Hello Maya / Lalit Magotra

Un extravagante gorrioncillo vuela desde algún lugar, desciende sobre la rama de una higuera de Bengala de gran fronda que ha estado ahí durante siglos, despreocupada; el alboroto de sus colores y las notas dulces de su canto emanan alegría por todos lados, momentáneamente, antes de que el pájaro vuele a quién sabe dónde: así es como ha venido a mi mente esta historia. Aquí va.

Apeándose del auto, cerró la ventanilla. Al dar la vuelta, estaba a punto de alejarse, cuando llegó frente a él. Una mujer madura. Sonrió. Cuando sonreía, sus labios se inclinaban un poco hacia un lado, se distorsionaban levemente. Pero detrás de eso labios inclinados, destellaba una fila de dientes blancos. Inmediatamente, él reconoció la sonrisa que había vivido por tanto tiempo en su memoria. También él sonrió.
«¡Hola, Maya!».
«¡Hola, Shekhar!».
«No te habría reconocido de no ser por tu sonrisa».
«Si no hubieras sacudido la cabeza tan vigorosamente al bajar del auto, yo tampoco te habría reconocido. ¡Mueves la cabeza como si te estuvieras sacudiendo agua del pelo!»
«¿Cuánto tiempo ha pasado?».
«Como treinta años. ¿No?».
Ambos echaron a reír.
Una gentil brisa propagó la fragancia de los recuerdos del amor de juventud alrededor de ellos. «¿Vas a algún lugar en especial?», preguntó Shekhar.
«No, sólo estoy pasando el rato. No venía por aquí desde hace mucho tiempo. ¿Tú qué tal? ¿Vas a algún mandado?».
Por más que quiso, Shekhar no podía recordar la tarea que estaba cumpliendo. Se sorprendió de sí mismo. «Estoy libre, como un pájaro», dijo con ligereza. Extendió los brazos como si buscara emprender el vuelo. Maya carcajeó sonoramente y dijo: «Entonces, podemos volar juntos en el cielo azul».
Shekhar levantó la cabeza y miró al cielo. Se veía tan claro y azul como la mente de un santo Sufí: Un azul que le daba a su mente consciencia única de la profundidad que había percibido después de tanto tiempo.
Maya respondió: «A donde quieras. Lo divertido de volar está en el vuelo, y no en la dirección».
Shekhar rio. Abrió la puerta de su auto y dijo: «Entonces ven. ¡Te invito!».
El auto se deslizó por la superficie plana de la calle. Sonriente, Shekhar miró a Maya mientras conducía. Ella miraba hacia el frente, pero también sonreía. «¿Recuerdas la primera vez que te declaré mi amor?», preguntó él. Maya le dirigió una mirada inquisitiva y respondió. «¿Se puede olvidar una cosa así?».
Shekhar recordó el día. Había organizado una pequeña fiesta para algunos de sus compañeros, nuevos amigos de la universidad. Cuando todo mundo estaba ahí, había revelado que era su cumpleaños. Todos lo habían felicitado. Aprovechando la oportunidad de estar solo con Maya, le había preguntado medio en juego: «¿No me darás un regalo de cumpleaños?». Maya le había respondido inocentemente: «Vine aquí desprevenida. ¿Cómo habría sabido que hoy era tu cumpleaños?». Y él contraatacó: «Pero ahora lo sabes».
Maya había dicho: «Está bien. Te debo un regalo».
Después de ese incidente, siempre que veía a Maya le preguntaba: «¿No me das mi regalo?», y Maya le respondía con una sonrisa: «¿Cómo sabría qué te gusta?». Así siguió por muchos días. Un día, parado ante su puerta, cuando Maya llegó a su pregunta usual de «¿Cómo sabría qué te gusta?», él no terminó la farsa ahí. En vez de eso, recitó una línea de una canción famosa de Bollywood: «¡Teri pasand kya hai yeh mujh ko nahin khabar, meri pasand yeh hai ke mujh ko hai tu pasand!» (1).
Habiéndose tomado esa libertad, Shekhar ni siquiera se quedó para notar cómo había afectado a Maya. Simplemente había dado la vuelta y se había ido del lugar sin mirar atrás.
Conduciendo su auto ahora, seguía tarareando la misma canción, ¡teri pasand kya hai yeh mujh ko nahin khabar, meri pasand yeh hai ke mujh ko hai tu pasand!
Maya echó a reír de nuevo.
«¿Cómo te sentiste cuando me escuchaste hablar así por primera vez?», preguntó Shekhar.
«¿Pero cómo te sentiste cuando dijiste eso?», preguntó Maya de vuelta.
Se mantuvo callado por unos momentos y dijo: «Sí, vale la pena pensarlo. Decirle a alguien que la amas, o escuchar de quien amas, discretamente, que te ama también, eso sería intoxicante».
«No me has respondido cómo te sentiste cuando me dijiste de tu amor por primera vez», persistió Maya.
