Un best-seller / Irad Nieto

 

Alguna vez le preguntaron al crítico literario español Ignacio Echevarría por qué «la crítica» no se ocupaba de reseñar seriamente los best-sellers. Él respondió: «Lo característico de los best-sellers es su obediencia, más o menos modulada, al gusto imperante, su carácter prefabricado, hasta cierto punto previsible. No pesa sobre ellos la exigencia de búsqueda y de superación que determina la verdadera conquista literaria. Cuanto se pueda decir de esos libros ya está dicho en cierto modo, de igual forma que ellos mismo están la mayoría de las veces preescritos». Coincido con Echevarría: estrictamente, la estructura, trama y lenguaje de estos libros no los crea ni organiza su autor, sino que responden a la demanda del mercado editorial y a fórmulas de intrigas ya probadas comercialmente. La falta de riesgo y novedad, la ausencia de lo literario que perturba y extravía por momentos, pero que también educa moralmente al exponernos a la diversidad de los otros, rige la producción del best-seller
    Cuando uno entra como lector en Tannöd, el lugar del crimen, la primera novela de Andrea Maria Schenkel (Regensburg, Alemania, 1962), que ha vendido más de 500 mil ejemplares y ganado los premios Alemán de Novela Negra 2007 y Friedrich-Glauser 2007, uno siente que ha estado allí y lo ha visto todo, como si presenciara una repetición. El éxito comercial de esta novela ha sido de tal importancia que ya se tradujo a varios idiomas y se filmó, entiendo, la película.
    Tomando como pretexto un hecho real, el asesinato de una familia en la católica zona de Baviera, Alemania, en 1922, la historia de Tannöd, el lugar del crimen gira alrededor de un asesinato múltiple, a golpes de pico, inusitado y brutal, ocurrido a mediados de los años cincuenta, tiempo en que se ubica también la ficción. La novela comienza cuando la narradora se topa con una nota de periódico que llama al pueblo de Tannöd el «caserón de la muerte». La noticia inquieta a la narradora, quien había pasado un verano en el pueblo (ese «remanso de paz») tras el fin de la guerra en 1945 y decide viajar (así, sin más) al lugar para «hablar» del crimen con los vecinos.
    A partir de aquí, Schenkel comienza a tejer la trama de su novela a través de los testimonios de lugareños que conocieron o se relacionaron de alguna manera con los Danner, la familia asesinada. Campesinos, amigos, familiares, sirvientes, un mozo, el alcalde, el cura, todos hablan de los Danner con la desconocida que los entrevista. Y sabemos que hay preguntas no porque intervenga con ellas la narradora, sino porque leemos cómo las repiten los interrogados («¿Por qué?», «¿Que a qué hora llegué?», «¿Que cuánto tiempo esperé?»). A través de esta forma sutil y veloz del diálogo, los personajes van aportando información sobre la vida cotidiana del pueblo, su rusticidad y el conservadurismo católico de sus habitantes, hasta que los testimonios se articulan y encajan en una trama sencilla, pero que marcha bien para ser su debut como novelista.
    En Tannöd… el estilo de Schenkel es sobrio y funcional: hay un sentido del ritmo en su narración. La historia avanza sin problemas entre oraciones cortas, párrafos escuetos (algunos de dos líneas) y capítulos muy breves que atrapan a cualquier lector porque no (se) exigen demasiado. No hay una frase o un párrafo memorables. Schenkel se deja leer, pero no se compromete, no profundiza ni aprovecha las posibilidades del lenguaje para narrar con la crudeza del caso un multihomicidio, un incesto o las consecuencias de la guerra. El siguiente párrafo, redundante y vacío, carente de un compromiso histórico con lo que se narra, es uno de los muchos que se pueden encontrar en esta floja novela:

    «Yo mismo fui prisionero de guerra y, créame, no fue fácil. Tuve suerte y pude regresar poco después de la guerra. Otros no tuvieron tanta suerte, pero ¿qué se le va a hacer? Lo que ha pasado, pasado está. Además, será por falta de problemas. Poco a poco, las cosas se están poniendo cada vez más difíciles. ¿Acaso no lee el periódico?»

(Franz-Xaver Meier, alcalde)

    La autora no ahonda en la narración de los hechos ni en sus personajes: apenas sugiere. Sobre esto, a propósito de la comparación que se ha hecho de Tannöd… con A sangre fría (1965), la novela de no-ficción de Truman Capote, la escritora dijo en una entrevista: «Me interesaba mucho más explicar y recrear la transformación que provocan los hechos en la galaxia de habitantes del pueblo que documentar los hechos en sí, que ya son lejanos». Y es precisamente lo que no logra, debido a que no profundiza ni en la psicología ni en el entorno de sus personajes; no registra a cabalidad sus estados de ánimo. Schenkel crea una atmósfera fría, rural y huraña del lugar en el que se dan los acontecimientos criminales, pero está lejos de ser cruda y aterradora —como han dicho otros críticos. 
    El desasosiego, la desconfianza y el miedo que experimentan los habitantes de Holcomb, Kansas, en A sangre fría, luego del atroz asesinato de la modélica familia Clutter, no se perciben ni lejanamente en los pobladores de Tannöd… Al contrario, éstos aceptan casi con afabilidad responder a las preguntas de una extraña (ni es periodista, ni investigadora, ni policía) que llegó sin motivo para interrogarlos sobre un crimen, lo cual es inverosímil y facilista, más aún cuando el asesino puede estar entre ellos. ¿Por qué los lugareños desean hablar con esta extraña si, como dice uno de los personajes, «la vida social ha dejado de existir, todos desconfían de los demás»? La respuesta que ofrece la narradora, desde el primer capítulo, es de una ingenuidad insultante: «Querían hablar con alguien extraño y, sin embargo, de confianza. Alguien que no iba a quedarse, que les escucharía y volvería a marcharse». De esta asombrosa confianza, que envidiaría cualquier fiscal, surgen los testimonios de los habitantes de esta novela.
    Tannöd, el lugar del crimen es una obra de ficción que parte de un hecho real, una novela negra, no un reportaje novelado como el que escribió Truman Capote. Son diferentes, pues. No obstante, aun con esta y otras variaciones estructurales, el lector de la novela de Schenkel no puede ignorar la resonancia en ésta de una obra maestra del periodismo literario criminal como es A sangre fría. Decir que Tannöd… es A sangre fría versión light sería elogiarla indebidamente; es, más bien, un best-seller. Incluso, algunos reseñistas han celebrado que (¡al fin!) no sea una novela «mastodóntica», de esas que abruman por sus muchas páginas y entorpecen la placidez del lector. Andrea Maria Schenkel evita lo que mejor hizo Truman Capote, aunque éste no se lo propusiera: incomodar a los lectores y estrellarlos contra las rocas de sus prejuicios sobre la paz, el bienestar, la maldad, el crimen, la familia, la sociedad, etcétera. Honestamente, Schenkel no tiene derecho a quitarnos el tiempo. Releamos A sangre fría.

 

 

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