Raúl Zurita y su argumento en Un mar de piedras / Silvia Eugenia Castillero

«Mis libros siempre los entendí como una estructura, no como una colección de poemas, sino como una estructura donde importa la construcción interna, el cómo se dibuja, cómo se arma y cómo se relaciona el uno con el otro, como los eslabones de un edificio, de una represa o un megaproyecto», afirma Raúl Zurita en Un mar de piedras, libro que el fce tuvo a bien publicar. Luego agrega: «También poder faltarle el respeto a los soportes, si la hoja del libro no basta para dar cuenta de lo que sientes, de lo que quieres decir, pues ocupa otros soportes, el cielo, el desierto, las cumbres de los Andes. Pero pasó lo que pasó, no fue una decisión, fue la vida…» (pp. 64-65).

      Y es justamente de la vida de lo que trata este libro, del entramado de eventos y vivencias en que el poeta chileno ha pasado sus días y de los cuales ha surgido su poesía.
      Una biografía no explica la obra de un escritor, pero saber los entresijos del itinerario de una vida nos proporciona, como lectores, un andamio que nos acerca no al texto literario, sino a la parte humana del artista. No para entender sus textos, sino para comprender su transcurso humano, que finalmente es lo que nos va dando el sentido de leer literatura: hundirnos en nuestra propia complejidad a partir del viaje al que nos llevan esas vidas y esos lugares recónditos y el sentido de esas mociones, donde se instalan las piezas literarias.
      Sin embargo, la poesía es inexplicable. Un mar de piedras es una especie de transcurso biográfico que se acerca tanto a la materia poética que reconoce y se detiene justo en el umbral de lo verdaderamente impenetrable. Permite así que el lector ingrese a la zona fronteriza y ambigua entre el imaginario literario y su concreción formal, el límite donde las palabras se transforman en otra cosa y ocurre la metáfora, la metamorfosis.
      Héctor Hernández Montecinos se dio a la tarea de revisar trescientas entrevistas en diarios y revistas que Zurita ha dado a lo largo de los años, y les dio una continuidad y una lógica. Las despojó de lo banal y muy circunstancial para dejar lo medular y así tejió una historia ocurrida tras bambalinas. Una historia que es un pensamiento. Un pensamiento que es una poética. Una poética que da cuenta de una ética.
      Hernández Montesinos afirma que lo que ha hecho ha sido «Una literal performance de escritura» (p.10): la única voz que escuchamos es la de Zurita.
      En la escena, entonces, aparece el niño que se queda sin padre y sin abuelo con un par de días de diferencia, y su vida con una madre que trabajaba para ganarse la vida, y una abuela italiana, «la adoración de mi vida» (p. 20). El italiano fue el idioma de la infancia.
      Aunque su destreza era hacia los números y en efecto estudió ingeniería, «siempre tenía en alguna parte esta idea del poema, una cosa como una palabra rara, extraña» (p. 25).
      Después, por los años setenta, cuando el golpe de 1973 y después de estar preso, «se habían roto todos los espacios públicos, todas las instancias de concertación o diálogo. Yo estaba solo, atravesando por un periodo extremadamente difícil, y en un momento tuve la curiosa intuición de que la única forma posible de vida que se me ofrecía era intentar releer mi propia experiencia» (p. 110). Entonces surge la escritura de Purgatorio, «Para mí significó la nueva posesión de mí mismo… todo lo contrario a lo que podía ser la locura» (p. 111).
      Aunque Raúl define como los dos pilares de la poesía chilena, muy distintos pero complementarios, a Neruda y Parra, ninguna de esas poéticas servía para dar cuenta del quiebre absoluto, histórico, político, psicológico, social, emocional, que significó el golpe en Chile. Así que Purgatorio fue la búsqueda formal para expresar lo que sentía. Dice el poeta: «En Purgatorio la estructura es simétrica. Tiene un centro y lo que está al comienzo está reflejado en la segunda mitad… cada una de esas partes tiene que funcionar como una estructura autónoma… como el inconsciente. En Purgatorio hay un enorme esfuerzo por recuperar una identidad… no es un yo que está establecido, sino que es un yo que busca una unidad. Es un yo plural» (p. 123).
      Después viene Anteparaíso, en los ochenta. «Me sujeté los ojos abiertos pegándome los párpados con telas adhesivas y me lancé amoníaco puro. Después de hacerlo, terminé en un hospital. La fuerza del instinto fue más fuerte y alcancé a cerrar los ojos haciendo saltar las telas adhesivas, pero el vapor del amoníaco puro me asfixió. Tenía los párpados quemados, pero al abrirlos me di cuenta de que veía» (p. 131). Así comenzó la escritura del libro, para unir la herida existencial con un cuerpo herido. «Cuando tú trabajas en arte, en escribir o lo que sea, se suspende la vida… Es el texto el que toma la decisión sobre tu vida, o sea, el texto es el que crea tu vida y no a la inversa. No es el creador el que crea su vida, sino que es el texto el que configura a su creador» (p. 132).
      La primera mitad de los años noventa abarca el proceso de creación de La vida nueva hasta su retorno de Italia como agregado cultural, y la segunda mitad es una lectura del Chile de la transición y sus vicios políticos, económicos y sociales.
      Años después, en esta década, llega la obra Zurita y su consagración como una de las voces poéticas que conforman la topología de la poesía chilena, junto con Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán, Enrique Lihn, Jorge Tellier, Óscar Hahn, Carmen Berenguer, Elvira Hernández, etcétera. Una voz singular que ha traspasado las fronteras de su país, constituyéndose como una voz necesaria en la poesía de América Latina.
      Zurita dice de Zurita: «Todos al escribir somos esa K de Kafka. Al leer K, veo esa vida, real entre las palabras y entiendo que la obra de Kafka, más que desarrollar unos relatos, lo que construyó es un escenario para una vida, la de quien escribe, y donde nosotros, cada lector, al leer somos la trascendencia de esa vida, el cielo que soñó, como lo sueñan todos aquellos a quienes les cuesta vivir, todos aquellos desdichados, llorosos, incompletos, que aunque sea sólo con la mente le escriben una carta a su padre. El Zurita que aparece desde el inicio en todo lo que he publicado es esa K».
      Un mar de piedras significa asistir a eso que María Zambrano llama conformar una vida humana mediante un argumento.

Un mar de piedras, de Raúl Zurita, ed. de Héctor Hernández Montecinos. Fondo de Cultura Económica,
      Santiago de Chile, 2018.

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