«No sentí mucho en esa ocasión, excepto el duro latir del corazón». En un instante de reminiscencia, añadió: «Es así. No experimentas dolor ni placer en el instante en que una cosa te está pasando. El presente es tan impaciente que pasa a la memoria en el instante en que apenas has dicho la “p” de la palabra. No puedes ni siquiera experimentar algo en un momento tan breve y fugaz. El sabor dulce o amargo de la experiencia viene hasta que el incidente ha sido relegado al montón de los recuerdos. El momento en que te dije estas palabras, ese momento pasó de inmediato. Pero por mucho tiempo después, la euforia inducida por lo que dije ante ti me mantuvo dando vueltas en el aire, volando alto y más alto en el cielo, hasta que me sentí mareado».
Shekhar estacionó su auto afuera de un hotel, y luego de subir las escaleras, ambos se sentaron en las sillas del balcón. Desde ahí podían ver el valle, atravesado por un río serpenteante, que se extendía en la distancia; una delgada y ligera bruma azulada y aterciopelada, que se entretejía en la brisa gentil, y filas y filas de montañas al fondo. Como lo ordenó Shekhar, se sirvieron medallones de pollo y crujientes saag-pakoras —que seguían siendo la colación favorita de Maya— con café caliente, humeante.
Shekhar lo encontró delicioso. Llamó a un mesero elegante y alto, y le dijo: «Yar, tu comida de hoy es excepcionalmente deliciosa. ¿Cambiaron al chef o están probando nuevas recetas?».
El mesero, cuya cara parecía hecha para sonreír, dijo: «Nada por el estilo, señor. El chef es el mismo y las recetas son iguales. Todo es lo de siempre».
Mirando a Maya, la sonrisa del mesero se volvió más radiante y dejó su mesa contento, eufórico.
Con mucha delicadeza, Shekhar puso su mano sobre la de Maya en la mesa y le preguntó: «Maya, ahora tú dime. Cuando dije que te adoro, ¿cómo te sentiste?».
Maya contempló el valle brumoso y dijo: «Para decirte precisamente cómo me sentí las palabras no serían suficiente. Pero puedes recordar que estaba en el primer escalón de la puerta de mi casa cuando lo dijiste. Sabía que dirías algo por el estilo el día que me preguntaste en privado. Callada, esperaba que esto ocurriera. Ese día, finalmente lo dijiste y luego te fuiste. Me quedé parada ahí, viendo tu figura al alejarse. Luego entré. Sentí que mi casa tenía una capa nueva de pintura, vi que las hojas en los floreros se habían puesto más verdes y las flores más brillantes, y hasta me sonó mucho más dulce la canción de Vividh Bharati, vi lo brillantes y hermosos que eran los ojos de la mucama Baghadi que limpiaba nuestros utensilios: pensé en cuánto valía la pena vivir la vida».
Luego Maya volteó la cara hacia Shekhar y colocó su otra mano sobre la de él.
Mirando los ojos fulgentes de Maya, a quien la luz dorada del atardecer había vuelto traslúcida, Shekhar dijo: «Cuando el amor florece en tu pecho por alguien, la creación entera otorga la capacidad de experimentar su máxima belleza en esa persona. También yo sentí que al amarte, amaba a todas las personas que había conocido hasta entonces».
Shekhar tomó un sorbo de café. Se rio entre dientes por algún viejo recuerdo. Apretando levemente la mano de Maya, dijo: «¿Maya, recuerdas ese incidente, cuando buscamos a un ladrón en la oscuridad de la noche?».
Maya preguntó con cara de confusión: «¿Cuál incidente?».
«Querida, el mismo, cuando al escuchar un ruido a medianoche, el sirviente de tu vecino hizo un gran escándalo de que un ladrón había entrado a tu casa. Todo el vecindario, incluyéndome, salió con antorchas encendidas en las manos y buscó por hora y media al ladrón. ¡Pero no era ningún ladrón! ¿Quién más había hecho tanta alharaca sino yo cuando salí por tu ventana?».
Shekhar rio en voz alta. «El vecindario entero había llegado al punto de formar un comité de vigilancia para prevenir los robos. ¿No lo recuerdas?».
Maya dijo sonriente: «Estás equivocado. No puedo recordar dicho incidente, y no vivías en mi vecindario».
«No, eres tú quien ha olvidado. Tu gente se cambió de casa y rentó la que estaba junto a la nuestra».
Maya mantuvo su expresión divertida. Al ver esto, Shekhar dijo, «Ahora, no me digas que no recuerdas el día que llamé a tu papá para pedir tu mano».
