Felicitaciones, Charles H. Webb, usted acaba de ganar diez millones de dólares / Charles Harper Webb

     A pesar de mi doctorado en Psicología Clínica, de mi alta puntuación en el CENEVAL, menciones Summa Cum, llaves de la Hermandad Phi Beta Kappa, tarjeta de Mensa,
     A pesar de los Monos Marinos ordenados por correo que no hablaban, bailaban ni saltaban de árbol en árbol, y no eran monos, sino miserables camarones de agua salada—
     A pesar del submarino propulsado con bicarbonato que, en la tele, nadaba como un mini-Nautilus, pero se jaloneaba al fondo de mi bañera como un gobio herido sangrando burbujas de sodio—
     A pesar del «Balneario Hawaiano para Lunas de Miel» que se veía grande y lujoso en el tríptico, pero terminó siendo un calabozo remodelado junto al rastro más grande de Kauai—
     A pesar del último juego del Torneo del Club de Padres, las bases llenas, dos fueras en la novena, cuando abaniqué tres lanzamientos, todos bolas—
     
     Y la vez que Carlie Farrell, la líder de porristas en Hoover High, me invitó a salir porque la «inteligencia es sexy», y tuvimos tres citas en dos semanas, y cuando finalmente intenté besarla, retrocedió, y confesó que yo era una treta para que su novio futbolista la aceptase otra vez—
     A pesar de esperar de sol a sol toda la semana la llamada que mi agente literario juró que me haría rico—
     Y correr del trabajo a casa durante un mes entero, seguro de encontrar felicitaciones del Fondo Nacional para las Artes—
     A pesar de los 100 currículos membretados que envié por correo, y ninguna entrevista—
     A pesar del cinismo por el que soy reconocido, el ingenio ácido, la réplica mordaz, el desdén que deja a su presa retorciéndose como una flecha que traspasa la vesícula (ya quisiera)—
    
     A pesar del día en que, harto de las cartas de las agencias de tiempo compartido que anunciaban «Usted definitivamente ha ganado un premio», abrí una marcada con «Notificación de Premio, Personal y Confidencial, Entrega Individual PRIORITARIA», leí sobre el Gran Premio, una Winnebago, leí (en impresión microscópica) la declaración de probabilidades legalmente requerida, encontré la prima con probabilidades de 9’999,996 a 10’000,000 —una cámara— y supe que había «ganado» y que, por aburrimiento y rencor, conduje hasta el mentado «complejo exclusivo» donde podría «poseer mis propias vacaciones» en el Valle Antelope —olvidado por Dios— donde vi el charco de lodo que llamaban «lago», y las pocilgas-en-pontones que llamaban «casas flotantes» de camino a la entrada, y dije al guardia que iba a reclamar mi Winnebago—
     A pesar de ser referido al vestíbulo, del cual se escabullían vendedores en poliéster sudado pastoreando a los Canosos Distinguidos, cuando yo pasaba despotricando «Definitivamente gané una Winnebago. Estoy aquí para reclamar mi premio», demandando «¿Dónde está mi Winnebago?» negándome a «tranquilizarme» o a ser convencido de que no había ganado—
     A pesar de que el mandamás me condujo a su oficina, explicando que había ganado una «cámara autoajustable de 30 milímetros» con la que podría partir después de «experimentar» una «presentación» de 90 minutos, pero repetí «No, ¡una Winnebago! Eso dice aquí», hasta que el infeliz suspiró, «Veré qué puedo hacer», desapareció, y regresó con un guardia armado y un empaque etiquetado: CÁMARA, con el que el guardia me guió afuera, entonando «Señor, voy a tener que pedirle que se vaya», y yo subí a mi auto, destrocé el paquete, vi la cámara de plástico con su listón de hule para el cuello, y exclamé «Este pedazo de mierda —¿esto es mi premio?» antes de patinar mi Ford Striver y alejarme en el estrépito—
     A pesar de todo eso, e incluso aunque sabía que la gente de la tercera edad ha drenado los ahorros de sus vidas para volar a Florida y reunirse con los Reyes de los sorteos de promoción de revistas, Dick Clark y Ed McMahon, y recaudar los millones que los pobres zoquetes piensan que ganaron—
     Incluso aunque sé que los escritores, abogados y psicólogos trabajan jornadas de ocho horas acuñando frases para incitar, atraer, emocionar, confundir y embaucar a pendejos para que compren revistas—
    
