México en la poesía de Octavio Paz / Antonio Deltoro

 

a la memoria de

Juan Francisco Sicilia.

Asesinado en Cuernavaca

el 27 de marzo.

 

Octavio Paz es, por línea paterna, un mexicano muy antiguo. Educado por su abuelo, un periodista liberal que participó en la guerra de Reforma y que terminó oponiéndose a Porfirio Díaz, e hijo de un intelectual zapatista, desde niño vive como problemas México y su condición de mexicano. En el prólogo de El peregrino en su patria (tomo viii de sus Obras completas, cuyo subtítulo es «Historia y política de México») trata con amplitud la relación problemática e imbricada entre su biografía y la historia mexicana. Su poesía también está atravesada por México, a veces como una espina, a veces como una alegría, pero siempre con pasión y lucidez.

Quisiera detenerme en un solo poema y tomarlo como ejemplo. En «El cántaro roto», de La estación violenta, Octavio Paz interroga a nuestra historia con estos versos que contienen una pregunta que es tan certera, actual y profunda como incontestable y dolorosa:

 

¿Sólo está vivo el sapo,

sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,

sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?

 

Es una pregunta que nos estremece, que es válida por todos los siglos de nuestra historia, pues tal parece que el cacique, el abuso del poder encarnado en una persona y enraizado en una región o en una vasta geografía, señor de horca y cuchillo, es el hecho central y fundador de nuestra vida colectiva: un cacique verde y escurridizo como un sapo, con su vientre, su boca y su lengua babosa.

 

Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos esclavos jóvenes lo abanican,

en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la cruz: arma y bastón,

en traje de batalla, el esculpido rostro de sílex aspirando como un incienso precioso el humo de los fusilamientos,

los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida cubierta de joyas de gas neón,

¿sólo el sapo es inmortal?

 

No creo que se pudiera resumir mejor, tan físicamente y en términos tan sintéticos y simbólicos, varios siglos de la historia de México.

Además de en «El cántaro roto», en «Vuelta», «Pasado en claro, «Nocturno de San Ildefonso» y «1931, vistas fijas», entre otros poemas, se funden historia y autobiografía con la poesía. Paz es un poeta que reúne al pensador y al crítico con el sensitivo y el lírico. Su poesía es, en lo referente a México, una descripción valiente de nuestra historia y nuestra época, que no excluye la crítica a las mismas y su exaltación amorosa mediante la imaginación y el lenguaje.

El México seco, amargo, cruel y estéril, y
el México amable, cortés, festivo, verde y hospitalario; el México del cacique y el México amante, generoso y desinteresado conviven en su obra poética.

Paz es inmenso: alguien que abarca mucho nos da permiso, nos otorga grados de libertad para recorrer el territorio gracias a él colonizado. Si leemos sus poesías completas podemos ir por muchas geografías e historias, reales e imaginarias, pero en el fondo siempre estaremos en un México inabarcable, complejo y misterioso.

Desde un ensayo tan fundamental para nosotros como El laberinto de la soledad hasta muchos de los poemas notablemente mexicanos, parte de su obra está escrita en el extranjero; pensando y sintiendo a México en medio de otras fronteras geográficas y mentales con la misma intensidad y pasión que en nuestro territorio; poemas como «Vuelta» son el balance de quien regresa. Pienso a Octavio Paz como el viajero que vuelve a su origen, como un Ulises que no encontró el reposo en su Ítaca, como un peregrino en su patria.

Su poesía nos hace, al mismo tiempo, estar en nuestra historia y ser contemporáneos de todos los hombres. Él es de los pocos mexicanos que le hablan de tú al mundo, sabiendo mirarlo con respeto, con el respeto del que se tiene respeto; lejos de diluir su mexicanidad con universalismos, fue el mundo en México y México en el mundo durante casi toda su vida. Pertenece a la estirpe del viajero que regresa, del hombre que va a conocer a lo ancho la tierra llevando y trayendo; en todas partes conociéndose, en todas partes bien asentado y erguido, con vivacidad y en movimiento. Octavio Paz es no sólo historia y verdad en letras de piedra, sino también, y en igual medida, un oasis:

 

Dama huasteca

Ronda por las orillas, desnuda, saludable, recién salida del baño, recién nacida de la noche. En su pecho arden joyas arrancadas al verano. Cubre su sexo la yerba lacia, la yerba azul, casi negra, que crece en los bordes del volcán. En su vientre un águila despliega sus alas, dos banderas enemigas se enlazan, reposa el agua. Viene de lejos, del país húmedo. Pocos la han visto. Diré su secreto: de día, es una piedra al lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del hombre.

 

 

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