Infografí­a / Diana Garza Islas

La del hombre verde echando atrás su nuca en la Plaza Roja de Moscú,

y genitales neutros.

Ellas le arrojan monedas de baja denominación.

Yo me recuerdo ahí con ruido y nueve años. Volví buscando un telescopio.
No pude detenerme a esa rapidez, no pude detener al falso jade del hombre entre mangos.

No había nadie a quien decírselo.

Tampoco el charco púrpura, tampoco cirios, tampoco alzar la mano y decir cámbienme el nombre.

Ni siquiera una carnita.

No hubo ver niños gritar, trepar árboles, gritar:

¿Cómo es la vida de los camellos? 

(Y que alguien dijera: es como un naranja apacible, o: es como un triángulo que no se acaba.)

Se quedaron esa tarde, solos, jugando Tetris con huesos de limón
—y una antena a la mandíbula amarrada, para emitir,
al momento exacto, cuando dos de sus racimos se trocaran
[golondrina ciega:

un reloj-mojando lo que dicen que fue el día por venir, cuando la cuna.)

¡Ayúdenme!  

Eso sí lo escuché yo, cuando nadie me decía ya que sé mi escanciadora, escánciame lechita.

(Escaseaban las máscaras de jade, desde cuándo. Las recuerdo: jardines colgantes en palacios omisos.)

Papá y su nebulizador también eran un palacio omiso.

Si supiéramos qué es un vencejo, diría que fue
como un zumbido espiral de vencejos.

Pero negro rosa contra anguila, fue lo que yo vi.

Fosforescente casi pelvis,
fosforescente de a medio minuto en tropel.

Palolluvia, sí sabemos. Zumbirando, sí sabemos.

A estas alturas, sabemos que la geometría del vuelo como tal no existe, sino como
esquema de la carne.

Por ella vendrán los vencejos, papá, volverán pajareando sus morbos a trocar,
desde el pozo, tu sistema boca-piedra.

(No hay que hablar de más.)
Papá: sigue el camino de baldosas.
Papá: sigue el camino al sótano de golondrinas.

Papá soñando ya escribir la k de otra manera. 

Papá y su nebulizador en Cheliabinsk.

Papá carisma trófico de frente y de perfil en el tren transiberiano.

 

Papá que sube una escalera,
al intentar coger limones,

y muere.

De eso
sí no hay fotos.

Se concluye: si la vida te da limones,
nadie hablará de eso en la víspera.

Y nadie hablará de Korobeiniki.

Nadie dirá: oh sí, la canción de aquel popular videojuego ruso,
la recuerdo:

qué buen funeral.

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