Una palabra temblorosa / Arturo Gutiérrez Plaza

*  Ensayo introductorio al libro Selected Poems, de Rafael Cadenas (bid & co editor, Caracas, 2009) 

«Me cautiva el lenguaje de los místicos, especialmente, desde luego, el de los españoles. Tienen el don de acuñar expresiones indelebles para comunicarnos un saber, que es más bien, en última instancia, un no saber». Con esta frase, extraída de sus Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística, Rafael Cadenas nos da cuenta de un aspecto esencial de toda su obra poética: la búsqueda de un lenguaje cada vez más sereno y aplomado, debajo del cual podamos sentir el latido de un estado de gracia, de una sabiduría vital en la que el ser alcance el contacto pleno con lo real. Su empeño en esta búsqueda, obsesiva y reiterada, ha propiciado incluso la autoimpugnación, en aquellos momentos en que el hablante poético, investido ocasionalmente con las galas de personaje, se ha declarado víctima del extravío y en acto de «Reconocimiento» ha admitido haber incendiado «los testimonios falaces» y adoptado «la forma directa», en procura no de «estilo, / sino honradez», de «una voz / sin tretas», «sin magia, / sin los aderezos que usa la retórica». Pues si en efecto, en su conjunto, la obra poética de Cadenas se nos ofrece a primera vista como una tentativa a ratos díscola, frecuentada por rupturas, donde en el tiempo se han acumulado y superpuesto una diversidad de modulaciones, registros y formas poéticas (versículos, poemas en prosa, aforismos, epigramas, apuntes, notas, versos breves, etcétera), toda ella se funda y se edifica sobre los mismos pilares, los pocos asuntos que en lo temático la ciñen: el yo como obstáculo o impedimento para lograr un estado de compenetración con la realidad; la otredad en sus múltiples derivaciones (los continuos y amenazantes desdoblamientos y enmascaramientos del yo, pero también la posibilidad de comunión y complementariedad espiritual con la amada, cuerpo y alma afín al deseo místico); la indagación en la experiencia de lo real, en el misterio esencial, no como ideación sino como imperativo de la dimensión sensible del ser; el lenguaje como paradoja: artificio que nos aleja de esa experiencia pero en cuyo fondo permanece latente, de modo inmanente, la posibilidad de vínculo con ella; la atención, la detención en el instante, en el suceder, la celebración de aquello que se revela tras la aceptación de un estado de ignorancia fundamental; o el exilio y el desarraigo como condiciones inherentes al desasosiego de existir, y la nostalgia por un estado primigenio de unidad elemental, trasmutada en ocasiones en una geografía aislada en la que la naturaleza sensual y enigmática sirve como correlato de tal situación anímica.
    Lejos de modas, de afanes experimentales, de pretensiones innovadoras que le permitan exhibir nuevos carteles en la cofradía de los ismos literarios, su tentativa habita un campo que se desentiende de tales pugnas. Sin vocación de escandalizar, duda de su condición de poeta —según dice, «personas algo distraídas» lo «tienen por escritor». Por eso afirma también: «Cuando veo la mayor parte de la poesía que se publica en el mundo siento que estoy lejos de ella. No puedo escribir así, es una sensación. Al lado de eso me veo desmañado. Pienso con admiración en los poetas a quienes, apenas se ponen a escribir, se les llenan las manos de brillos. […] Me sostengo en mi flaqueza. Hablo desde mis deficiencias. Soy simplemente un hombre que no respira bien, y la poesía apenas alivia». Afirmación que condice con algunos de sus versos cuando anota: «Estas líneas / no son poemas. / Respiraderos…». Su búsqueda se inscribe, por tanto, en otros ámbitos, sin querer ser tampoco ni antipoesía ni contrapoesía. Distante también de las invocaciones nacionalistas y desde una perspectiva que supera las estrecheces de lo regional, más que interesarse en su rol como poeta, su pesquisa, en tanto custodio de la lengua, quizás consista en lograr conciliar la palabra y el silencio, no con fines estéticos sino sobre todo como emprendimiento ontológico. Ajeno también a toda disposición órfica, más que canto, música y embelesamiento, busca en la palabra resonancias de su gravedad original. Su tarea, digamos su oficio, es hurgar en el lenguaje aquellas señales que nos siguen hablando desde el silencio, que nos recuerdan la plenitud de ese primer contacto con el
mundo, cuando la faena de la palabra era (des)cubrir, quitar velos: hacer vivencia, experimentar con (y desde) el verbo el misterio esencial de la existencia.
    En este combate y esta paradoja se esconde el impulso religioso que, desentendido de ortodoxias e instituciones, se hace manifiesto en una inocultable devoción verbal que lo obliga, por un lado, a decir, en una emblemática «Ars poética»: «Que cada palabra lleve lo que dice. / Que sea como el temblor que la sostiene. / Que se mantenga como un latido», y por otro a afirmar: «La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué». Esa inevitabilidad y esa insistencia son consecuencia de una urgencia por interpelar al asombro, por inquirir a la vida acerca de su sentido. Con ese propósito su pensamiento ha encontrado cauce tanto en su expresión poética como en su labor ensayística. Y aunque en realidad poesía y pensamiento son términos indisociables en su obra, resulta limitante e insuficiente leer aquélla desde la óptica exclusiva de éste. Así, podría decirse, sirviéndonos de una comparación: si en el caso
