Un blanco en la noche / Sergio Téllez-Pon

Ricardo Piglia (Adrogué, 1940) trabaja y guarda durante varios años los manuscritos de sus novelas. El caso de Blanco nocturno no es la excepción: desde 2005, cuando apareció El último lector, se especuló primero que su próxima novela sería una
en la que Emilio Renzi, encerrado en un cuarto de hotel, se pone a leer sus diarios —historia de la cual ya había dado un adelanto en el relato «Un pez en el agua», incluido en una nueva edición de La invasión (2006)—, al tiempo que espía e intenta seducir a su guapa vecina. O, también, que por fin se publicaría el diario que por más de 50 años ha escrito Piglia, cuya constante mención de su parte lo ha vuelto una leyenda.
      Nada de eso. Blanco nocturno, el regreso de Piglia a la novela desde la polémica Plata quemada (1997), es una obra en la que vuelven a aparecer sus obsesiones personales: la provincia argentina, extranjeros transplantados, la estirpe de las familias, las alusiones metaliterarias y, sobre todo, la novela negra. Sin embargo, el asesinato se plantea desde el principio y se resuelve a la mitad, con lo que       Piglia va más allá de la novela policiaca. Sigue, por lo tanto, la línea de Plata quemada más que la de Respiración artificial (1981) o El último lector (2005), aunque hay cierta hermandad con ésas y otras obras suyas (por ejemplo, es fácil para uno pensar en el padre Belladona como el protagonista de Respiración artificial; el forastero puertorriqueño bien podría ser Steve Ratliff, de Prisión perpetua, y los guiños literarios de  las notas a pie de página remiten obligatoriamente a El último lector).
      En las novelas policíacas, las familias son las primeras que traicionan, y por lo tanto las últimas sospechosas, en las que nunca se inicia la investigación. En el caso de Blanco nocturno, es la familia Belladona, los fundadores del pueblo: el abuelo, Bruno; el padre, Cayetano, sus dos esposas, con dos hijos de cada matrimonio: dos varones, Lucio y Luca, y dos gemelas, Sofía y Ada, de quienes, a la manera de Borges, dice Piglia: «Era como tener un doble que hiciera las tareas desagradables (y las agradables)». La pelea de intereses del padre con los hijos sale a la luz, la sutil guerra familiar de años pasados, al grado de que Luca, en un arranque de ceguera, intenta matar al padre. Al final de algunos capítulos se sucede una conversación entre Emilio Renzi (alter ego de Piglia más que pseudónimo, pues es la conjunción de su otro nombre y el apellido de su madre) y Sofía Belladona: estoy seguro de que es algo de lo que pudo haber sido esa novela en la que Renzi intenta conquistar a su despampanante vecina.
      El homicidio de Tony Durán, «un falso yanqui» (es decir, un estadounidense, pero mulato y de Puerto Rico), es sólo el detonante de la historia. El homicidio se da por sentado, como si se hubiese sido partícipe de lo ocurrido; crecen entonces los rumores del pueblo, las teorías falsas, los culpables que se declaran inocentes. En principio se piensa que es un típico crimen pasional de homosexuales. El comisario Croce, un viejo sabueso, no se cree esa hipótesis, y guiado una vez más por su olfato, investiga a fondo; entonces se enfrenta con su superior, el fiscal Cueto. Salen a relucir las conspiraciones y manejos ocultos de Cueto cuando fue cercano colaborador de la familia Belladona. Hasta allí todo parece fluir con la naturalidad de la novela policiaca. Todo eso se sabe pronto, quizá porque lo más interesante para el lector está por venir, la maestría de Piglia radica justo en lo que vendrá.
      Luca Belladona es el único que persiste en su empeño, la única luz que refulge en la noche, para así reivindicar el honor de la familia ante los traidores coludidos, a su vez, con la corrupción imperante durante la dictadura militar en Argentina. Atrincherado en la fábrica familiar que quiere ser convertida en un centro comercial, Luca intenta dilucidar los hechos que vendrán a través de sus sueños, aclarar que la verdad no precisamente tiene que ver con la justicia y que la traición se comete incluso con el inocente que espera una declaración suya para ser liberado. La clásica novela policiaca en manos de Piglia se convierte en un nuevo ente narrativo, el giro inesperado logra resolverlo magistralmente; Piglia no es un narrador común, es decir, no se limita sólo a contar una historia, por muy buena que sea, sus narraciones están dirigidas a lectores interesados sobre todo en asuntos literarios.

Blanco nocturno, de Ricardo Piglia. Anagrama, México, 2010.

 

 

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