SOL PÚNICO / Jesús Hilario Tundidor

La mujer que inicia el oscuro viaje,

la plañidera invocando al héroe,

(no hay héroe) la antorcha, los címbalos

entre los dedos… Se festeja la puesta,

la penetración en la duna

del sol en el equinoccio de primavera,

los retornos, la infelicidad del alcohólico

¿su siembra o su sequía acaso?

Recuerdo ahora aquel hombre

en el cementerio cristiano de Túnez,

su paciente tristeza, y la botella

de güisqui apagada, horizontal

sobre la tierra ocre, en el equinoccio

de marzo. Era un día sin humedad,

terrible, seco, y el cielo quemándose

casi perdido entre los montículos

y las cruces pochas y las estelas

resquebrajadas. Nunca había sentido

tanto la injusticia, no sabía de quién,

por quién, a qué razones… Aquel hombre miraba

como sin ojos, como caído

desde la luz a una oscuridad interminable,

la corteza de óxido y barro

sobre la que yacía

                   la botella apagada.

 

 

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