Miniolimpiadas / Mayra Ahumada

Preparatoria 11 (UdeG)

Ya eran las doce y los relámpagos de aquella noche lluviosa no me dejaban dormir. Decidí levantarme de la cama para ver qué sucedía, porque extrañamente ya no sonaban ni la lluvia ni los truenos, sólo se veían rayos de luz que se asomaban por debajo de mi puerta. Temí que afuera un falso contacto y los cables estuvieran amenazándome de muerte. Abrí la puerta; había luces brillantes en el pasillo, provenientes de la cocina. Me asusté aun más porque empecé a escuchar murmullos –podían ser ladrones o algún vagabundo–. A cada paso que daba, sentía la adrenalina corriendo por mis venas, tenía que ser espontáneo y sorprender al  ladrón.  Pero la sorpresa fue espontánea conmigo cuando observé aquello que me dejó con la boca abierta, ni siquiera las dos copas que había tomado hacía algunas horas justificaban lo que veía. Me quedé atónito por algunos momentos y luego reaccioné: “Seguramente estoy alucinando, todavía he de estar dormido y esto es producto de mi imaginación”, pensé. Eso me tranquilizó un poco. Momentos después decidí observar aquello que me pareció alucinante; era el mejor sueño de mi vida. Me recargué en la pared que estaba al final del pasillo, me puse cómodo para ver relajado lo que ocurría sobre la desordenada y sucia mesa: ¡unas miniolimpiadas! Lo supe cuando vi en la orilla de la mesa cinco aros de cebolla acomodados de la misma manera en que están acomodados los aros del logotipo de las olimpiadas reales. Había acción en toda la mesa: en aquel cereal que había dejado hacía unas horas, unos hombrecillos nadaban a toda velocidad, las hojuelas marcaban nueve divisiones; del otro lado de la mesa, sobre la bandeja de fruta, una pareja de patinadores exhibía su gran talento artístico; a la izquierda, levantamiento de pesas, el más grande de los hombrecillos poniendo hasta el último aliento para lograr levantar un palillo con una roseta de maíz en cada uno de sus extremos; hacia el centro de la mesa se encontraban en el plato de spaghetti ocho audaces atletas, al parecer de diferentes nacionalidades, luchando contra el cansancio para llegar a la meta –las tiras de spaghetti delimitaban cada carril–, se movían  muy lento, pero se veía que hacían su mayor esfuerzo. Luego me distraje viendo a una gimnasta realizando acrobacias apoyada en un pequeño trozo de pan casi duro por viejo… Causó gran conmoción aquel que se aventó desde  el borde  del vaso hacia adentro, fácilmente hizo unas cinco volteretas antes de caer hasta donde el agua de jamaica llegaba, y luego lo ayudaron a subir usando un cabello; y en la servilleta, hacia el extremo de la mesa, estaba  bailando una vivaz chiquilla al ritmo de la música, haciendo movimientos sublimes con algo que parecía un trozo de hilo morado, lo hacía con tal delicadeza que el público se emocionaba. En todos los espacios que había entre los lugares de exhibición, se veían muchísimas cabecitas, una multitud, de donde no dejaban de salir destellos y voces borrosas. Mi mesa tan desordenada era un espectáculo esa noche, vi el más maravilloso show que jamás haya podido imaginar. Y continué observando hasta que los juegos cesaron. Siguió la entrega de medallas a los ganadores. Después de observar por un rato aquellas medallitas, descubrí que eran pedacitos diminutos de aluminio, todos de aluminio, pero de diferentes tamaños.

Una vez terminada la premiación, empezaron a reunirse algunos de los participantes en el plato que tenía restos de sopa de letras, trataban de llamar mi  atención y yo de adivinar qué querían decirme cuando ellos movían con gran esfuerzo las letras de la sopa para formar palabras, y aunque faltaban muchas vocales puede descifrar su mensaje, ellos querían que les hiciera el honor de prender la antorcha, que era un pequeño cono de papel que supongo ellos habían elaborado. Al principio me confundí, que yo supiera, en las olimpiadas la antorcha se prende antes de empezar los juegos, pero al parecer aquí era muy diferente. No me preocupé por eso, era lo de menos, dejé que mi fantasía siguiera y muy gustoso acepté, tomé rápidamente el primer cerillo que vi, lo encendí  y lo acerqué lentamente al pequeñísimo cono. No quería quemar al hombrecillo que sostenía la antorcha, pero fui demasiado cauteloso, tardé mucho en bajar el cerillo y ya se había consumido hasta la mitad y algunas briznas ardiendo cayeron sobre el hombrecillo de la antorcha y parte del público. No tuve tiempo de tratar de salvar a nadie porque el resto del cerillo seguía consumiéndose y me estaba quemando los dedos, sólo solté el cerillo y cayó sobre el licor derramado, lo que hizo que se prendiera rápido el mantel de la mesa y todo se empezó a incendiar. Había pánico por todos lados, los hombrecillos gritaban y corrían de un lado a otro, la mayoría trataba de meterse en el vaso de  agua de jamaica, en la sopa de letras y en el cereal, pero con tantas personas ahí adentro y todo ese humo, se asfixiaban.  Era un infierno, ¡mi casa  se estaba incendiando! Y yo no sabía que hacer entre tanta confusión, pero razoné un momento, nada de lo que pasaba era real, así que con mucha fuerza de voluntad me dirigí a la cama para perder el conocimiento y ya que despertara reírme del sueño tan loco que había tenido. Cuando entré a mi recámara, los dispositivos de incendio se activaron por el humo y todo empezó a mojarse. Indiferente  e incrédulo, me acosté hasta lograr continuar el sueño.

A la mañana siguiente sonó la alarma del despertador, eran las 8:00 am. Me llevé una gran sorpresa cuando al levantarme casi resbalo por los charcos de agua sobre el piso. La cama, el buró, las cortinas, todo estaba mojado. Estaba confundido y corrí a la cocina para ver si todo lo que había pasado anoche era real. Efectivamente, casi toda la cocina estaba quemada. Me acerqué tembloroso a observar todo sobre la mesa, e irónico comencé a reír cuando vi cientos y cientos de hormigas muertas sobre los platos de cereal, de sopa, y en el vaso con agua de jamaica. No podía contener la risa, comencé a creer que me estaba volviendo loco, no comprendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, y algo aun más extraño ocurrió cuando al abrir las cortinas de la sala vi que no había señales de que hubiera llovido la noche anterior. Abrí la ventana para confirmar; le pregunté a mi vecina si anoche había llovido y ella me dijo que si me sentía bien, por el aspecto que tenía de no haber dormido durante varios días, y luego me dijo que anoche estuvo todo muy tranquilo y ni gota de lluvia había caído.

 

 

Comparte este texto: