Ávila: una literatura y un paisaje / José María Muñoz Quirós

 

Las páginas del tiempo reconstruyen la mirada detenida de un paisaje. La ciudad se transforma en palabra, en visión artística que la literatura reconvierte en belleza.

     Es un proceso que va desde la contemplación hasta la elaboración textual, desde el objeto hasta el lenguaje sostenido en el proceso creativo, desde la sugerencia a la palabra.

     Ávila siempre, desde sus inicios históricos, ha sido contemplada para ser transformada, para impulsar una nueva identidad plástica o literaria. El resultado es siempre una misma y múltiple ciudad, un único lugar y muchas miradas que traspasan los muros externos e íntimos.

     La ciudad medieval, amurallada, repleta de símbolos, asomada en la llanura como un punto que, desde la óptica del artista, es replegado a un cauce nuevo que debe sustentarla, es objeto intrínseco de los buscadores de sueños. Una ciudad que ha tenido, en el lenguaje de los siglos, los signos más complejos y diversos, puede asomarse a la pluma de cualquier escritor para, desde allí, trasformarse en objeto artístico, universal y nuevo.

     «En Ávila mis ojos» fue la exclamación que el poeta profirió al recordar la ciudad donde el amor y la vida se habían fusionado para ser una nueva identidad en su alma, tal vez la primera manifestación poética surgida a la luz de Ávila.

     Y una larga y sucesiva presencia ha ido acercándonos un paisaje subjetivo, sentido en la individualidad, hecho luz para quien la luz busca. Si recorremos, en el tiempo, los diferentes autores que han vivido la proximidad de este paisaje, observaremos que todas las estéticas y sensibilidades han cristalizado en un nuevo reflejo de lo que la ciudad esconde en sus secretos pasadizos de tiempo, en la imagen reflejada en la obra de arte.

     Todas las generaciones, desde su diferente manera de captar la historia y la vida, desde su diverso modo de reflejar su pensamiento, han encontrado en Ávila un lugar para el sueño, para la imaginación, para el vuelo y la contemplación de lo más sublime. Tal vez porque los místicos más grandes de la historia han nacido, vivido y sentido en estos caminos y en estas piedras, la ciudad se convierte en un escenario de inimaginables irisaciones, de contemplados abismos y de palabras esenciales.

     La lista es inmensa: los autores del siglo xvii, que hicieron de su lenguaje una grandeza de metáforas y de recursos artísticos, como Lope de Vega, vivieron dentro de la luz de Ávila y asumieron el sentido trascendental de sus calles recoletas y de sus espacios íntimos.

     Los escritores románticos que, desde su visión recogida y luminosa, viajaron hasta la ciudad para zambullirse en la Edad Media, en esa patria espiritual que les aleja en el tiempo y que les conmueve en su vida, encontraron en la ciudad el escenario perfecto para sus imaginaciones. Viajeros románticos ingleses y franceses que, desde la singularidad, vieron en Ávila el resquicio de un mundo imaginado, la huella de un tiempo huido que en sus miradas iba a ser inmensamente recuperado.

     La Generación del 98 va a sentir, muy singularmente, el pálpito de la ciudad, el paisaje idílico de sus anhelos, la rareza de su sentir en el tiempo que retornaba hasta esos días en que, desde una literatura sentida, recuperaba la memoria, escribía en páginas antológicas su sentir y su vibrar más profundos. Miguel de Unamuno, Azorín, Pío Baroja y Rubén Darío, por decir sólo unos cuantos autores importantes, han colmado algunos de sus libros con viajes nacidos de la aventura del conocimiento de Castilla, y más concretamente, de la proximidad con Ávila.

     Poetas del otro lado del Atlántico recogieron en sus versos el hondo sentir de la ciudad. El escritor argentino Enrique Larreta será el creador de una de las grandes novelas que tiene como escenario la ciudad: La gloria de Don Ramiro, fruto de un acercamiento físico y espiritual con estos muros.

     Jorge Santayana, enraizado en la ciudad por lazos familiares, concibió Ávila como el lugar de la paz espiritual, como el espacio donde la sensibilidad del hombre roza las alturas del pensamiento y el equilibrio de la belleza.

     Más tarde, algunos poetas de la Generación del 27, como Federico García Lorca, fueron viajeros por la meseta castellana, y encontraron en Ávila la respuesta a algunas preguntas esenciales, la imagen ensoñadora de un sentir hondo y esencial como el azul rotundo de Castilla.

     La segunda mitad del siglo xx ha traído, hasta los muros de Ávila, miradas encendidas, versos y páginas de escritores que han atravesado las calles de la ciudad con paso lento y mirada callada: La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes, sitúa el origen del personaje inaugural de su novelística en la ciudad. Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero, Luis Rosales, entre otros, van a recibir la llama de la poesía en muchos de los textos que tienen a Ávila como escenario.

     Más recientemente, ya en la última llanura del tiempo, muchos escritores han encontrado en Ávila la luz imaginada de lo poético: Guillermo Carnero, Antonio Colinas, Clara Janés, son algunos de los nombres que se han paseado por la misteriosa fuga de este paisaje.

Ávila es hoy un escenario para que la imaginación y la penumbra de lo más escondido surjan, den cabida a los impulsos de la creación, se transformen en un espacio en el que el alma y el lenguaje se unen en una ardiente manera de mirar las cosas.

     Los artistas plásticos acompañan, con la imaginación del color y la línea, este vivir nuevo que el arte y la literatura alimentan en cada creador asentado entre los muros de la ciudad. Podemos afirmar que la sustancia de esta tierra enseña, con manos ocultas y mirada esclarecida, a reflejar lo que la vida y el hombre son frente al misterio de lo inalcanzable, frente al valor de la palabra, frente al universo de la literatura.

 

 

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