Saltó hacia él y le dijo: Sabía que no te perderías mi funeral. Pero no te vi por concentrarme sólo en mis preocupaciones. Sopló las gotas de sudor que caían sobre su frente y agregó: Padre, ahora todo está bien con mi funeral.
      Le preguntó: Padre, ¿escucharías la confesión de una persona muerta? Si no, ¿con quién me confesaré ahora? ¿O no pecaré más? ¿Ya no tendré miedos y tribulaciones? ¿Quién me aconsejará ahora? La hermana susurró en los oídos del sacerdote: Oh, maestro querido a mi conciencia, ¡Umma! ¡Umma!
      Aunque lo intentó, no pudo contener su deseo de contar el número de personas que conformaban su cortejo. ¡Buen Dios! Hay dieciocho dolientes. Contándome a mí, diecinueve. Contándome a mí dentro del ataúd, ¡veinte! ¡Jaja! Tantos han venido a plantarme como semilla de arroz en el suelo húmedo de una fosa recién excavada en el nuevo cementerio. Sin poder contener su felicidad, dijo a su cuerpo: No temas, pequeña, vas a entrar en tierra fresca y rica que ha nutrido mangos, pimientas, bananas, jacas y camotes.
      Mientras el cortejo subía los escalones que llevaban a la iglesia, las portadoras jadeaban y sudaban. Alphonsa exclamó, preocupada: Mis queridas hermanas, ¿qué debo hacer? ¡Sigo siendo una carga, siempre! Por favor perdónenme una última vez.
      Cuando lo colocaron dentro del templo, Alphonsa fue a despedirse de su cuerpo. Bajo el forro negro del ataúd, que ahora se alzaba sostenido en sus cuatro esquinas por patas similares a las de una mesa, vio su propia cara. Estaba pálida.
      Parecía como si se hubiera quedado dormida de improviso. ¿No sabes que has muerto?, preguntó a su cuerpo. Sus dientes superiores estaban a la vista porque sus labios habían retrocedido ligeramente. Alphonsa sintió ganas de juntarlos para ponerlos como deberían estar. Pequeña, ¿no debieron cerrártelos cuando moriste como hicieron con tus ojos? Y entonces besó esos párpados, esos labios pálidos y esa frente expuesta. ¡Umma! ¡Umma! ¡Mi querida Annakutty!
      Fue entonces cuando notó una hebra de gris en el cabello que se ocultaba detrás de su oreja. Se sorprendió. ¡Buen Dios, he encanecido! ¡Con sólo treinta y seis años! Un relámpago de tristeza la atravesó. Lo dejó pasar. Abrazó su cuerpo y dijo: No importa, querida. No importa. Ahora, no nos importa nada.
      El padre Romulus terminaba su panegírico.
      «Bendito sea el convento en que ella vivió. Bendita sea esta aldea, Bharanganam, donde su cuerpo sagrado es puesto a descansar».
      Alphonsa sonrió con timidez. El padre está diciendo todo esto por afecto hacia mí. ¡Padre!, clamó, cuando me plantes en la tierra revuelta y fresca del cementerio, riégame con amor. Daré abundante cosecha. Como los tallos de grano, danzaré con el viento. Maduraré bajo el sol y esperaré la recolección.
      Nuevas manos vinieron para ayudar a las portadoras exhaustas a cargar la caja. El cortejo se movió del fresco interior del templo al patio repleto de aire y luz del día. Alphonsa vio la tierra roja que había quedado amontonada a los lados de la fosa como una pequeña cordillera. ¡Qué bonito!
      Las hermanas bajaron el féretro al suelo cerca de la tumba. Lloraban. Achachan lloraba. El padre Romulus se enjugaba el rostro. Alphonsa sintió un dolor tormentoso crecer en su interior. Llorando también, se movió nerviosamente como un plateado rayo de sol entre los que se lamentaban por ella y besó cada una de sus lágrimas.
      El entierro había terminado. Alphonsa se quedó parada viendo cómo se dispersaban los dolientes. Por fin, ella y su tumba se quedaron solas. Examinó las flores y las velas colocadas en los seis pies de largo que ocupaba el montón de tierra que era ahora su tumba. Sonrió.
      Y entonces, justo antes de derretirse en la luz del sol, Alphonsa miró hacia el cielo azul y las nubes y exclamó: ¡Oh! ¿Ahora quién me mostrará el camino al cielo?.

 

Traducción de Iván Soto Camba, a partir de la
      traducción del malayalam al inglés de Anupama Raju.

 

Nota:
      El autor reconoce y agradece al libro Alphonsammayude Likhithangal (Escrituras de la hermana Alphonsa), compilado por la reverenda Damianos, por las citas de la carta escrita por la hermana Alphonsa y también por los fragmentos del discurso del padre Romulus que se incluyeron en la historia.
      La Hermana Alphonsa (1910-1946), nativa de Kerala, fue canonizada en 2008. Su tumba está en Bharananganam, en el distrito Kottayam, en Kerala, India.
      Annakutty fue el nombre dado a la hermana Alphonsa cuando tomó sus votos.
      El padre Romulus fue el guía espiritual y confesor de la hermana Alphonsa.

1   Beso. (Todas las notas son del traductor).

2   Padre.

3   Hermana mayor.

4   Hermano mayor.

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