Fisiología del cuento / Arturo Vallejo

I. Boca arriba

Cuando la princesa encontró un sapo suficientemente verde y feo, decidió no dejarlo escapar.

No te fijes en las apariencias, le dijeron los reyes, sus padres; con un solo beso, la consolaron, se convertirá al instante en un hermoso príncipe que te hará feliz por siempre.
    Y jamás.

Princesa abre las cortinas de su habitación: codo, palma, mentón, ojo, ventanal, gente, edificios, autos, gente, departamentos, gente, nube: eso se llama ensoñación.

Desde pequeña, Princesa había decidido guardarse para su príncipe, y soñaba con ese beso —húmedo, viscoso, verde— que transformaría su vida.
    Así que se puso a leer libros y revistas y a ver películas para saber cómo era que se daba ese beso.

Princesa y Sapo se casaron y él la llevó a vivir a la torre más alta de su castillo.

Bien iluminado, sala, comedor, dos recámaras alfombradas con clóset, baño con cancel, cocina equipada, zotehuela, en tercer piso, con elevador, buena ubicación.

Emocionada, Princesa no podía esperar.
    Y cuando estuvo lista, cuando llegó el momento del beso, recordó lo que había aprendido en libros y revistas y películas. Se arrodilló y abrió la bragueta de Sapo. Tomó su pene y lo abarcó con las cinco yemas de cada mano. Sintió el calor, la textura, de la piel flácida, el glande prominente. Lo acarició hacia arriba y hacia abajo. Suavemente. Cerró los ojos, apretándolos fuerte. Acercó sus labios hasta la punta y se la metió a la boca. La metió y sacó rítmicamente. Sincronizó el movimiento de las dos manos. Su lengua acarició el glande, que le pareció una fresa. Princesa probó el líquido preseminal que salió por la uretra. Le supo amargo. Pero no estaba mal. Cogió la base del pene y subió y bajó.
    Y subió y bajó.
    Y succionó.
    Succionó una y otra vez.

Suena el tráfico afuera. Suenan los enseres de cocina de los vecinos mientras lavan los trastes. Suena un programa de televisión allá, en la estancia.

Princesa abrió de nuevo los ojos y miró el mentón de Sapo. Miró después el cuello y el estómago. Después miró hacia el mentón otra vez. Sapo bajó la cara: su mirada daba hacia el infinito.
    Entonces, Sapo la tomó por los hombros, la levantó, la llevó a la cama, la puso boca arriba y la penetró.
    Muslos, pelo, sudor, manos, pechos, lunares, pezones, nalgas, semen; acariciar, meter, sacar, lubricar, extraer, mirar el techo: eso se llama sexo.
    Eso fue todo.

Princesa sabía que debía ser paciente.

Sapo sentado en el sofá; a su lado: plato con chicharrones, cerveza y Princesa.
    El partido está por comenzar.

Pues en el interior de Sapo vivía un príncipe. Esperando salir.

Sapo toma el control remoto de la televisión: apunta, presiona power, enciende.

Por eso Princesa siguió preparándose con libros y revistas y películas. Intentaba besar a Sapo en la cocina, en la sala, en el patiecillo de lavado, hasta en el estacionamiento. Dentro y fuera del auto. Y no sólo chupaba el glande y agarraba el pene con la mano, pues sabía bien por sus lecturas que ésa no era la práctica favorita de los príncipes, se lo metía entero a la boca.
    Y cada vez Sapo la tomaba por los hombros, la levantaba, la llevaba a la cama, la ponía boca arriba y la penetraba.
Inclinadamente, concentradamente, desordenadamente, titubeantemente, apresuradamente, distraídamente.
    ¿Dolorosamente?

Así que Princesa esperó…

Sapo mira televisión. Princesa lo mira a él.

…y esperó…

    Princesa le da un furtivo beso en la mejilla a Sapo. Pone la mano en su pantalón, sobre el bulto de su pene. Voltea para ver el resultado.

…y esperó…

…y esperó…

Y esperó.

 

II. Alejamiento

Cuenta Robert Darnton que los campesinos franceses contaban esta versión alrededor del hogar:

Cuando la niña (no hay caperuza, ni roja ni de ningún otro color) llega a casa de su abuela (que no estaba enferma), la recibe un lobo disfrazado con un camisón, quien le da a comer la sangre y la carne de la anciana haciéndola pasar por vino y carne de algún animal (un animal que no fuera un ser humano, se entiende). El gato de la abuela le grita entonces: «¡Cochina, has comido la carne y bebido la sangre de tu abuela!». Y uno no puede menos que preguntarse por qué la niña sigue comiendo. Cuando termina, el lobo le ordena que se quite la ropa. Ella se quita el delantal, primero, y lo quema en la chimenea. Se quita el corpiño, luego, y lo tira también. Sigue la falda. La ropa interior. Las calcetas. La niña se mete desnuda a la cama, con el lobo, y todas sus prendas van a parar al fuego.

No las necesitará más.

 

III. Transgresión

Hay tantos elfos, que no hay princesas para todos: Fernando Pessoa

 

IV. Una calcomanía en forma de ballena

Para salvarse, la sirenita tenía que enterrar un cuchillo en el corazón de su amado.

Era la más joven de la casa. Como todas las sirenas, sus botas mineras estaban decoradas con una calcomanía en forma de ballena.
    Para los demás era una persona extraña y pensativa.

