Ser estudiante de preparatoria / Fernanda Ponce Chávez

Ensayo
Ensayo

Texto ganador del 1er Concurso de Creación Literaria Luvina Joven / Categoría Ensayo.

Ensayo

 

Por: Fernanda Ponce Chávez
Preparatoria 7 (2° F)

Ciento treinta losetas son las que tiene cada pared de mi salón; en total suman 520. Losetas que alguna vez fueron blancas, pero ahora a eso que tienen ya ni color se le puede llamar, algo entre amarillo y gris, para mí, deprimente. Se tiñeron como se tiñen las paredes de la calle por el esmog de los automóviles. 520 guardianes cuidan esto que algunas veces es un calabozo y otras un recinto de paz. 520 losetas me encierran y privan de mi libertad en mis largas y aburridas clases de matemáticas o física, o me protegen de un mundo hostil e ignorante en mis clases de psicología y español, me ayudan a adentrarme en mi mente, a sumergirme en mis pensamientos cual agua de cascada, de esa que refresca y que cuando toca tu piel sientes que vuelves a nacer. Al salir de clases me dirijo a la biblioteca o a un lugarcito que queda enfrente de mi prepa en donde puedes desayunar y escuchar buena música, un lugarcito que todavía huele a mucha libertad.
     En mi camino veo a muchas personas, la mayoría de las mujeres van bien maquilladas, con zapatos de esos que mi primita dice que son para bailar tap, y con cabelleras largas: una apariencia sublime; y al pasar a su lado no puedo evitar escuchar un poco de sus conversaciones, algo… vacías, ésa es la palabra. Aunque en realidad quién soy yo para decidir qué es lo vacío y qué no lo es.
     Éste, señores, es el primer problema de ser un estudiante de preparatoria (o, en otras palabras, un “adolescente”). Los adultos, por lo general, creen que la edad no te da derecho a tener problemas verdaderos, que todos nuestros problemas giran alrededor de puras banalidades, no tenemos ni el más mínimo derecho a tener problemas existenciales y llorar a moco tendido por éstos. Pero la verdad es que no todos los “adolescentes” (odio esta palabra) tienen estos problemas existenciales; muchos, al parecer, no piensan en las cosas que yo pienso, ni les interesan, lo cual a mí se me hace muy raro, pero, como ellos son mayoría, entonces creo que la rara soy yo. Y ése es el problema número 2: el querer conocer el verdadero yo de las personas, su esencia, lo que hay en su mente; eso no te convierte en un pensador, ni tampoco en un filósofo; te convierte en un loco. Así es, un loco, y no sólo para los adultos; también para los jóvenes, tu generación, tu gente.
     Pero yo ya me acostumbré, paso los días imaginando el futuro, planeándolo, estoy consciente de que para cosechar mucho hay que esforzarse sembrando y cuidando tus semillas. Y creo que ésta es la diferencia entre un estudiante y un individuo que simplemente va a la escuela a pasar el rato, con la mente en blanco, al igual que sus cuadernos. No soy una alumna brillante, de hecho, me distraigo bastante; en las clases, cuando menos me doy cuenta, mi mente ya está divagando una vez más, imaginando locuras, bailes, otros mundos, otras vidas, abismos en las líneas del piso… A lo que voy es a que me considero una estudiante porque lo que quiero no es tener las mejores notas -aunque a mis padres les molesta y yo trato de obtener un 100 de vez en cuando-, sino lo que en verdad me interesa, la mayoría de las veces, es aprender, enriquecer mi mente, porque yo creo que lo que aprendemos nos transporta a miles de lugares y nos convierte en millones de personas: un día puedo ser Porfirio Díaz y al día siguiente ser Sigmund Freud.
     Para mí, todo esto es ser estudiante de preparatoria.

 

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