El lunático, de Charles Simic: la melancolí­a de un joker / Gustavo Íñiguez

Según palabras de Althusser, es la metáfora lo que ha permitido que el pensamiento se haga realidad. Steiner agrega que tal vez debamos culpar de esto al primer hombre que, al contemplar una playa nocturna, afirmó que el mar estaba oscuro como un vino. De acuerdo a esta propuesta, Charles Simic ha conseguido que sus ideas se materialicen, realmente. En el ensayo «Ensoñaciones en la sala de cine: sobre Joseph Cornell», al exponer su fascinación por el artista plástico norteamericano, revela los contornos de su propia concepción estética. Uno, buscando en la basura de la isla de Manhattan los objetos con los que, de manera imprevista, conformaría sus cajas, y el otro acudiendo a espacios desatendidos del lenguaje para colocar los objetos que le obsesionan y conseguir el sobresalto de las metáforas. Ambos coinciden en el fetichismo: esa «lógica oculta que unifica». Esta obsesión, tan celebrada por los críticos de Simic, es la que ha caracterizado gran parte de su obra. Podría pensarse que ha conformado una caja poética, al estilo de Cornell, en donde tenedores, cucharas, cuchillos y otros objetos prefiguran el «reino de lo imposible» y se concilian con un trabajo filosófico que sostiene las revelaciones de sus textos que, si bien han merodeado por las orillas del surrealismo, también han recogido los motivos esenciales en la historia del pensamiento, y es así como los laberintos metafóricos de un fetichista se han erigido como piezas originales e imprescindibles en la poesía norteamericana: textos que son cajas para una exposición.

      No resulta, entonces, sorprendente que el libro El lunático inicie con un poema que tiende un puente con la obra precedente del poeta. En el poema «Menú del día» se presenta una síntesis de lo dicho anteriormente: se puede apreciar eso que apuntara: «El pensamiento se hace imagen. La imagen se hace pensamiento». Simic es, también, un observador de la oscuridad, como el hombre hipotético de Steiner que asociara el mar con el vino y, desde ahí, con recursos irónicos, aclara la imagen y el ejercicio intelectual en una síntesis que lo lleva a apuntar:

Menú del día

Señor sólo nos queda
      una cuchara y un cuenco vacío
      del que servirse
      grandes sorbos de nada

y pretender que eso que se come
      es una sopa espesa, oscura,
      un potaje humeante
      en el cuenco vacío.

Aquí aparece más la visión de un lunático que la de un fetichista. En este libro la exploración de otras temáticas lo distancian del resto de la obra, aunque prevalecen los recursos irónicos y filosóficos. Me pregunto si es casual que el número de secciones del libro coincida con las cuatro principales fases de la luna. Paracelso, quien afirmaba que dentro del cuerpo había un alquimista para hacer la digestión, es considerado por la psiquiatría como uno de los que introdujeron la influencia de los astros en el funcionamiento de lo que él nombraba el microcosmos humano como una de las causas de la locura. Al distinguirlos de otras formas y clases, aclaró la confusión de los textos bíblicos en donde se acercaba a los lunáticos con los endemoniados y otros enfermos mentales. En el poema que da nombre al libro, Charles Simic presenta la obstinación contemplativa como un rasgo del lunático, rasgo que prevalecerá a lo largo del libro:

El mismo copo de nieve
      estuvo toda la tarde
      cayendo del cielo gris,
      cayendo y cayendo
      para incorporarse
      y volver a caer

Distinguir en quién ocurre la obstinación, en quién la locura, si en el copo o en quien contempla, es un asunto que le corresponde identificar al lector. Este recurso de invitarnos a participar de la lunaciti de Paracelso ocurre con pericia y eso es, precisamente, lo que conforma su unidad. Al tratar de definir al personaje que habla en los textos de El lunático es más fácil pensar que ese Loco, arcano del tarot que derivó en el jocker de la baraja inglesa: es un hombre que ronda los ochenta años, que indaga en sus recuerdos y los contrapone a los escenarios presentes para reír, irremediablemente, de la fugacidad, las manifestaciones de la muerte, de ratas y pulgas, de la enorme cabeza en la que ocurren las obstinaciones, y con una dolorosa ironía confronta a la memoria, esa caja siempre en tránsito:

Oh memoria

Has estado frecuentando
      la tienda ya demolida
      de aquel sastre jorobado
      con la esperanza de echarte
      un vistazo en el espejo

«Así pues» (título del poema que cierra el libro) deja ver que el humor se sobrepone a las indagaciones que pudieron percibirse como melancólicas. Y la maestría de hacer de lo terrible una representación cómica pareciera terminar en un lector que ríe, incómodo y conmovido, mientras el jocker, sin perder el gesto burlón, nos hace saber que todo este tiempo hemos estado presenciado un juego de cartas que provoca esa «alegría salvaje», esa que ocurre al haber participado de la claridad mental de un lunático.

l     El lunático, de Charles Simic. Vaso Roto, Madrid, 2015.

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