El balcón / Filipa Leal

Ésta soy yo. Sí, me presento, aprovecho para presentarme. Soy yo con mis dudas excesivas, yo con un espejo en los ojos. ¿No se ve? ¿No se ve en mis ojos? Lo siento, no escuché lo que dijo. Oigo mal. Tengo una perla en el oído. Sí, me pasó esa tragedia y tengo prisa de contarle esto. Ésta soy yo, como decía, yo con mis metáforas, yo en este día. ¿Ya ha pensado cuán diferentes podremos ser mañana? Fíjese en la proximidad del mar. No es posible ser igual en la proximidad del mar. No es posible ser un río, por ejemplo, de repente ser un río, y fingir que somos los mismos. Me gustaba ser un río. Debe de ser bueno no terminar, poder sentir las aguas tan otras, tan inestables entrándonos por los oídos, por ejemplo, como esta perla que dificulta nuestro diálogo, y eso no tiene ninguna importancia. Los ríos son así, eso es lo que significa ser río, no se les pide que sean diferentes. A los ríos no les importa eso, esa fragilidad, ¿comprende? Lo que queríamos era la interrupción insólita de la exigencia. Pero eso significa ser río. ¿Cómo dice? Lo siento, no lo oigo, sigo sin oírlo. No es fácil hablar desde aquí arriba, estoy ronca. ¿Me oye? Quizá podría hablar más despacio. Trataré de leerle los labios. A mí ya me leyeron los labios, y los ojos, y en ese momento yo no deseé ser agua. Me bastaba ser mujer, aunque no viera el mar. Es difícil no ver el mar. Ésta soy yo, hoy, como intentaba explicarle. No, no sacuda la cabeza. Es importante para mí que entienda esto. Sé que no quiere invadirme, pero no se preocupe, no lo conseguirá. Soy cualquier cosa contraria, ¿entiende? Cualquier cosa contraria a la posibilidad. Cualquier cosa contraria a nuestro diálogo, por ejemplo, que debe de ser aburrido para usted, pero absolutamente necesario para mí. Puede que no me vea, sé que no le interesa, pero al menos quédese ahí abajo. Será mi lógica irrepetible, una especie de raciocinio cierto. Hay muchos días que no sé pensar. Cuando lo vi, pensé que tal vez me ayudaría a pensar. Pues, comprendo, comprendo la extrañeza con que me mira. Ya presintió todo, ¿no? La mía lastima. Tiene razón: no es posible pensar cuando no se entiende la naturaleza. Si me oyera, si se quedara conmigo, aunque en esa ternura apática, en esa compasión, me comprometo. ¿A qué? A entender la naturaleza, a integrarla en mí, a salvarla. No llore. También está triste, ¿no? La vida es curiosa cuando dos personas tristes se encuentran. Tal vez tenga razón. Imagino lo que piensa. Es a mí a quien tengo que salvar. La naturaleza no tiene utilidad cuando no le sentimos el olor. Cuando no aceptamos el hecho de ser gente. Cuando no sabemos renunciar. No sé renunciar. Podría haberle dicho eso al principio, es cierto: ésta soy yo que no sabe renunciar. Pero, confieso, tuve miedo de que me abandonara. No, no se vaya. No tenga miedo de mi dolor, de mi enloquecida dependencia. Es una cosa terrible, ¿sabe? Es terrible despertar y haber perdido el corazón. Esta tarde, por ejemplo, me dieron ganas de dormir aquí, en el balcón. Quise ser planta acostada en el frío del suelo rojo. ¿Por qué no lo hice? Porque tal vez podía morir algo en mí. Si durmiese en el balcón frío, si yo misma me atreviera a despertar allí, tendría un infinito miedo de ya no ser gente. ¿Lo entiende? Si alguien llegara y me viera durmiendo anidada en el suelo rojo, con plantas perfectamente alineadas con mi cuerpo, le aseguro que no comprendería que sólo estaba tratando de integrarme. Que buscaba la salvación. Me despertarían con una mirada extraña como la suya, que entonces ciertamente pensará que estoy loca. Pero no, no es exactamente eso. Tengo una especie de blancura excesiva en la mirada. Es decir, si lo deslumbrara, no verá esa blancura. Pero está por dentro, alejándonos. Alejándome de usted. ¿Entiende? Le pido que comprenda, no diré de una forma amplia, definitiva, pero que comprenda algo. Es importante para mí. Acépteme, o mejor, trate de aceptarme este día. Como le dije, mañana quizá sea otra, y podrá olvidarme, seguir con su tristeza. Es una pena que no pueda oírlo. Podría hablarme de su tristeza. Podríamos ser tristes juntos. Como en un matrimonio. ¿Es casado? ¿No? Es tan lindo. Si yo supiera, podría amarlo para siempre. Ésta soy yo que me gustaría saber amar para siempre, como en las películas. Pero hoy tengo la soledad de los árboles. Yo sé, yo sé que no es justa esta metáfora. No tengo el derecho de hablar así de una cosa que no entiendo, de una cosa tan importante para usted, ya lo he notado, como la naturaleza. No se ofenda, no se vaya, buscaba sólo una idea simple para explicarle todo esto. Fíjese: tal vez esté aquí hablando con usted porque tampoco me entiende y por eso mismo no podrá hablar de mí. Pero lo acepto, acepto que me utilice como ejemplo. Como he utilizado el árbol. Seré su metáfora, una especie de explicación del mundo. Es por eso que insisto en que no se vaya, que me oiga en este día solamente. Es que presiento que le seré de alguna utilidad. ¿A dónde va? No renuncie. Perdone la dificultad del diálogo, esta tétrica falta de lucidez. En el fondo, lo que quería que supiese es que ésta soy yo llena de sueño y de frío. Mire bien: ésta soy yo que hice una pausa en la palabra.

Traducción del portugués de Renato Sandoval Bacigalupo

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