de la poesía de San Juan de la Cruz el mismo poeta pretendió impedir la interpretación libre de sus poemas, queriendo dictarle al lector un único sentido, en la de Cadenas será la relevancia de su pensamiento ensayístico la que posibilite la tentación de leer su poesía como simple ejemplificación de su prosa reflexiva. Su poema «Las paces», no incluido en ninguno de sus poemarios y presente en la sección «inéditos» de esta antología, nos muestra a un hablante poético consciente de tal conflicto. Allí dice: «Lleguemos a un acuerdo, poema. / Ya no te forzaré a decir lo que no quieres / ni tú te resistirás tanto a lo que deseo. / Hemos forcejeado mucho. / ¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen / cuando sabes cosas que no sospecho? / […] / Pues siempre me rebasas, / sabes decir lo que te impulsa / y yo no, / porque eres más que tú mismo / y yo sólo soy el que trata de reconocerse en ti. / […] / Poema, / apártame de ti». Texto que, por otra parte, sirve de testimonio de la ardua vigilancia autorreflexiva que ha tensado el «hilo del discurso» tejido por el hablante de esta obra poética, quien a lo largo del tiempo ha elegido desplazarse desde el verbo desbordado y la imaginación alucinatoria presente en uno de sus primeros libros (Cuadernos del destierro, 1960), hasta el ascetismo verbal, dominante y persistente que encontramos a partir de Intemperie y Memorial, ambos publicados en 1977.
    Tal vez la señalada divergencia entre el historial de registros poéticos que se suceden en parte de esta obra y la unidad del pensamiento que la sustenta encuentren en una figura como la del poeta británico John Keats la simbolización de esa aparente y ocasional dualidad entre el decir y el pensar. En su libro ensayístico Realidad y literatura, Cadenas acude a una célebre carta escrita por el poeta inglés a Richard Woodhouse para plantear la oposición entre el «camaleón poeta», aquel que choca al «filósofo virtuoso» y que «carece de identidad desde el momento en que se ve continuamente en la necesidad de ocupar el cuerpo de otro», y la otra especie distinta de poetas, la «egotista sublime» representada por Wordsworth. Cadenas privilegia la opción de Keats por cuanto ella supone la aceptación, por parte del poeta, de la anulación del ego, a fin de hacerse en y con los otros. Cualidad que lleva a Keats a admitir que «ninguna palabra que yo pronuncie puede ser considerada como una opinión proveniente de mi identidad; ¿cómo podría serlo si carezco de naturaleza?». Tal deseo de anulación del «yo» implica no sólo el ansia de la «nada» («Sé / que si no llego a ser nadie / habré perdido mi vida», nos dice Cadenas en un texto de Memorial), sino también el peligro de la adecuación mimética al imperio de lo otro, donde cabe también la dicción poética. Y, en efecto, en un recorrido por los libros que conforman la primera parte de su obra (Cuadernos del destierro,1960;
    «Derrota», 1963; y Falsas maniobras, 1966) encontramos un lenguaje y un universo simbólico que aunque sin duda están regidos por el peso de la impronta de lo que podríamos llamar «la gravedad verbal» de toda la poesía de Cadenas, registran también el claro influjo de voces como las de Rimbaud, Ramos Sucre, Pessoa o Michaux, lecturas que en su momento le fueron cercanas. Sin embargo sus filiaciones mayores las encuentra —según lo ha expresado—, más que en la poesía, en las posturas vitales y en la visión de mundo de poetas y escritores como Rilke, Whitman, D.H. Lawrence o Aldous Huxley, artistas en los que percibe una búsqueda —a través de la literatura— «que trasciende la literatura» y que de algún modo él emparienta con lo que ha sido su propio postulado: «La labor de aprender a ser nadie».
    Ese reclamo permanente de anteponer la vida a lo literario es el que señalará, en buena medida, el curso de su obra poética: viaje del desborde verbal al ascetismo; de la catarsis y el embrujo de la palabra al ansiado silencio y el despojamiento. Trayecto entre el estallido y la calma que nos recuerda lo que la física hoy nos predica, y que desde muy antes ha permanecido en el saber religioso de las culturas ancestrales: antes de todo estuvo el misterio de la nada. El mismo Cadenas, en el libro sobre San Juan de la Cruz referido al inicio de estas páginas, nos lo advierte al señalar los arrebatos que el cientificismo le ha hecho al ser humano y que la ciencia le «ha devuelto con creces», al reivindicar ese estado de ignorancia fundamental que surge de constatar que «mientras más se sabe, mayor es la perplejidad». Quizás una análoga postura es la que ha determinado su visión de la vida respecto de la literatura, interesándose en esta última sólo en tanto compromiso con la búsqueda de iluminaciones, de revelaciones que nos ayuden a habitar el misterio de existir.

 

 

Comparte este texto: