La prueba, visible, de los monstruos / Gustavo Íñiguez

       Lack one lacks both, and the unseen 

     is proved by the seen.

Walt Whitman

La forma en que se expanden los sueños al revisitarlos o el modo de modificar los recuerdos, al repetirlos, para ajustarlos a nuestras historias recientes: se conforma el gabinete interior de visiones memorables (¿monstruosas ?) . Hay en nosotros una inagotable capacidad para recrear imágenes y atmósferas en las que sentimos haber participado de cuerpo entero y para modelarlas con libertad. Eso que en el presente nombramos acontecimiento fue imaginado con tal intensidad que se instaló, con su porción fantástica, en la realidad por medios invisibles y ahora es posible probarlo no sólo de forma verbal, sino de maneras gráficas. Estos estados de ensoñación nos afectan realmente: «La impresión de mi fantasía me afecta, y pongo tanto esmero y cuidado en esquivarla, por carecer de fuerzas para resistir su influjo». En su ensayo «De la fuerza de la imaginación », Montaigne recorre, con el matiz moral de la época, las posibilidades que ha podido verificar de los excesos imaginativos. Narra, con precisión y sin extenderse, el curioso caso de Cipo, quien, impresionado, tras haber presenciado una lucha de toros, se adentró en una fantasía que pasó del sueño a la realidad: «y el calor de su fantasía hizo que le salieran [cuernos]».
      La imaginación de híbridos que se desprenden de la fantasía para (re)presentarse en la realidad ha sido registrada gráficamente desde el Paleolítico superior como un primer intento de reconocer la separación de lo humano y de lo animal. ¿Es éste el primer momento en que podemos constatar la fantasía de la especie? Algunos autores apuntan que esta fantasía surge de la confusión del hombre que, apoyado en las paredes de las cuevas, se yergue dejando atrás el mundo animal sin tener del todo clara la propia apariencia. El tránsito hacia la conciencia: un largo recorrido que nos ocupa el imaginario con manadas fantásticas de monstruos. Cabezas de toros y de ciervos sobre cuerpos humanos son el antecedente por excelencia de los animales quiméricos que pueblan los cuadros del «pintor de santos y monstruos, infiernos y frutas enormes con embudos, así como otras cosas parecidas: siempre muchas», tal como apunta Manuel Marín en la introducción a Los animales de El Bosco.
      La tentación como un motivo que se repite para engendrar la monstruosidad y sus constelaciones se extiende en las páginas de Los animales de El Bosco, en donde las drolerías se ordenan y renuevan su fisonomía para reforzar su magnetismo.
      En este libro, Marín hace un recorrido por el espacio en el que El Bosco repite el registro de sus visiones, sin pretender explicarlo, sino aclararlo al hacer visible el sitio y dar un cuerpo real a las apariciones: «cada monstruo aparece con la cabeza de algo y el cuerpo de otra cosa dentro de un objeto raro » . Los elementos que se le presentan al ojo para disuadir la lógica de lo aparente se manifiestan no sólo en el emblemático Jardín de las delicias, sino que insisten en las representaciones del paradigma del ermitaño: Las tentaciones de San Antonio. Es difícil no pensar que aquí se establecen los arquetipos de las combinaciones: cada trazo de El Bosco que Manuel desdobla parece mostrar el principio de una secuencia combinatoria interminable.
      «Los animales son reales en la naturaleza; el monstruo es real en la fantasía », nos dice Marín para desdoblar la idea de que lo invisible es probado por lo visible: los animales confirman la existencia de los monstruos. Este libro, en el que escribe e ilustra el autor la mirada del pintor flamenco, se nos revela a profundidad a través de otra mirada que incide en las dimensiones de lo real. Hace posible que nos asomemos al interior de los monstruos, los devela al desdoblarlos, los desentraña desde la perspectiva del volumen. La unión de los elementos se presenta naturalmente: el fuerte ejercicio de la imaginación se consolida en la precisión de los trazos. Una mirada incisiva que abre para que sean reales en su geometría: los monstruos de El Bosco existen porque Manuel Marín les da peso. Es posible tocarlos en sus dimensiones: medirlos y modelarlos.
      La certeza y lo extraño, la fantasía y el glosario, la imaginación y la maravilla, la mentira y el miedo, el monstruo y el mundo, la naturaleza y lo raro, la realidad y el sarcasmo, la sensación y la verdad son agrupados en un glosario final como un testimonio de los materiales que han sido vistos en estas figuras que forman el imaginario creciente de un genio que miró, atentamente, las tentaciones del otro. Es la mirada en la mirada la que nos revela esa «verdad: lo que pensamos que vemos y es así».

l Los animales de El Bosco, de Manuel Marín. Petra Ediciones, Guadalajara, 2016.

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