Sirena estaba aburrida de tomar, besar, lamer, acariciar y tallar peces. Se había enamorado de un príncipe de la tierra seca, pero sabía que pertenecían a mundos diferentes.
    Decidida a enamorarlo, guardó sus botas mineras en el armario. Se puso una minifalda. Se peinó el cabello. Se pintó los labios. Cuando Sirena se miró al espejo, encontró la imagen de alguien más. Alguien que dejaba ver sus piernas. Alguien que no se veía mal.
    Para terminar, Sirena se puso zapatos de tacón.

Un. Dos. Tres. Un. Dos. Tres.
    Con cada paso, mil cuchillos en las plantas de sus pies.

Sirena había conocido a Príncipe cuando estaba atrapado en una terrible tormenta.
    Sentada frente a Príncipe, estaba Prometida. Discutían. Prometida levantó una copa de vino, blanco. Prometida tiró el contenido hacia el rostro de Príncipe. Prometida tomó su bolsa y se alejó de este cuento.
    Y así fue que Sirena había decidido salvar a Príncipe.
Príncipe llevó a Sirena a su castillo.

Dos niveles. Acabados de alta calidad. Pisos de madera de bambú. Baños de mármol. Cocina integral. Terraza agradable. Metros cuadrados: 107. Recámaras: 3. Baños: 2. Vista panorámica. 2 elevadores.
Casi nuevo.

Sirena sintió que algo le tocaba la pierna y subía por dentro de la minifalda hasta sus nalgas. Era la mano de Príncipe que acarició y apretó. Príncipe rodeó su cintura, acarició sus piernas de nuevo. Ella podía sentir un bulto en medio de su región pélvica. Sus lenguas trazaron círculos una alrededor de la otra, como peces; con la punta le acarició el paladar y los dientes. Ella abrió la bragueta, tomó su pene húmedo y jugó con él. Él metió un dedo en medio de los muslos y lo hizo girar hasta que ella se mojó completamente. Príncipe volteó a Sirena: subió la falda y bajó la ropa interior.
    Mordió el cuello de ella. Sirena estaba que escurría. Príncipe apretó el pene contra las nalgas de ella y buscó una entrada. Sirena se agachó contra el piso y se puso de rodillas. Sintió la punta en su vagina y cómo entraba, poco a poco el himen se fue desgarrando. Cerró los ojos. Al poco rato ya lo tenía muy adentro. Sirena se arqueó, quiso gritar y no pudo. Un hilo de sangre bajó por sus piernas. Príncipe entró y salió, navegando dentro de ella. El vientre de él pegaba una y otra vez contra sus nalgas, cubiertas de un vello delgado como durazno.
    Flexionar, presionar, tallar, encender, apagar, abrir, cerrar, respirar, temblar, voltear, abrazarse, meter, sacar, ¿sobar?
    Sobar.
    Eso también se llama sexo.

Poco a poco, los objetos personales de Sirena ocuparon un lugar en el castillo: algunos cambios de ropa, un repuesto de desodorante y un champú.

Sirena amaba a Príncipe profundamente. Él la quería tanto como podía.

Una vez a la semana Sirena se metía a la tina, se sumergía en el agua y retozaba. El dolor en sus pies cedía. En su memoria, el océano cada vez estaba más lejos.
    Cuando estaba suficientemente limpia y fresca Príncipe se desnudaba y se zambullía. Tomaba a Sirena de la cintura y la besaba. La lengua de Príncipe la penetraba, ella mordía. Con una mano él le acariciaba las nalgas, con la otra le amasaba los pechos, pellizcaba sus pezones. A través del agua ella podía ver cómo crecía la erección, sus testículos se veían oscuros. Ella bajaba la mano para tocarlos. Jalaba el pene, lo exprimía. Lo soltaba. Así permanecían minutos enteros: él pinchando el clítoris, ella apretando el pene. Entonces la punta se acercaba a su vagina. Sirena levantaba las piernas y rodeaba con ellas el cuello de Príncipe, el glande no tardaba en estar dentro. Escapaban de su garganta sonidos secos, indescifrables, mientras levantaba la pelvis para dejar que él entrara lo más posible y luego se retirara, para después volver, en repetidas embestidas hacia delante y hacia atrás.
    Sirena por fin podía emitir un profundo gemido.
    Afuera, el ruido de los autos al pasar se asemejaba al que hacen las olas de mar al romper.

Una de esas noches, entre el meter y sacar, Sirena escuchó a Príncipe murmurar el nombre Prometida.
    En ese justo momento Sirena sintió que el pene de Príncipe se convulsionaba y eyaculaba. Estaban ambos todavía dentro del agua.

Sirena abre los ojos.

Sirena sintió que se moría. Sabía que, para salvarse, tenía que enterrar un cuchillo en el corazón de Príncipe, antes de que amaneciera.
    Incapaz de asesinar al hombre que amaba, la sirenita decidió sacrificarse a sí misma.

Príncipe duerme plácidamente entre sus sábanas. El lugar junto a él está vacío.

Sirena decidió desaparecer para siempre.
    Como espuma en el mar.

Mientras tanto, Príncipe siguió dormido.

 

V. transfiguración

Al igual que las entradas y las salidas, los principios y los finales están sobrevalorados.

 

 

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