La sonrisa de Maya tenía ahora un leve tinte de travesura. «¡Muy bien! Ahora tú dime qué ocurrió. Quizá pueda yo recordar». Miró a Shekhar con curiosidad. Shekhar explotó en carcajadas de nuevo, y mirando también traviesamente a Maya, comenzó: «No tenía las agallas de hablar con él. Mis amigos Joshi y Slathia encontraron la forma de hacer algo. Había un bar en el bazar donde empieza la calle hacia tu casa. Ahí me llevaron, y me hicieron tomar un vaso de whisky. Pero a la mitad del camino, se me fue la valentía. Me dieron otro trago, y me empujaron hacia tu casa. Pero eso tampoco fue suficiente. Para ese punto, ya no podía sentir la diferencia entre tu casa y la de tus vecinos. No podía sentir nada, de hecho. Abyectamente aturdido, apenas y logré timbrar en tu puerta. Fue tu padre quien abrió la puerta. Al verlo, parado frente a mí, me incliné al instante a tocar sus pies como lo había planeado. Me incliné tanto que me caí al suelo. Tu padre trató de levantarme, pero yo estaba demasiado borracho…». Shekhar rio de nuevo, y Maya también.
Shekhar añadió: «A la fecha, no sé qué tanto tuviste que sufrir por ello».
Maya respondió sonriente: «¿Por qué habría de sufrir yo? Estás confundido. Nunca fuiste así a mi casa. No había un bar cerca de mi casa».
El júbilo de Shekhar decayó un poco. «¿Cómo puede ser que no haya visitado tu casa?».
Disfrutando la situación, Maya rio sonoramente y dijo: «Debes haber ido con alguien más. Tan borracho como estabas, quién sabe con el padre de quién te inclinaste».
En la cara de Shekhar, el asombro sustituyó a la risa. Preguntó: «¿Pero recuerdas el día en que pretendiste haber perdido el sentido y ahogarte en la playa de Goa y traté de revivirte con respiración de boca a boca?».
Maya respondió: «No, no recuerdo eso».
«¿Y cuando te pasé una carta de amor dentro de un sándwich y te lo comiste todo?».
Maya dijo de nuevo: «¡No!».
Confundido, Shekhar preguntó: «¿Me dices la verdad? ¿No recuerdas nada?».
Maya dijo: «No es culpa de mi memoria. Nada de esto pasó conmigo. Puede ser con otra chica u otras chicas. ¿Cómo podría recordarlo yo?».
El predicamento de Shekhar se volvía ansiedad rápidamente. Al percibir esto, Maya sofocó una risa. «Pero, Shekhar, ¿Realmente recuerdas todo esto?».
Shekhar asintió y dijo: «Con certeza».
Maya dijo: «Bien, si así lo recuerdas, entonces no importa que nadie más lo recuerde, o no. Tú vives tus propios recuerdos, y no los de nadie más. Si está en tus recuerdos, es verdad para ti. No te preocupes».
Shekhar sentía que Maya tenía razón. Miró por un rato el valle que se extendía ante él y bebió a profundidad su intoxicante brisa. Luego exclamó: «¡Qué vista tan espléndida!».
Maya preguntó: «¿Vienes aquí diario?».
Shekhar respondió: «No».
Maya inquirió sorprendida: «¿Por qué no?».
Shekhar respondió: «Estoy ocupado con otras cosas».
Maya preguntó con mayor sorpresa: «¿Puede haber algo mejor que ver el espectáculo de este valle?».
Shekhar se preguntó a sí mismo y dijo: «Quizá no».
Maya dijo después de un rato: «Debemos tener una vista mejor desde la azotea».
Shekhar llamó al mesero sonriente y le preguntó dónde estaba la escalera a la azotea.
El mesero dijo: «Mire, ahí está frente a usted». Vieron que, efectivamente, frente a ellos colgaba una escalera hecha de gruesas cuerdas de colorida seda. Advirtiendo la curiosidad de Shekhar, el mesero dijo: «El hotel la tiene especialmente para los huéspedes que quieren ver el valle desde arriba».
Ambos dejaron sus sillas y caminaron hacia la escalera. Maya iba al frente. Se pescó de la escalera y comenzó a ascender. Apenas había subido tres o cuatro travesaños cuando se le soltó la cuerda sedosa. La escalera quedó lejos de su alcance. ¡Pero qué ocurría entonces! En vez de caer al suelo, Maya comenzó a volar hacia el valle, y luego, como un pájaro, se desvaneció por completo en la bruma. Shekhar no podía hacer nada sino mirar.
Shekhar se sobresaltó. El clamoroso claxon de un vehículo lo había traído de vuelta. Estaba parado junto a su auto, había cerrado la ventanilla hacía solo un momento. Una de sus manos seguía en la manija de la ventana del auto. La mujer de mediana edad se acercaba a él apenas, con la familiar sonrisa.
Shekhar le dijo: «¡Hola, Maya!» .
La mujer le preguntó a su vez: «¿Hain?».
Shekhar dudó un poco. Le preguntó: «¿Eres Maya?».
Le respondió: «No».
Shekhar agitó la cabeza por hábito. Pero la mujer no dijo: «¡Hola, Shekhar!».
En sus ojos él no vio ningún indicio de reconocimiento.

Traducción de Héctor Ortiz Partida, a partir de la traducción
del dogri al inglés de Suman Sharma.

  1   «No sé quién te gusta a ti; lo que me gusta es que tú me gustas a mí » . (N. del T.).

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