En compañía de las comadres / Luis Zapata

Dos razones nos congregan aquí esta noche: el aniversario número cincuenta de José Dimayuga y la nueva edición de Afectuosamente, su comadre, que acaba de aparecer bajo el sello de Quimera. Dos motivos para felicitar al dramaturgo y novelista, o para felicitarnos: al fin y al cabo, somos nosotros quienes disfrutamos de lo que escribe, de lo que ha escrito en su ya larga trayectoria.
     Lo primero que me viene a la mente al pensar en José Dimayuga es la palabra pericia. El diccionario la define como la habilidad, la «cualidad del que es experto en alguna cosa». Y el terreno en el que Dimayuga se mueve como pez en el agua es el de la escritura: no en balde lleva tantos años dedicado a darnos excelentes textos dramáticos, además de ¿Y qué fue de Bonita Malacón?, que constituyó su afortunado debut como novelista.
     José Dimayuga parece haber descubierto que lo importante, y lo disfrutable, de la escritura no es sólo el estallido gozoso de la inspiración, sino también la lucha paciente con las palabras, las múltiples revisiones y correcciones que exige todo trabajo creativo. ¿Para qué? Simplemente por el gusto de hacer las cosas, y de hacerlas bien.
     Por la manera en que fluyen los diálogos y las situaciones de sus textos, cualquiera diría que los escribe de un tirón y que desde un principio adoptan su forma definitiva. Pero no es así: esa impresión de espontaneidad es producto de un trabajo minucioso y de una dedicación envidiable. Dimayuga convive con sus textos el tiempo necesario, los corrige y los vuelve a corregir innumerables veces: al contrario de muchos otros autores, no tiene prisa por publicar, ni por ver en escena sus obras. Hace bien, pues no ignora que cada obra, cada novela tiene su propia maduración, que en muchas ocasiones interrumpe el precipitado afán de darla a conocer.
     El lenguaje de Dimayuga parte de un sustrato realista y se nutre del habla coloquial, que recrea a la perfección, pero va más allá: tiene una inagotable inventiva y es pródigo en juegos de palabras, en sabrosos regionalismos y leves arcaísmos, lo que se traduce en un estilo personalísimo de expresión: imposible confundir una obra de José Dimayuga con la de otro autor. El ingenio está presente en todos sus textos, incluso en los que abordan temáticas consideradas difíciles, como el secuestro, el incesto o el crimen.
     Es evidente, pues, que me gusta todo lo que ha escrito José Dimayuga, pero con Afectuosamente, su comadre me unen lazos tan sólidos y duraderos como los de la verdadera amistad. Desde mi primera lectura, me encariñé con sus protagonistas, como suele pasarnos cuando leemos una novela en que los personajes, rotundos y vivos, parecen estar por encima de otros aspectos: con tanta fuerza se nos imponen. A la admiración suele aunársele en estos casos una comprensible y benigna envidia, como si nos dijéramos algo casi imposible: «¡Qué ganas de que esos personajes fueran míos!». Pero no sólo me gustaron los personajes de Afectuosamente, su comadre; también me atrajeron el tema y la historia: dos personas diametralmente opuestas entran en contacto debido a un accidente, porque no podrían haberse conocido de otra manera, y se ven forzadas a una convivencia por momentos difícil pero en la que surge primero la curiosidad por el otro, luego la aceptación y finalmente la amistad: toda una lección sobre la tolerancia. No olvido, por supuesto, que José Dimayuga me dedicó esta obra de teatro cuando se publicó por primera vez en Tierra Adentro, lo que estrechó aún más mis lazos con esas «comadres del dedo chiquito» y con su autor.
     Mi historia con Afectuosamente, su comadre podría haber terminado ahí, o al salir del teatro después de verla exitosamente representada por Tito Vasconcelos y Mónica Serna. Habría terminado ahí si me hubiera conformado con ser lo que solemos ser todos ante un texto que nos gusta: un lector o un espectador. Pero quise prolongar el trato con las comadres de otra manera.
     No sé si se me ocurrió a mí o si fue idea de la actriz Malena Steiner. Sí recuerdo que fue en Acapulco, hará cosa de diez años, cuando Malena y yo platicamos por primera vez sobre la posibilidad de hacer en video Afectuosamente, su comadre. Parecía cosa fácil: teníamos la cámara, prácticamente podía grabarse todo en una sola locación, Malena estaba puestísima para hacer el papel de la Maestra, yo me moría de ganas de dirigir algo, y sólo necesitábamos un actor que encarnara al travesti. No hacía falta nada más, o eso creímos. Bueno, quizás adaptar la obra a otro medio diferente del teatral, pero ya pensaríamos después en eso. No tardamos en empezar las lecturas con un amigo actor que finalmente se separó del proyecto. Varios meses después conocimos a Enock Rodríguez, un joven chelista y actor con el que emprendimos otros proyectos en video. Enock parecía idóneo para el papel de Vicky, el travesti de Afectuosamente, su comadre. Platicamos, hicimos planes y nos propusimos hacer pronto el video basado en la obra de Dimayuga. Sin embargo, me cayó el chahuistle de la depresión y nos olvidamos del asunto. Pero Malena Steiner es Tauro, como yo, y dicen que cuando a un Tauro se le mete algo en la cabeza, no descansa hasta que se sale con la suya. En este caso resultó cierto, y cuatro años después decidimos, ahora sí, por fin, sacarnos la espinita y ponernos a trabajar en serio.