     Incluso aunque, un día desesperado cuando una sucesión de rechazos, a martillazo limpio, bajó mi guardia, abrí una carta de sorteo marcada: CORRESPONDENCIA URGENTE, ASESORÍA SOBRE PREMIO NO ENTREGADO, ABRA INMEDIATAMENTE, y después de haber resuelto el ACERTIJO PARA BONO DE $50,000, al quitar de una hoja de estampas tamaño lona que tenía los nombres y precios de revistas, las tres estampas que, acomodadas subsecuentemente, dicen «Gane un Nuevo Cadillac Seville», y después de quitar la calcomanía que cubría mi premio potencial —1,000, 10,000, ó 1’000,000 de dólares en efectivo— y encontré que me correspondía el millón, y después de haber adjuntado la forma del ACERTIJO PARA BONO DE $50,000 y la etiqueta del NÚMERO DE RECLAMO DEL PREMIO en el sobre especial, y escarbé entre los papeles hasta que encontré la «etiqueta de entrega», y la adjunté, pero también encontré un sobre escarlata etiquetado: «Abra Sólo Si NO Ordenará», y leí, «¿Usted realmente cree que nos gusta dar premios a la gente que no coloca órdenes?» y descubrí que, si quería proceder con mi precipitado, lastimero y antiintelectual acto, debía leer las Reglas Oficiales, así que escarbé de nuevo entre los papeles, encontré las reglas, y descubrí que debía usar mi propio sobre y mensajería, despegué mis estampas del ACERTIJO PARA BONO DE $50,000 de su forma oficial y las pegué en una ficha bibliográfica en la que debía escribir a mano SIN ORDEN ADJUNTA, y luego enviar todo a una dirección diferente de la del SOBRE OFICIAL PARA RÉPLICA PRIORITARIA DEL PREMIO EXPRESS— 
     A pesar de trozar los papeles en confeti y lanzarlos a la basura, adonde acababa de consignar media hora de mi vida,
     Todavía, cuando veo, en rojo y dorado, tras la ventanilla de celofán en el sobre de oro, FELICITACIONES, CHARLES H. WEBB, USTED ACABA DE GANAR DIEZ MILLONES DE DÓLARES,
     Por un instante no tengo casi cuarenta y cinco, con un disco herniado, calvicie acelerada, una práctica de medio tiempo en psicología que el HMO estranguló, y un Chevy Luv con 113,000 millas, neumáticos rasos, un embrague desgastado, mala compresión, y un bamboleo de bailarina hawaiana;
     No acabo de calificar para una beca de verano, no teniendo otra opción que renunciar a mi trabajo, lo que no puedo permitirme;
    
     Uno de mis mejores amigos y mi madre no tienen cáncer;
     Mi esposa no tiene un sangrado placental que «preocupe» a su médico y nos programó para ver un especialista que acepta brazos y piernas como adelanto;
     No tengo una hipoteca que no podré liquidar a menos de que mi mujer trabaje, lo que no puede por el embarazo y el sangrado. 
    
