Híbrido el origen (Primera parte) / Ángel Emanuel López Correa

Preparatoria 8

 

El destino es grande y poderoso… pero no está escrito en piedra…
    Todo lo que conoces es un reflejo de lo que realmente es… es como un juego de ajedrez… algunos nacen peones o reyes y algunos ni siquiera juegan…
    Mi nombre es Jesús Emanuel, una persona como cualquier otra “normal”… antes de que entrara al juego…
    Los hombres le temen a la oscuridad porque es difícil ver, pero llega un momento en que la luz es tan intensa que te deja ciego…
    No puedo decir que yo era especial. Era tan común como tú o cualquiera. Sólo con una diferencia…: Sentía que no pertenecía a aquí… nunca me aceptaba por completo…
    Un día tuve un sueño. Tenía 12 años cuando lo vi… lo que ustedes llaman Apocalipsis, los de abajo revancha y los de arriba purificación… Yo estaba paseando por donde alguna vez fue la ciudad de Guadalajara. Estaba devastada, no sabía con exactitud que había pasado, si un desastre, una guerra o simplemente todos habían abandonado la ciudad… Lo único que pude reconocer fue la Catedral. El ambiente tenía un tono rojo sangre, había cadáveres por todas partes, eran tan repugnantes que quería vomitar. (No puedo parar de llorar…) Entré a la Catedral.     Estaba vacía. Sólo había algunas antiguas y frágiles bancas. En donde se suponía que debería de haber estado una estatua de Jesús, estaba un tetragrama-aton invertido, un claro símbolo satánico. Yhavé había sido borrado de este talismán.
    Me escabullí y tomé el talismán. Al tocarlo, mi cuerpo se congeló por un escalofrío tan grande que puedo jurar que mi corazón se detuvo. Sin pensarlo, grité:
    –¡Dios, dame fuerza…! –Mi corazón se aceleró y pude moverme. Guardé el talismán en mi bolsillo. Entonces, escuché pasos. ¡Eran personas!     Estaba tan feliz, pero mi instinto me decía que tenía que ocultarme.
    Una sensación en el pecho distorsionaba mi pensamiento. Me oculté. Vi a unos monjes con capas negras. Uno de ellos me era familiar, lo observé con detalle hasta reconocerlo: ¡Era el cardenal!
    Una bella joven de vestido blanco los acompañaba, con un bebé en sus brazos y una niña de 7 años, de pelo corto, piel blanca, pálida, vestida con un vestido blanco con encajes azules. La joven dejó al bebé en el suelo y le dijo a la niña que esperara afuera. Uno de los monjes le entregó una serpiente en las manos. Ella la besó, la acercó al bebé para que lo mordiera, entonces, cuando la inocente sangre comenzó a brotar del brazo del niño, la moza se acercó para lamer la sangre. El cardenal ordenó que trajeran el tetragrama-aton.
    Yo estaba horrorizado, no sabía qué hacer. Tenía que huir. Con lágrimas en los ojos y un miedo que me devoraba el corazón huí de la Catedral. La pequeña niña que esperaba afuera me vio. Sabía, sé, que estaba en problemas, pero no me detuve. Continué corriendo sin detenerme. Cerré los ojos por un momento hasta llegar a un campo con un sol agonizante que estaba por transformarse en luna. Volteé para ver si alguien me venía siguiendo y ahí estaba la niña con una sonrisa macabra, retorcida, caminando justo detrás de mí. Yo ya no podía correr, estaba exhausto… Me armé de valor, di media vuelta y me preparé a enfrentar a la niña. En un parpadeo, ya estaba frente a mí. Me dijo con una voz muy tierna:
    –Así que tú eres Emanuel. Pues déjame decirte que no podrás con nosotros… Me gustaría jugar contigo, pero papá dice que debo matarte.
    Ante las palabras de la pequeña, entré en shock. Intenté golpearla con mi mano derecha, pero ella abrió la boca y mordió mi puño hasta arrancarlo de mi brazo. Grité desgarradoramente. La niña se limpió la sangre de sus labios como si fuera leche o chocolate. Sonrió. Cerré los ojos. Una voz femenina me despertó.
