Tan sólo un muñeco / Ana Paula Orozco

Preparatoria 10

Puedo recordar que ese día vi al Sr. Yaren saliendo de su apartamento, vestido de negro con un maletín muy peculiar del mismo color; su respiración era rápida y su caminar muy decidido, como si estuviera huyendo de alguien. Después de dos segundos decidí seguirlo para ver qué era lo que ocultaba.
    Recuerdo que ese mismo día se escucharon estruendosos gritos, aún me da terror recordarlos. Los gritos provenían del apartamento del Sr. Yaren, quien salió del edificio con miedo y desesperación.
Ese día lo seguí con gran cautela para que no lograra verme. Lo perseguí hasta un banco, donde sacó mucho dinero y lo guardó dentro de su saco; muy sospechoso, siguió caminando por una calle y otra hasta llegar a un callejón viejo y abandonado. Ahí se hallaban unos conductos o pasadizos que daban hacia abajo. Al entrar en ellos me di cuenta de que la luz era tenue y con dificultad podía ver su interior, pero mi curiosidad era más poderosa que mi miedo y decidí seguir adelante.
Las preguntas eran muchas y las repuestas pocas. En lo que caminaba cada vez más adentro de aquel pasadizo, más me intrigaba qué escondía el Sr. Yaren en el maletín. Dejé de romperme la cabeza con tantas dudas y observé un pequeño destello de luz que salía de una compuerta que se hallaba en el techo. En eso oí unas pisadas que se alejaban y pensé: “¡Es el Sr. Yaren!”. Miré hacia arriba y pude ver unas escaleras, por las que subí hasta llegar a una calle que ni siquiera sabía que existía; miré alrededor y noté que no había nadie en la calle, sólo estaba yo.
     Caminé lentamente hasta doblar la esquina y a lo lejos pude ver al Sr. Yaren corriendo como si alguien lo persiguiera. Entonces me pregunté si me habría visto. Corrí con todo lo que mi cuerpo me pudo responder y, cuando estaba a punto de alcanzar al Sr. Yaren, de pronto caí; fue la caída más dolorosa de mi vida, sin embargo, lo que más me dolía eran  las dudas.
    Me levanté como pude y corrí hasta donde se encontraba el muelle de la ciudad. A la distancia alcancé a ver que el Sr. Yaren se había subido a un bote y éste no arrancaba. El Sr. Yaren, muy enojado, se bajó del bote y se fue directo hacia el almacén de la ciudad.
     Lo seguí hasta ver que entraba allí, yo entré después. El lugar estaba lleno de muñecos extraños, unos feos, otros con caras deformes, otros con ojos tan reales que parecía que me observaban; cada uno de los muñecos tenía características atroces. Me acerqué lentamente a donde se hallaba el Sr. Yaren gritándole a un muñeco, lleno de ira y desesperación. Le gritaba como si el muñeco pudiera escucharlo. Y más extraño era que le reclamaba sobre una situación que yo no entendía.
     Cuando los gritos cesaron, observé al muñeco, que estaba sentado en el piso, inmóvil, como era de esperarse. El Sr. Yaren tomó el muñeco y lo metió al maletín, salió por la puerta y se dirigió nuevamente hacia el muelle; ahí, gritando, lanzó el maletín al mar. Aquello logró asustarme, pero las respuestas que buscaba las encontraría un poco más tarde, cuando seguí al Sr. Yaren hasta su apartamento, donde permaneció encerrado como una hora. En lo que lo esperaba me metí a mi apartamento, ubicado justo al lado del suyo.
Me senté en un sillón con mi mente aún llena de dudas. Mientras esperaba, se escucharon más gritos que salían del apartamento del Sr. Yaren, pero éstos se oían como si alguien llorara desesperado. Salí rápidamente y llamé a la puerta, pero creo que por tanto ruido no escuchó los golpes en la puerta. Me tomé la libertad de entrar, miré alrededor y fui hacia la recámara. Al asomarme vi al Sr. Yaren sollozando, o más bien llorando; le pregunte qué ocurría, pero ni siquiera podía pronunciar palabra. Pensé que su mente se había desvanecido, después me dijo una sola palabra, que me intrigó: “Muñeco”, apuntando hacia el muñeco que estaba ahí sentado. Miré hacia donde indicaba, al sillón donde estaba el muñeco con sus ojos saltones y su ropita de niño. Todo parecía en orden.
     De repente, el Sr. Yaren se desvaneció. Yo no tenía idea de qué hacer y llamé a una ambulancia. Después de dos segundos me vino a la mente que en el maletín que había arrojado el Sr. Yaren al mar se encontraba el muñeco. ¿Cómo había llegado el muñeco hasta allí si era casi imposible encontrar algo perdido en el mar? Luego me sobrevino el terror, y aun más al darme cuenta de que ¡el muñeco no estaba!
Con miedo, corrí a pedir ayuda, pero no encontré a nadie, ni siquiera al vigilante de los apartamentos. Pensé que eso no podía ser real, pero era demasiado evidente como para que no lo fuera. El Sr. Yaren estaba muerto y yo pensaba que la culpa era de ese muñeco, a pesar de que mi mente insistía en que era sólo un muñeco.
     Con el miedo erizando mi piel, entré a mi apartamento; allí estaba el muñeco sonriéndome, sentado sobre el sillón. Entonces cerré la puerta y desperté de aquella pesadilla.

 

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