Mascotas de diseñador y la supervivencia del más lindo/ Naief Yehya

Es muy probable que el perro haya sido el primer animal que el hombre domesticó. Hace unos 15 mil años, el lobo gris comenzó la trasformación que lo llevó de ser animal feroz a bestia de trabajo, de compañía y de tiro, guardián, cazador, pastor y eventualmente accesorio de moda. Probablemente ninguna otra especie ha adquirido en unos cuantos siglos (especialmente en los últimos dos) una diversidad tan asombrosa como el perro (basta considerar las diferencias entre un gran danés y un chihuahueño); al mismo tiempo representa el mejor ejemplo de un proceso de evolución manipulada, crianza selectiva, en la que los principios darwinianos elementales de la supervivencia del más apto quedan sustituidos por los caprichos, necesidades y fantasías del hombre. La selección natural ha sido sustituida por la selección artificial y arbitraria, por el deseo de crear animales fantásticos, feroces o de una monería extraordinaria. Esto ha producido una inmensa variedad de perros cargados de deficiencias respiratorias, alimentarias y genéticas, animales incapaces de sobrevivir sin sus amos. Pero la evolución de este animal profundamente familiar es aún un misterio.
     La revista National Geographic de marzo de 2011 publicó como artículo de portada un reportaje acerca de una granja en las afueras de la ciudad siberiana de Novosibirsk, donde un grupo de científicos experimentan con zorros plateados a los que desean convertir en mascotas perfectas, en caninos deseosos de complacer y de tener contacto humano como perros dóciles. Ésta es la única población de zorros domesticados del planeta, animales que no han sido amaestrados con sobornos de comida ni amenazas de castigos para tolerar la presencia del hombre, sino que han sido criados por generaciones para ser convertidos en animales de compañía. El experimento comenzó en la Unión Soviética en 1959, bajo la dirección del biólogo Dmitry Belyaev, quien reunió unos 130 zorros de las granjas de pieles de la zona para reproducir e intentar descifrar el proceso evolutivo que llevó al lobo a convertirse en un animal capaz de permitirnos imaginar a Rin Tin Tin, Pluto, Scooby Doo, Lassie y Snoopy.
     El objetivo de Belyaev era en esencia simple, ya que lo único que intentaba era estimular un comportamiento amistoso de los zorros hacia el hombre, por lo que de cada camada se elegían los individuos más dóciles para reproducirse. Lo más sorprendente fue que, en un período de tiempo muy breve, este equipo obtuvo resultados sorprendentes, con lo que logró simular en unos cuantos años lo sucedido durante un periodo de milenios. Para la década de los sesenta ya contaban con especímenes dóciles que buscaban relacionarse con el hombre. Domesticar no es lo mismo que amaestrar animales individuales para que convivan con el hombre: los cachorros de un animal salvaje que se han adaptado a vivir con humanos nacerán salvajes como sus ancestros; en cambio, una población animal criada para ser doméstica lo será de generación en generación.
     Al domesticar se deja una huella en los genes, y aparentemente se imponen cambios en la química del cerebro que se reflejan en la apariencia del animal. Tras nueve generaciones, a medida que se iban domesticando, los zorros comenzaron a tener cambios físicos: en su pelaje (aparición de manchas), orejas caídas, posición y tamaño de la cola. Además estos zorros muestran otras características semejantes a las de los perros, como identificar órdenes verbales y señales con las manos. Estos cambios eran congruentes con los rasgos conocidos como del fenotipo de la domesticación, que se manifiestan en una variedad de especies de mamíferos, aves y peces. El experimento fue un éxito no solamente por producir en un tiempo asombroso camadas de zorros domésticos (y potencialmente comercializables como mascotas de diseñador), sino porque sirvió para ampliar el entendimiento de uno de los procesos más importantes en la historia humana: el control y la manipulación, mediante recursos de muy baja tecnología, de la fauna y flora de nuestro entorno, de las técnicas y recursos usados para transformar el medio en nuestro beneficio, así como desarrollar la agricultura y ganadería y con ello poder crear comunidades sedentarias y eventualmente sociedades bien alimentadas (en ocasiones, sobrealimentadas).
Hasta ahora sigue siendo un misterio la forma en que las especies domésticas más comunes (gallinas, cerdos, vacas y gatos, esta última la única especie que aparentemente se domesticó a sí sola) llegaron a serlo. Como señala Jared Diamond, de entre casi 150 especies de grandes mamíferos, tan sólo 15 han sido domesticados en todo el planeta.
     El equipo de científicos de Novosibirsk considera que la domesticación no responde a un solo gen, sino a una serie de cambios genéticos que, de ser descubiertos y corroborados con otras especies, podrán sin duda revelarnos cómo nosotros mismos nos volvimos animales «domésticos». Por el momento, los zorros de Belyaev no son aún comercializados, pero eso es inminente: sucederá en un futuro cercano y será tan sólo un paso más en el proceso de crear muchas otras criaturas falderas, cada una más linda que la anterior.

        Evan Ratliff, «Taming the Wild», en National Geographic, marzo 2011, pp. 35-59.
 
 
 
 
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