     ¡No! Estoy en la sala de mi familia la mañana de Navidad, pasando la mirada por el pino cintilante y la bici Schwinn roja;
     Estoy en mi cuarto, mis padres fuera de la ciudad, viendo a mi primer amor —toda ella curvas y albura suave— salir del baño y correr hasta mi cama;
     
     Estoy abriendo, con manos temblorosas, el sobre de vitela de la Universidad Rice, leyendo «Nos complacemos en comunicarle …»;
     Estoy escuchando al anunciador que grita «¡Por favor, Demos la Bienvenida a Saturnalia!» mientras yo subo de un brinco al escenario con mi guitarra en The Catacombs Club, y comienzo «Armadillo Baby» que escribí;
     Tengo el agua hasta los muslos y estoy titiritando en el río Skykomish, son las 5 am., siento mi anzuelo rebotar por el fondo, cuando un tren de carga engancha mi línea, la punta de mi caña se hunde, mi riel rechina, y yo aúllo a las millas de abetos en el bosque «¡Sigue pescando!»;
     Tengo tres años, acabo de despertar de una pesadilla, donde una bruja quiere comerme, y Mamá susurra «Sshh, Cielo. Aquí estoy»,
     Mientras me tapa en su cama donde Papá ronca, y pronto me acurruco hacia el interior de los sueños y la dicha.
    

     Versión de César Silva Márquez, José Rico y Anthony Seidman

    