    –Amor… amor, despierta. –Abrí los ojos. Vi a una mujer hermosa de cabello negro, piel blanca, casi como la de un ángel, con grandes y hermosos labios de cereza.
    Me levanté. Estaba recostado sobre las flores de un jardín. Me vi de frente en un espejo colgado en la pared a la entrada de la casa, pero no era yo… mi cuerpo pertenecía a una persona adulta. La bella mujer me decía:
    –Rafael, el tornado se acerca. ¿Qué vamos a hacer?
    La vieja pero resistente casa era un orfanatorio. El dueño se suponía que era yo. Tenía que resguardar a los pequeños del tornado. Prendí la televisión, que anunciaba la proximidad del desastre. Familias enteras se habían internado en la casona, un sacerdote intentaba dar palabras de aliento. Interrumpía las plegarías para decirles que todo iba a estar bien si se quedaban juntos.
    De pronto, llamaron a la puerta. Abrí. Había tres hombres y una mujer vestidos de negro con una vibra negativa. Pude reconocer que se trataban de monjes malévolos. Uno de ellos suplicó posada; inmediatamente me negué y cerré la puerta tempestivamente. El monje comenzó a destrozar la puerta con el pensamiento, los demás entraron a la fuerza, tocaban a las personas y las desvanecían en un profundo sueño mortal.     El líder me ordenó que me arrodillara. Me negué. Él me miraba fijamente con sus ojos rojos, mi cuerpo se ponía muy pesado. De pronto, tuve que hacer un tremendo esfuerzo para seguir en pie, mi cabeza temblaba, mis piernas se doblaban. Caí… todo se volvió oscuridad…
    Abrí los ojos. Nuevamente me sentía en un cuerpo distinto. Ahora era el sacerdote que estaba detrás del espectáculo y veía a toda la gente dormida. Incluso veía mi primer cuerpo extraño en el piso. Los monjes se arrodillaban ante su líder, quien me veía fijamente. A mi derecha estaba una bella joven dormida; uno de los monjes le tocó el cabello y levantó su cabeza, que se transmutaba en una especie de bestia. Tomé mi Biblia y la exorcicé en nombre de Dios. Ella se convulsionó y expulsó al ser que la poseía.
    Los monjes observaban mis movimientos. El mayor caminó hacia mí y, detrás de él, todos. Tuve mucho miedo. El líder me dijo:
    –No importa cuántas formas tomes… nunca podrás vencerme, nunca lo hiciste y nunca lo harás… Tu alma es mía…, mortal.
    Lo único que pude hacer fue rezar… mientras él me gritaba:
    –¡Eso no te sirve de nada! Él no te escucha… Además, no bajará para ayudarte! –se burlaba a carcajada abierta y sin mesura.
    El techo voló. El tornado había llegado. Yo seguía rezando. El líder me gritaba, deseaba que me callara. Me tomó del cuello mientras yo seguía rezando, mi voz se distorsionaba más y más hasta que tembló la tierra. Con mi mano derecha alcancé a tomar el cuello del líder que me aprisionaba. Sin dejar mis plegarias, comencé a gritarle:
    –¡Por el poder de la luz te destierro del paraíso! –El monje me soltó, murmuró unas palabras que no entendí y desapareció junto con sus acompañantes. Todo volvió a la normalidad… el sol brillaba… había una voz que me decía que me necesitaban… era casi imperceptible pero juro que lo oí.
    Desperté de aquel sueño sudando y rezando. Eran las 6 de la mañana, en 3 horas tenía que ir al hospital para ver cómo seguía mi sobrino.     Tenía neumonía. Durante el camino al hospital sentí una gran desesperación, estábamos a unas calles cuando un imbécil chocó contra mi auto.     Literalmente me atropelló… Recuerdo cada instante del accidente, incluso estaba consciente cuando los paramédicos me sacaron del auto, mi último recuerdo fue verme ensangrentado, mi madre lloraba, mi rostro estaba completamente desfigurado por los múltiples vidrios. Me desmayé.
    Entré en un estado de paz… lo que en ese momento pensé que era el paraíso, hoy sé que es el reino astral… Todo era como flotar y nada parecía tener sentido. Lo único que rompía con la fragilidad del espacio era una voz que me decía:
