En el umbral: Raúl Renán (1928-2017) bajo la sombra / José Homero

«¿Quién es ese que va a tu lado?», se escucha en La tierra baldía; una cuestión que como tantas otras interrogantes que imbuyen de ambigüedad y a la vez potencian el poema resuena en nuestro inconsciente. ¿Quién es ese misterioso tercero? La voz poética no lo aclara pero sí amplifica la información: «Siempre hay otro que va a tu lado, / deslizándose en su capa parda con capucha». Sombra sin cuerpo que acompaña a los caminantes y ha suscitado una abundante producción de comentarios que en vano han intentado aclarar el sentido de la referencia.
      «Cuelga a medio cuerpo / en el bote de basura», propone uno de los mejores poemas de Los urbanos (1988). Proclive como fue Raúl Renán (1928-2017) a las versiones, a presentar sus propuestas al lector para que sea éste quien decida, encontramos adjunto un poema hijo del mismo impulso: «Trazas de abrigo viejo / cuelga la sombra de alguien / en el bote de basura». Prefiero el primer poema, no sólo por motivos de eufonía sino también por la contundencia de la presentación. Mientras el segundo comienza con una comparación y adjetivo (trazas de abrigo viejo), con lo que el acercamiento se diluye, la primera nos sitúa dentro de la corporeidad: la sombra es un cuerpo. «Cuelga a medio cuerpo / en el bote de basura». Esta concepción no es inédita dentro de esta poesía. En «(De la sombra)», incluido en De las queridas cosas (1982), se ahonda en esta percepción configurando a la sombra en relación con la persona y asentando sus características derivativas y miméticas:

Toma la forma mundanal que pisa
      y arrastrada enmudece a toda cosa
      que en el camino encuentra. Negra rosa
      ambulante tallada a toda prisa
      por repetir la forma primeriza
      de su oficio de apéndice.

El soneto es iluminador no sólo porque entabla una eficaz fórmula para describir la sombra: «cuerpo de nube que la luz avisa», sino por introducir el tema de la inextricable dualidad entre vida y muerte. Con el cambio de voces la sombra deja de ser sólo una proyección lumínica de un cuerpo —cualquiera que sea éste— para convertirse, metonímicamente, en representación de lo invisible y en indicio ya no sólo de una condición física sino también de una afinidad más profunda y simbólica.
      En un estudio clásico, Erwin Rohde expone los vínculos entre la sombra, el alma y el doble de la persona en la antigua Grecia. Carl Jung, a su vez, famosamente se refirió a la sombra como proyección no física sino de la dualidad. En la poesía de Renán esa condición se manifiesta de diversas maneras: conciencia de la dualidad que alberga el individuo; sensación de desdoblamiento; ilustración fantástica de dicha escisión. En el caso primero nos enfrentamos a la perplejidad sintomáticamente moderna de descubrir que no somos plena conciencia ni razón, que nuestra identidad se conforma también de impulsos inconscientes. Por ello asienta:

Alguien espanta al miedo antes que a mí
      me azogue, alguien me vio como a ti.
      No es igual saboreado que sentido,
      …
      ni aquello que al sufrir ya fue dolido.

Imagen similar encontramos en el poema «Pasos», donde el poeta confiesa que a veces sus propios pasos le parecen ajenos:

A veces los desconozco,
      como pasos de otro,
      de otros pasos.

En «Detrás de ti, otro como tú», cuento ejemplar de revelación borgiana, el personaje Miser Soiuno descubre a una figura semejante a él. Es el encuentro con el doble pero también la experiencia de desdoblarse en otro. Si reparamos en el cauce del relato notamos que el personaje Soiuno —en Renán los nombres suelen ser descriptivos; cifrar características de sus sujetos; como atestigua con vehemente fehaciencia Catulinarias y sáficas (1981)— al encontrarse solo está dispuesto a meditar, a sentir su espíritu. Acaso porque dicha actividad implica la reflexión, el reflejo es que aparece el otro, quien no sólo se acerca a Soiuno sino que éste termina identificado con el visitante. Primero encuentra que comparte los rasgos bestiales del carnero; después la conversión. En el desenlace la transformación, ese juego tan caro a Renán —en cuya obra abundan las metamorfosis vegetales, pero igualmente las alusiones a los juegos de identidades—, Soiuno deviene carnero que vaga entre las ovejas. ¿Se trata de una experiencia pánica?, ¿el poeta atravesado por el daimón que lo convierte en otro?

Entonces sintió dentro de sí un aire tibio en movimiento, semejante al rumor de las ramas, a fractura de sílice y al balar de las ovejas.

Infancia ajena, el largo poema póstumo de Renán y a mi juicio su mejor obra, se construye sobre la dualidad, en este caso del yo del poeta adulto y del niño que fue. Sin embargo no hay una diacronía, una delimitación temporal que permitiría, al modo clásico, la evocación situando al yo niño en una etapa previa. Por el contrario, lo que se suscita es la sincronía, la alteración entre ambas identidades para proponer más que un diálogo, un discurso en el que las dos voces terminan alternándose y en ocasiones confundiéndose para abordar justamente esa otra oscuridad que es a la que el soneto «(De la sombra)» aludía: el pasado, la carga personal.
      «Todos cargamos una sombra. Y entre menos se encuentre fusionada con la vida consciente del individuo, más oscura y densa es», escribió Carl Jung. Acaso por ese agobio, mientras la mayor parte de la obra poética de Renán explora las posibilidades técnicas y materiales del verso —poesía autorreflexiva y en muchas ocasiones metapoética—, su poesía última se decanta por la exploración memoriosa. Renán no trazó un deslinde entre los territorios de la infancia y la edad adulta, sino que, consciente de la dualidad, le dio voz. En un poema de talante totalmente opuesto, «Poema a gozo modo», el poeta establece una gradación entre las diversas formas de asociación; del gozo de las palabras entre sí al gozo del poeta por el poema:

Gozo alegre
      sentimiento
      mutuo
      poema en palabras en mí
      unidos.

Poeta consciente de que la escritura es un diálogo con otro, Renán no soslayó ni esquivó esa dualidad de la que había dado noticias inciertas durante su etapa más prolífica. En la etapa liminar, en las postrimerías de la existencia, la dualidad cesó para comprender que uno será siempre otra persona. Sólo quien se atreve a internarse en el sótano a oscuras de la infancia consigue reconciliarse con su yo en sombras.

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