Breve historia de las gárgaras / Angelina Muñiz-Huberman

Gárgaras. Extraña palabra. Onomatopéyica. Me recuerda gárgolas. Garganta. Gargantilla. Gorguera. Gorjal. Góngora. Engargolar. Garapiñado. Garigoleado. Gargajo. Gargarismo. Gorgorito. Gorgorotada. Gorgoteo. Gorigori. Gorjeo. Regurgitar. Palabras antiquísimas. Algunas de idiomas prerromanos. ¿Celta? ¿Vasco? Muy primitivas. Muy sonoras. Sustanciosas. (Ya que por la garganta pasan muchas cosas).

     Gárgara, en especial, es el sonido unido a la perfección de la palabra. Su mimetismo. Su singularidad. Históricamente: ¿cuándo se descubrió el uso de la garganta para que un líquido a ella llegado creara borbotones sin tragarlo, mientras se contiene el respirar? Qué extraña operación. ¿A quién se le habrá ocurrido? ¿Y por qué? Siempre se piensa que tiene un uso medicinal, pero ¿a quién se le ocurrió tamaña excentricidad?
     Supongamos algo: un hechicero premédico caminaba por el bosque en busca de yerbas curativas. Con ellas decide hacer una tisana porque tiene dolor de garaganta y ha observado que una bebida caliente le alivia las molestias. Se le ocurre una brillante idea: si lograra dejar un rato la tisana en su garganta el efecto sería mayor. Primero la deja quieta sin tragarla y con la cabeza inclinada hacia atrás. Mueve el líquido de un lado a otro, quisiera que descendiera un poco pero sin tragarlo. De pronto, se lo traga sin querer, pero al querer regresarlo le da tos y escupe el resto. Se repone. Vuelve a intentarlo. Así varias veces. En eso, con el líquido en la garganta deja de respirar y produce un extraño ruido. Le intriga ese ruido y comprueba que si deja de respirar el ruido se repite. Aprende a modular el ruido y le parece divertido.      Lo ha logrado: puede mantener el líquido en la garganta sin tragárselo y el efecto curativo dura un rato más.
     Salta de contento y regresa corriendo a su cueva. Diciendo algo equivalente a «Aleluya, aleluya» le enseña a su familia y a los pacientes que lo esperan el gran descubrimiento de su época: cómo mantener un líquido en la garganta y moverlo sin tragarlo con su consecuente y peculiar sonido: grgrgrgrgrgrgr. Ha hecho también un extraordinario descubrimiento lingüístico: la palabra gárgara. El hechicero premédico es ahora también el primer onomatopeyista y lingüista de la historia. Por suerte, no pertenece a ninguna Academia de la Lengua ni de la Garganta.
     Lo anterior se refiere al origen cavernícola. Lo que me sigue intrigando es cuándo se le enseña a un niño a utilizar el primitivo método curativo. Tal vez, entre la edad de tres o cuatro años. Cuando tenga una infección bucofaríngea. Se invertirán varios minutos para la explicación y sería recomendable que primero se ensayara con agua simple por si llegara a tragarse, ya que, desde luego, no es recomendable ingerir el líquido desinfectante. Una vez bien practicado el sistema, puede ejecutarse con el líquido curativo y la garganta agradecerá el beneficio.
     En efecto, yo recuerdo hacer gárgaras desde niña y cómo me divertía. Aún hoy, me encanta cuando el médico me las receta. Suelo variar el ritmo y la velocidad y hasta intento acompañarlas de tal cual melodía.
     Cuando voy a una ópera estoy a la caza y captura de gorgoritos para llevármelos en una garigola. ¿Pensarán los cantantes en una buena dosis de gárgaras? Seguro las necesitan para aclarar su voz o desinflamar la garganta. ¿Qué harán cuando se quedan afónicos? Pues gárgaras de nuevo.
     Por todo esto, las gárgaras son muy recomendables. Aclaratorias, higiénicas, melodiosas. Son neutrales, no provocan conflictos ni efectos secundarios. Tampoco caen por fuego amigo. Pueden ejecutarse en cualquier momento del día o de la noche. Son rápidas y breves. Van derecho a su objetivo. No se andan por las ramas.
     En particular, recomiendo su uso no sólo cuando sea necesario sino como práctica diaria para mantener en forma la garganta. Ya que estamos en época de hacer ejercicio al menor pretexto y a la menor provocación, no olvidemos éste de tan sonora filológica raigambre.

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