«Quiero cuestionar el “yo”, “el perro del alma”»: Nicole Brossard / Ví­ctor Ortiz Partida

Nicole Brossard asegura que a veces elige hacer prosa en su poesía. La poeta quebequense (nacida en Montreal en 1943) también escribe novela, por lo que la reflexión que hace sobre los poemas en prosa que forman Lenguas oscuras / Langues obscures, libro de reciente aparición en español (Espejo de Viento / Taller Ditoria) es muy profunda: «Sí, también escribo novelas, y a veces en mi poesía elijo hacer prosa, de hecho digo que elijo, pero no es algo exacto, porque hay momentos en la vida en los que la prosa se impone y la poesía deviene una fuerza. Con frecuencia pienso que eso lo trabaja el corazón, el ritmo y la voz, a veces sin nuestro conocimiento», reconoce.

          Lenguas oscuras abre con estos versos: «ese perro del alma, obstáculo mayor / secuela de la infancia / oh yo, pura construcción de sueños / pura maravilla / y la vida que jamás se justifica bastante / para manifestar en torno nuestro / todo lo que pasa y prolonga el sueño / todo lo que rehúye la muerte y el desaliento / oh yo, pura retórica / materia prima indagadora».
          Y para comenzar a hablar de todos los textos que forman ese libro, Nicole Brossard recuerda: «Hablamos de textos escritos en 1991, publicados en 1992, así que hace falta remontarnos en el tiempo. Para mí es un libro necesario para cuestionar el uso del “yo”, porque me interesa mucho el pronombre que surge en nuestros escritos, porque a veces es imposible utilizar el “yo”, a veces es imposible utilizar el “nosotros”, a veces nos protegemos utilizando el impersonal, el neutro. Entonces quiero cuestionar ese “yo”, al que llamo “el perro del alma”, que toma en muchas personas el mayor espacio de la escritura, mientras que yo sé circular a veces en una zona más neutra, a veces en la zona de la alteridad, del “tú” y del “nosotros”, circulo mucho en la zona del “nosotros” con la solidaridad de la conciencia feminista.
          »Eso es muy importante en Quebec, como lo hizo, por ejemplo, Gaston Miron con la identidad quebequense. La identidad “mujer” y la cuestión “palabra” que acompaña esa identidad para mí es muy importante, y a veces en ese contexto cuando utilizamos el “nosotros” todo mundo espera el “yo”, y cuando utilizamos el “yo” todo mundo espera el “nosotros”, porque es la circulación del pensamiento, la circulación de la cólera, la circulación de los amores, etcétera. Entonces es una cuestión de ese “yo” que ocupa mucho espacio».
          Al comentarle sobre las civilizaciones prehispánicas en las que se decía que el perro acompañaba a las almas de los muertos, Brossard asegura: «Es muy interesante, porque en la literatura general encontramos que el perro es asociado al dolor del ser humano. Seguido encontramos al perro: decimos “vida de perro” para referirnos a una vida triste, de pobreza o difícil. En ese sentido va un poco el “perro del alma”. Es decir, ese que vive por nosotros todos nuestros tormentos, todos nuestros malestares y nuestra melancolía también».
          ¿El concepto que tenía Brossard de la lengua y de la poesía cambió con la publicación de este libro? Ella responde: «No creo, porque para mí siempre la lengua, la escritura y la lectura están en el interior de mis textos. La escritura y la lectura son las dos tecnologías más maravillosas de nuestro cerebro. Porque el proyecto de lo imaginario, de nuestros sueños, es nuestro más grande impulso. Mi noción de poesía no ha cambiado. Pero yo quería al menos cuestionarme a mí misma, meterme en el problema de la mente asociada al “yo”, porque ponía una distancia al “yo”, porque en la poesía el “yo” siempre es raro, extraño. Por ejemplo, si digo: “Camino junto a una felicidad”, que es de un poema de Hector de Saint-Denys Garneau, falta que el “yo” siempre sea acompañado por un desplazamiento comparado a la realidad. Si no, puedo decir: “Como papas”, pero eso no es poético. Pero “Camino junto a una felicidad”, por ejemplo, tiene un desplazamiento que hace que el “yo” sea creíble poéticamente, y no tan humano ni social.
          »La mayor parte de la gente utiliza el “yo” porque es el que aporta el alma. En la poesía, en estos tiempos particularmente, utilizamos el “yo”, pero el “yo” para mí no es creíble hasta que es desplazado, ambiguo inevitablemente. Pero la mala poesía grita generalmente desde el “yo”, un “yo” que realmente no sueña. Un “yo” que constata su conformismo con la realidad, sin poder soñar más allá de la realidad», reflexiona Brossard, cuando se le pregunta si hace falta ser valiente para utilizar el yo en la poesía.
          Éste es un poema de Lenguas oscuras: «No se sabe por qué yo a menudo declara ámame en cada ocasión con igual aliento, el perro del alma multiplica los encuentros que aceleran la respiración, el testimonio en un mismo impulso; yo retomo el sujeto candente, todas las palabras que, con la raíz al descubierto, se revelan propicias para la imaginación».
          Para la poeta, el uso del «yo» «es útil porque uno puede ocuparse de su vida interior. Transformar, vivir con uno mismo, aunque también hay un riesgo de hablar sólo desde el lado nuestro. Entonces, es una doble postura: retenerlo a distancia y renovarlo o desarrollarlo de una manera poética en la escritura, en la frase, en la línea, en el verso. Es como utilizamos la respiración en la lengua».

¿Esa transformación del «yo» fundó algo en su poesía?
          Digamos que fue un momento en el que me quise aproximar al «yo» cuestionándolo. Veo que según el curso de la vida, como decía entonces, hay momentos en los que naturalmente utilizamos ciertos pronombres, y hay otros momentos en los que no podemos utilizarlos porque pasan subliminal o inconscientemente. Hay momentos en los que es imposible decir «yo» porque no estamos bien enraizados. Hay otros momentos en que deseamos hablar del «tú» y lo remplazamos con la energía del «nosotros».

¿Utiliza los pronombres de manera inconsciente?
          Creo que sí. Puedo intentar hacerlo racionalmente, pero eso no quiere decir que me interese en el conocimiento y que el leitmotiv será el «habrá que», como un deseo de mi bien olvidado de la belleza, del dolor, del deseo de no olvidar tampoco nuestra melancolía. De lo que hace la complejidad de la vida.

Y ahora que usted leyó este libro, otra vez, para publicarlo en español, ¿qué encontró que no sabía que estaba aquí?
          Creo que encontré una forma de pesadumbre, será que en ese tiempo era a veces ingenua. Es grave porque hay una fuerza ingenua, la preciso porque no hay que olvidarla. Hay algunas inserciones prosaicas por naturaleza. Es el cruce de aquel que piensa. Siempre tengo como leitmotiv «la emoción del pensamiento y el pensamiento de la emoción». Los dos deben ir juntos. Si no tengo más que emoción, no es suficiente. Si no tengo más que pensamiento, no me es suficiente. Es el rencuentro de los dos lo que para mí hace la belleza y el valor de nuestros propósitos, y de nuestro trazo en la realidad.

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