Carla Pais / El tiempo respira en la boca del hombre

Entre los dedos rutilantes de tierra y el pliegue central del cuerpo que duerme,

las mañanas frías tocan la punta del hueso,
todo se deshace en una luz cortada bajo la cama de fierro.
En el suelo callado se venga una grieta de aire
o un río enano que inunda un fragmento de la piel
del rostro o del pie —entonces, el tiempo respira en la boca del hombre,
del nombre del hombre
que duda de la hoja, de la línea de la hoja, de la tinta de la hoja.
Pero el hombre sopla,
remata la punta natural del fruto
y Dios se adormece bajo la imperfección de un poema absoluto,
como se adormecen las putas en el rescoldo de un fuego
o de un bolso vacío.

 

Las muertes por contar

Háblame de la vida antes que el tiempo le recorra el rostro y que                                                                [los árboles sucumban
a las altas llamaradas.
Blancas. Inmensas.
Y de la voz, los antiguos verbos – notables en el remate del sonido
cuando el silencio avanza por el suelo, mucho antes de la campana
sólida y opaca
decir las primeras notas de la pauta:
Maestro hambriento de muertes por contar,
rasgando telas que aparecen en la boca que dice.

 

El extraordinario código del mundo

Esa clara hoguera de humo oscuro eriza en el rostro,
trae el retrato de un dios entero tosiendo
y yo tengo tantos otoños dentro de la molécula orbital
que los bosques todos sólo alcanzan la ropa sucia de la cama.
Después pienso en cómo el corredor de la casa es pequeñito para guardar todos los libros,
y sobre la mesa más libros,
una grupo de líneas avanza contra mis ojos turbios,
y el poema que espera soberbio entre la costilla y el hombro,
adormecido en el extraordinario código del mundo; cae                                                            [desfallecido en mis brazos
como un hijo parido antes de la última luna. Me dicen entonces que el mundo
siempre fue un agujero donde irían a caer los hijos, pero yo sólo tengo el poema
y la tos del dios lamiéndome la anemia de los huesos. Los hijos no son míos,
son libros que no caben en el corredor de la casa.

 

El mundo es tan antiguo

El mundo es tan antiguo y no sé por qué se plantan las raíces de los                                                 [árboles tan lejos de la mirada,
tan lejos de las manos, tan cerca del semen de la tierra:
¿será que la tierra tiene sangre limpia corriendo en los caminos que el río enlodó?
Y los hijos,
mis hijos que conspiraron en el cantero de las orquídeas,
de manos extendidas hacia la llama del fuego que arde en el       recuerdo
porque
la hoja afilada cortará los besos de la memoria perdida y mis arrugas serán sólo restos
de quedar fuera,
placenta muerta en los dolores de un parto lejanísimo.

Versiones del portugués de José Javier Villarreal

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O tempo respira na boca do homem
Entre os dedos rutilantes de terra e a dobra central do corpo que dorme, / as manhãs frias tocam a ponta do osso, / tudo se desfaz numa luz retalhada sob a cama de ferro. / No chão calado vinga uma fenda de ar / ou um rio anão que inunda um fragmento da pele / do rosto ou do pé — então, o tempo respira na boca do homem, / do nome do homem / que hesita a folha, a linha da folha, a tinta da folha. / Mas o homem sopra, / remata a ponta natural do fruto / e Deus adormece sob a imperfeição de um poema absoluto, / como adormecem as putas no rescaldo de um fogo / ou de um bolso vazio.

As mortes por dizer
Fala-me da vida antes do tempo lhe acontecer no rosto e das árvores sucumbirem às labaredas altas. / Brancas. Imensas. / E da voz, os verbos antigos — notáveis no remate do som / quando o silêncio avança no chão, muito antes do sino / sólido e opaco / declarar as primeiras notas da pauta: / Mestre faminto de mortes por dizer, / quebrando teias ocorridas na boca que dita.
O disforme código do mundo
Essa clara fogueira de fumo escuro arrepia no rosto, / traz o retrato de um deus inteiro a tossir / e eu tenho tantos outonos dentro da molécula orbital / que os bosques todos só alcançam a roupa suja da cama. / Penso depois em como o corredor de casa é pequenino para guardar todos os livros, / e sobre a mesa mais livros, / uma camada de linhas a avançar contra os meus olhos turvos, / e o poema que espera soberbamente entre a costela e o ombro, / adormecido no disforme código do mundo; cai desmaiado nos meus braços / como um filho parido antes da última lua. Dizem-me então que o mundo / sempre foi um buraco onde iriam cair os filhos, mas eu só tenho o poema / e a tosse de deus a lamber-me a anemia dos ossos. Os filhos não são meus, / são livros que não cabem no corredor de casa.

O mundo é tão antigo
O mundo é tão antigo e não sei porque se plantam as raízes das árvores tão longe do olhar, / tão longe das mãos, tão perto do sémen da terra: / será que a terra tem sangue lavado a correr nos caminhos que o rio enlameou? / E os filhos, / os meus filhos que cuspirão no canteiro das orquídeas, / de mão erguida à chama do fogo que arde na lembrança / porque, / a lâmina afiada cortará os beijos da memória perdida e as minhas rugas serão apenas restos / de deitar fora, / placenta morta nas dores de um parto longínquo.

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