La conspiración de los gemelos / Rodolfo Hinostroza

Todo comenzó con una traición. El Emir El Fasher, de uno de los califatos petroleros del Golfo Pérsico, acababa de descubrir una conspiración contra su vida, encabezada por su Primer Ministro, que era al mismo tiempo su primo hermano. Después de hacer rodar su cabeza, y la de sus coaligados, se encerró en su palacio, a meditar. Convocó a los viejos imanes, a los sabios eruditos, a los filósofos educados en las grandes universidades occidentales, y los colegios coránicos, y los conminó a revelarle la verdadera naturaleza de la traición. ¿Era el hombre naturalmente malvado? ¿Eran todos los hombres real, o potencialmente traidores? ¿Se podía confiar absolutamente en alguien? La asamblea convocada por el Emir se encerró durante varias semanas tratando de hallar una respuesta, pero sus encarnizadas discusiones se revelaron estériles: nadie pudo decirle a ciencia cierta al soberano sino que Alá era el único ser absolutamente confiable, dejándolo librado a la incertidumbre.
    Fue un aventurero, vagamente rumano, Otakar Enescu, quien, jugando ajedrez con el Emir, le dio la ansiada respuesta: «¿Qué importa»,  dijo «que el hombre sea bueno o corrompido por naturaleza? Lo que usted necesita es, simplemente, tenerlo bajo total control, para impedirle que sea tentado por la traición».
    «A nadie se le puede controlar completamente», repuso el soberano, fastidiado.
    «A los mellizos, sí», repuso Enescu, «pero tienen que ser del mismo óvulo, para que tengan idénticas reacciones». «Cómo así?», repuso el Emir. «Si su majestad toma a uno de los mellizos como Primer Ministro, y encierra al otro en prisión donde médicos y psicólogos chequeen sus reacciones las 24 horas del día, su ministro no podrá traicionarlo, porque el mellizo lo delatará mucho antes, sin quererlo».
    «¿Es seguro eso?», dijo pensativo el Emir.
    «Sí, pero le repito que para eso tienen que ser mellizos univitelinos, nacidos del mismo óvulo, pues sólo así tienen reacciones idénticas».
    Al cabo de un mes juramentaba el nuevo gabinete, compuesto, en su totalidad, por hermanos mellizos univitelinos: uno de ellos vibrando de emoción en el estrado, y el otro vibrando de temor, en una prisión dorada, acondicionada en los sótanos del palacio, controlado las 24 horas por personal médico especializado. El sistema marchó estupendamente bien: cotidianamente el Emir revisaba informes sobre sus prisioneros, y así podía conocer íntimamente los estados de ánimo de sus ministros, adivinar sus intenciones, e impedir toda traición. Por otro lado, vista la eficacia del sistema, toda pareja de hermanos mellizos tenía su porvenir asegurado en la Administración Pública, donde podía aspirar a los más altos rangos, menos, naturalmente, al de Jefe de Estado.
El mundo árabe, continuamente convulsionado por movimientos extremistas y conspiraciones palaciegas, comenzó poco a poco a adoptar el sistema —que desde entonces se conoció como Sistema Pérsico—, con admirables resultados, pues se logró la estabilización del Ejército y del Aparato de Estado. Sólo así se pudo realizar el sueño del Panislamismo, y pronto todos los países árabes se unieron bajo un solo Gobierno, el del Emir Ben Kassala.
    De allí en adelante, las cosas se sucedieron muy rápidamente: la democrática Unión Europea desgarrada por el terrorismo y las luchas de las minorías étnicas se adhirió al Sistema Pérsico, y pronto el Parlamento Europeo pudo decretar la unificación del Viejo Continente, con mellizos presidiendo a cada uno de los países de la Unión, y bajo la presidencia del mellizo Giuliano Cavenetia. Todos los aparatos industrial-militares y administrativos fueron confiados a los mellizos. Y poco a poco todo el mundo se convirtió al Sistema P.
Hacia 2019, el planeta se había dividido en siete grandes regiones administrativas: América Latina y Antártida, América del Norte y Ártico, Europa y Groenlandia, África Islámica, África del Sur, Asia, Australia e Islas. Al año siguiente, un golpe de Estado blanco, simultáneo y pacífico, puso a la cabeza de cada uno de los siete gobiernos a un mellizo, que hasta entonces había sido privado de los máximos poderes.
    Poco después corrió por el mundo entero un atroz rumor, y es que, el inventor del Sistema Pérsico, el aventurero Otakar Enescu, tenía seis hermanos gemelos —eran séptuples— y que eran ellos los que ahora gobernaban el mundo bajo diferentes identidades: siete rostros disfrazados por la cirugía plástica, un solo y totalitario espíritu.

 

 

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