Congratulations, Charles H. Webb, You’ve Just Won Ten Million Dollars
    
Despite my Ph.D. in Clinical Psych, despite my high SAT and GRE, Summa Cum, Phi Beta Kappa key, and Mensa card, / Despite the mail-order Sea Monkeys that didn’t chatter, dance, swing tree to tree, and weren’t monkeys at all, but miserable brine shrimp— / Despite the baking-soda-powered submarine that, on TV, swam like a mini-Nautilus, but twitched on the bottom of my bathtub like a stricken minnow leaking sodium bicarbonate blood— / Despite the «Hawaiian Honeymoon Hideaway» that looked large and luxurious in the brochure, but proved to be a converted oubliette next to Kauai’s largest slaughterhouse— / Despite the last game of the Dad’s Club World Series, bases loaded, two out in the ninth, when I whiffed on three pitches, all balls— // And the time that Carlie Farrell, head cheerleader at Hoover High, asked me out because «intelligence is sexy», and we had three dates in two weeks, and when I finally tried a kiss, she pulled away, and confessed I was a ploy to make her football-player boyfriend take her back— / Despite waiting dawn to dusk all week for the call my screenplay agent  swore would make me rich— / And rushing home from work for a whole month, sure I’d find congratulations from the NEA— / Despite 100 custom-printed résumés mailed out, and not one interview— / Despite the cynicism I’m notorious for, the acid wit, the scathing retort, the put-down that drops its target writhing like an arrow through the gallbladder (I wish)— // Despite even the day, sick of letters from time-share operations claiming «You have definitely won a prize», I tore one open stamped «Prize Alert, Personal and Confidential, Hand Priority Deliver», read about the Grand Prize, a Winnebago, read (in microscopic print) the legally required statement of odds, found the «premium» with odds of 9,999,996 to 10,000,000—a camera—knew I’d «won» that, but out of boredom and spite, drove to the touted «luxury resort» where I could «own my own vacation» in the godforsaken Antelope Valley, where I saw the mud-puddle they called a «lake», and the shanties-on-pontoons they called «houseboats» as I drove up to the gate and told the guard I’d come to claim my Winnebago— / Despite being referred to the front office, out of which salesmen in sweaty polyester wriggled with white-haired Leisure Worlders in tow as I blazed by, yelling, «I’ve definitely won a Winnebago.  I’m here to claim my prize», demanding «Where’s my Winnebago?» refusing to «calm down» or be convinced I hadn’t won— / Despite the head honcho’s herding me into his office, explaining that I’d won a «self-focusing 30-millimeter camera» with which I could drive away after «experiencing» a 90-minute «presentation», but I repeated, «No, a Winnebago.  It says so right here», until the wretch sighed, «I’ll see what I can do», disappeared, and returned with an armed guard and a package labeled CAMERA, whereupon the guard led me outside, intoning, «Sir, I’m going to have to ask you to leave», and I climbed in my car, tore open the package, saw the plastic camera with its plastic neck cord, and exclaimed, «This piece of turd—this is my prize?» before I goosed my Ford Striver and roared away— / Despite all that, and even though I know that sen-ior citizens have drained life savings flying to Florida to meet the magazine-sale sweepstakes Kings, Dick Clark and Ed McMahon, and collect the millions the poor duffers think they’ve won— / Even though I know that writers, lawyers, and psychologists work eight-hour days turning out phrases to entice, lure, excite, confuse, and bamboozle suckers into buying magazines— // Even though, one desperate day when a string of rejections hammered down my guard, I opened a sweepstakes letter marked URGENT MAIL, UNAWARDED PRIZE ADVISORY, OPEN IMMEDIATELY, and after I’d solved the bonus $50,000 prize puzzle by picking out of a tarpaulin-size sheet of stamps bearing the names and prices
of magazines, the three stamps that, placed together, read «Win a New Cadillac Seville», and after I’d pulled off the sticker covering my potential prize—1,000, 10,000, or 1,000,000 dollars cash—and found that I was up for the 1 mill, and after I’d enclosed the completed BONUS $50,000 prize puzzle form and the prize claim number label in the special envelope, and dug around in the papers until I found the «delivery tag», and enclosed that, but also found a scarlet envelope labeled «Open Only If Not Ordering», and read, «Do you really think we like to give prizes to people who don’t place an order?» and learned that, if I meant to proceed with my rash, miserly, anti-intellectual act, I should read the Official Rules, so I dug through the papers again, found the rules, and learned that I would have to use my own envelope and postage, unstick my BONUS $50,000 prize puzzle stamps from their official form and paste them on a blank three-by-five card on which I must hand-print NO ORDER ENCLOSED, then send everything to a different address from the one on the Official priority prize express reply envelope— / Despite ripping the papers to confetti and hurling them into the trash, where I’d just consigned half an hour of my life, / Still, when I see, in red and gold, behind the cellophane window in the gold envelope, CONGRATULATIONS CHARLES H. WEBB, YOU’VE JUST WON TEN MILLION DOLLARS, / For an instant I’m not almost forty-five, with a herniated disk, accelerating baldness, a part-time practice in psychology strangled by HMOs, and a Chevy Luv with 113,000 miles, bald tires, a slipping clutch, low compression, and a hula-dancer’s shimmy; / I wasn’t just passed over for a summer grant, and have no recourse but to quit my job, which I can’t afford to do; // One of my best friends and my mother don’t have cancer; / My wife doesn’t have placental bleeding that has her doctor «concerned» and has us scheduled to see a specialist who accepts arms and legs as down payment; / I don’t have a mortgage I can’t meet unless my wife works, which she can’t because she’s pregnant and bleeding. // No!  I’m in my family’s living room on Christmas morning, staring past the glittering tree at a red Schwinn bike; / I’m in my bedroom, parents out of town, watching my first love—all white softness and curves—dash out of the bathroom to my bed; // I’m opening, with shaking hands, the vellum Rice University envelope, reading, «We’re delighted to tell you …»; / I’m hearing the announcer roar, «Please Welcome Saturnalia!» as I sprint onstage with my guitar at The Catacombs Club, and tear into «Armadillo Baby», which I wrote; / I’m thigh-deep and shivering in the Skykomish River, 5 a.m., feeling my Okie Drifter bounce along the bottom, when a freight train grabs my line, my rod-tip dives, my reel shrieks, and I howl to miles of spruce forest, «Fish on»; / I’m three years old, waking from a nightmare where a witch wants to eat me, and Mommy’s whispering, «Sshh, Honey. I’m here», / As she tucks me in her bed where Daddy snores, and I soon burrow into blissful dreams.

 

 

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