    –¡Ven! Sube un poco más, tengo que hablarte. –Yo me concentraba en esa voz. De repente, estaba en un bello jardín rodeado de personas con sábanas blancas. Sin pensarlo grité:
    –¡Mierda! Estoy muerto. –Las personas de aquel lugar clavaron sus miradas en mí. Después de un momento de miradas de extrañeza, uno de ellos se acercó a mí. Traía una armadura dorada y una espada de plata. Lo más importante era que llevaba una llave gigantesca colgada en el cuello. Me dijo:
    –Bienvenido al reino de Yhavé. Yo soy Uriel, guardián de la llave del infierno. –No dudé en preguntar si estaba muerto y él me respondió:     –Aún no. Mi maestro, el arcángel Miguel, te trajo aquí.
    A lo lejos se divisaba una colina y en ella un gran árbol con rojas y grandes manzanas. Caminamos hasta llegar a ese lugar. Por primera vez tenía mi cuerpo real de adolescente de 12 años. Sostuve una conversación amena con Uriel, quien me preguntaba sobre mi vida.
    –¿Qué tal la Tierra? ¿Te gusta tu vida?
    –La Tierra… está bien, creo… pero las personas tienen miedo… Como hoy es el 2006 todos temen el 666…
    –¿Por qué?
    –Porque es el número de la Bestia…
    –¿Qué clase de idioteces son ésas?
    –Pero si eso lo dice la Iglesia…
    –¡Ja! Ustedes los humanos están dormidos… Cuando despierten, Yhavé, mi señor, bajará junto con su hijo y sus ayudantes, que para ustedes son “dioses”, como Buda, a felicitarlos…
    –Entonces la religión católica está mal…
    –Pues en unas cosas sí, en otras no tanto… Mira, de hecho, todas las religiones tienen sus cosas buenas y sus cosas malas. La verdadera religión es la que profesaba Jesús…
    –Entonces es el cristianismo…
    –No… La verdadera religión es la religión del corazón, intentar ser buenos, sacrificarse por los demás, dar gracias a tu Dios, y no las tonterías que hacen. Lo del número de la Bestia es una invención…
    –Entonces la Bestia no existe…
    –¡Claro que sí…! Mi maestro y yo luchamos contra ella. Un día, por mi culpa, casi perdemos… Por eso guardo esta llave para recordarme que no debo tener piedad…
    –Y… ¿para qué me quiere el arcángel Miguel?
    –Desea ponerte al tanto sobre algunas cosas de tu futuro.
    Pasaron más o menos 15 minutos y el arcángel Miguel apareció. Es difícil describirlo. Con una voz fuerte me saludó:
    –Mi nombre es Miguel, soy el líder de los ejércitos celestiales y tengo que advertirte que un demonio de clase 2 está tras de ti. No podemos protegerte. Éste es un caso extraño. Satán pidió amnistía para que no podamos hacer nada por ti. Dime, ¿qué has hecho?
    –No he hecho nada, señor…
    Miguel miró mis ojos.
    –¡Lástima! En el fondo eres puro, cuando estabas soñando y le pediste ayuda a Dios ¡yo bajé! Vi cómo te enfrentaste a ese oscuro ente. Por desgracia, no podemos ayudarte. Cuando ese demonio vuelva, recuerda que cuentas con nuestro apoyo para guiarte.
    –Pero ¿por qué no pueden ayudarme?
    –Porque adelantaríamos la guerra. Yhavé es el que decide cuándo empezará. No podemos cometer errores que alteren el equilibrio…
    –¿Me iré al infierno?
    –Posiblemente, pero que no podamos ayudarte en una batalla no significa que no podamos prepararte para una.
    –Pero ¿cómo…?
    –Aprenderás magia y alquimia, con eso tendrás posibilidades de ganar.
    –¿Cuándo comienzo con el entrenamiento?
    –Lo sabrás en su momento… Ya es tiempo de que te vayas. ¡Uriel!, acompáñalo y guíalo a su cuerpo.
    Y así comenzó mi viaje. Lo que en el reino astral había transcurrido en tiempo de una hora, en la Tierra habían pasado dos meses.
    Desperté confundido y asustado. Ahora tenía una misión importante: Salvar mi alma.

 

 

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