Ian Frazier: un antídoto contra la tristeza / Mario Szichman

Cuando la revista The Atlantic Monthly celebró sus 150 años de vida, incluyó entre los mejores escritores que han engalanado sus páginas a cuatro humoristas. Tres de ellos son famosos a escala mundial: Mark Twain, Kurt Vonnegut y James Thurber. El cuarto, que todavía no ha recibido la celebridad que se merece, se llama Ian Frazier.
      La editorial neoyorquina Farrar, Strauss and Giroux acaba de publicar, en su serie Picador, Lamentations of the Father, una recopilación de ensayos y de relatos de Frazier publicados durante los últimos 14 años en las revistas The New Yorker, Mother Jones, The Atlantic Monthly, Double Take y The New York Review of Books, entre otras. Si bien no todos los trabajos tienen la misma calidad, cuando Frazier es bueno, no es solamente bueno: es excepcional. Y si algo lamenta este cronista es que no haya incluido en su último libro su famoso caso «Coyote versus Acme», donde el enemigo del correcaminos entabla una demanda por daños y perjuicios contra la empresa Acme por «lesiones personales, pérdida de ingresos comerciales y daños emocionales», a raíz de la venta de productos que el coyote adquirió con el propósito de perseguir al correcaminos, y que «le causaron daños corporales debido a defectos en la fabricación o porque no se formularon advertencias sobre las precauciones que debían adoptarse en su manejo». Como resultado, dice Frazier, «el señor Coyote ha tenido que restringir de manera temporal su capacidad para ganarse la vida en su profesión de depredador», afectando gravemente sus posibilidades pues «es un trabajador independiente, y por lo tanto, no puede acogerse a los beneficios de las leyes laborales». (La demanda del coyote puede obtenerse en internet, en www.jamesfuqua.com/lawyers/jokes/coyote-acme.shtml).

El humorista de las mil voces
Frazier moja su pluma envenenada en diferentes estilos para construir su comedia humana. En «Kisses All Around» («Besitos para todos») usa el estilo epistolar para mostrar la elogiosa recepción que pueden recoger autores de obras polémicas antes que alguien se tome el trabajo de leerlas. Allí figura un amanuense del papa León X  agradeciendo a Martín Lutero el envío de sus «95 tesis» que marcaron el cisma más importante entre la Iglesia católica y la protestante. El amanuense promete a Lutero que el Santo Padre leerá las tesis a la mayor brevedad, y que está seguro de que le encantarán. (La única objeción del amanuense es que se trata de 95 tesis; tal vez con cuatro o cinco, dice, serían suficientes). Y después está el presidente de Francia, Félix Faure, agradeciendo a Émile Zola el envío de su obra Yo acuso. Por supuesto, tampoco Faure ha leído el libro de Zola, una demoledora acusación contra el ejército francés que usó al capitán judío Alfred Dreyfus como chivo expiatorio para ocultar la traición de otros altos oficiales. Faure cree que Zola le ha enviado la más reciente de sus novelas, y promete leerla en el futuro inmediato. Y por último está la carta del ayatolá Jomeini a Salman Rushdie, autor de los Versos satánicos, que le acarrearon una condena a muerte por parte de las autoridades islámicas. Tampoco Jomeini ha tenido tiempo de revisar la novela de Rushdie. Se propone «leerla en su próxima vacación en La Meca», aunque está convencido de que «ni siquiera necesito leerla para estar convencido de que se trata de la obra de un genio».
      Después hay ensayos tales como «Lamentations of the Father», donde Frazier usa el estilo de los profetas de la Biblia para explicar a un niño los modales de mesa; el bucólico «Little House Off the Highway», una parodia de la famosa serie de televisión La pequeña casa en la pradera, donde a poco de andar se revela que los honestos habitantes de esa casita son en realidad supremacistas blancos que con ayuda de sus hijos pequeños están preparando bombas para destruir edificios del gobierno federal, o «American Persuasion», donde George Washington, el marqués de Lafayette, Benjamin Franklin y otros próceres de la independencia de Estados Unidos aparecen como unos coquetos, más preocupados por sus perfumes y sus cremas de belleza que por lograr la libertad de sus potenciales compatriotas.

Un futuro incómodo
Tal como ocurre con otros humoristas, Frazier tiene la inquietante cualidad de anticiparse al futuro. En «The Not-So-Public Enemy» («Un enemigo no tan público»), el cronista visita una oficina postal de North Bergen, Nueva Jersey, y tropieza con el retrato de Osama Bin Laden, «el presunto organizador de ataques terroristas, que está siendo buscado por el fbi». Como en toda oficina postal de Estados Unidos, los carteles de «wanted» («buscado») son uno de los principales elementos de atracción para todo aquel que necesita comprar estampillas o enviar cartas. Pero Frazier se pregunta, y con razón, ¿por qué el fbi ha decidido buscar a Bin Laden en Nueva Jersey? Pues los datos que brinda sobre Bin Laden hacen pensar que el personaje muy difícilmente pueda pasar inadvertido: en primer lugar, según el fbi, mide entre 1.90 y 2.05 metros de altura, y pesa alrededor de 65 kilos. «Un hombre tan delgado tiene que correr alrededor de la ducha para poder mojarse», piensa Frazier. Un hombre tan alto y tan delgado, cuyo propósito en la vida «es volar por los aires gran cantidad de ciudadanos norteamericanos y escribir poesías acerca de esas explosiones, según lo que informan las agencias noticiosas», muy difícilmente podrá pasar inadvertido en un suburbio de Nueva Jersey. Es más probable que esté refugiado en una zona montañosa de Afganistán, propone Frazier.
      El relato es al mismo tiempo muy divertido y muy siniestro. Y aquello que lo hace más siniestro es su fecha de publicación: agosto de 2001, en la revista Mother Jones. Un mes después, 19 de los seguidores de Bin Laden, piloteando dos aviones comerciales, destruyeron las torres gemelas del Centro de Comercio Mundial.
      Prácticamente cada ensayo (¿o relato?) de Frazier es una lectura placentera. En ocasiones, la pluma se hace demasiado ligera, como cuando copia manuales de cocina para explicar la indignación y las frustraciones de un ama de casa esclavizada con las tareas hogareñas. En otras, su prosa se hace demasiado local. Pero la mayoría de las veces, Ian Frazier es deslumbrante.
      O como señaló The Boston Globe, «Frazier es un antídoto contra la tristeza».

 

 

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