     Lo primero que había que hacer era escribir un guión. Y el primer reto del guión, o el más importante, era reducir las acciones y los parlamentos del libro, que funcionaban muy bien en escena pero resultaban excesivos para su versión en imágenes, cuando uno parece tener a los personajes demasiado cerca. Si la obra teatral tiene un ritmo más pausado y con frecuencia hay que reiterar las cosas para hacérselas ver y oír al público, el cine (o el video, en este caso) es el dominio de la elipsis: el tiempo pasa de otra manera y a veces basta con sugerir algo sin mostrarlo. Pensé que escribir el guión iba a ser muy difícil, que me resultaría imposible conservar la esencia de los personajes. Pero en realidad fue bastante fácil. El mérito no me lo atribuyo, por supuesto: descubrí con sorpresa que los dos protagonistas de Afectuosamente, su comadre estaban presentes incluso en los diálogos más breves, en sus exclamaciones, hasta en las onomatopeyas que a veces empleaban: con tal destreza estaban construidos a través de su lenguaje que no parecían dañarlos los grandes cortes que debían hacerse para trasladarlos a otro medio. Lo pensé dos veces antes de sacrificar algunos episodios del pasado de los personajes, que se cuentan entre ellos, pero me dije que lo más importante era lo que vivían en el presente. Tuve que eliminar también algunos chistes muy buenos y condensar ciertas acciones. Pero era obvio que no podía conservar todo lo que me gustaba de Afectuosamente, su comadre: habría resultado una película de tres o cuatro horas. Dice Borges que cuando un texto es bueno, no lo dañan las erratas, los saltos, ni siquiera las malas traducciones. Quise pensar que lo que yo hiciera con mi traducción de la obra de Dimayuga a otro medio no la afectaría, como tampoco la afectarían los múltiples errores que la inexperiencia y las limitaciones me hicieran cometer.
     Cuando terminé de escribir el guión, se lo di a leer a José Dimayuga. Me dio gusto que no le pusiera ninguna objeción: entiendo que fue porque siguió reconociendo a sus personajes y sus voces.
     Las lecturas, los ensayos y las grabaciones de nuestro modesto largometraje prolongaron la convivencia con las comadres: aunque no dejaban de sorprendernos algunos matices de sus personalidades y de su lenguaje, llegamos a conocerlas mejor y a disfrutar siempre de su amena compañía. Creo sinceramente que Vicky y la Maestra nos contagiaron algo de su buen humor y de su optimismo, pues nunca hubo la menor fricción ni caímos en el desánimo ante las dificultades que se nos presentaron. Al contrario, trabajamos con entusiasmo y energía, y encontramos el apoyo de muchos amigos que emprendieron desinteresadamente esa aventura con nosotros.
     En todo proyecto que nos apasiona hay algo de enamoramiento, y en todo enamoramiento está la voluntad de pasar el mayor tiempo posible con nuestro objeto del deseo. Recuerdo que no me cansaba de ver las escenas recién editadas de Afectuosamente, su comadre, no por un ejercicio de narcisismo, sino por el legítimo placer que produce ver concretado algo que en un principio sólo fue una intención. Pero creo que en el fondo también me complacía darme cuenta de que se había vuelto realidad mi deseo expresado antes: «¡Qué ganas de que esos personajes fueran míos!». Pues sí: la Maestra y Vicky ya me pertenecían en cierta forma, como también les pertenecían, les pertenecen a todos los que han estado en mayor o menor contacto con ellas, y aquí incluyo a los lectores, me incluyo como lector: todos somos amigos de las comadres, que llegaron a nuestras vidas para transmitirnos su inalterable afabilidad y su alegría. A mi felicitación inicial por su cumpleaños y por la nueva edición de Afectuosamente, su comadre, añado ahora un agradecimiento a José Dimayuga por la gran cantidad de personajes que nos ha regalado a través de sus escritos y por permitirnos hacerlos nuestros.
    
     Texto leído en el homenaje a José Dimayuga durante la Feria del Libro de Minería.

 

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