Mi pequeño ángel / Dulce Natalia López Garcí­a

Preparatoria de Jalisco, 2014 B

Un día, cuando caminaba por un parque, me encontré con una pequeña niña debajo de un enorme árbol. Mi curiosidad hizo que me acercara a ella para por lo menos decirle “hola”. La niña me miró con unos ojos de un verde tan hermoso que fácil podrían compararse con unas joyas.
     —¡Hola! —me respondió con una voz tan melodiosa, tan digna de esa pequeña niña.
     Y, desde ese momento, empecé a ir todos los días a ese parque sólo para verla. Parecía una muñequita de porcelana con todos esos vestidos que al parecer usaba para alegrar a su madre y su cabello totalmente negro que se dividía en dos pequeñas coletas de las cuales caían varios rizos. Era tímida, un poco callada y, cuando se lo proponía, era muy seria. Al conocerla mejor, me di cuenta de que en verdad era una niña muy alegre, amable y también muy inteligente.
     Algunas veces me decía pequeñas frases, algunas eran un poco extrañas:
     —¿Sabías que las nubes odian a los espejos?
     Otras eran muy bonitas:
     —A veces la vida pide a gritos un café.
     De vez en cuando me contaba historias inventadas por ella. Había una que trataba de un espejo que deseaba flotar como una nube, otra trataba de la experiencia de una nube cuando se vio por primera vez en un espejo.
     De las pocas veces que me hablaba de ella, me contaba de travesuras que hacía. Una vez cuando jugaba con un poco de harina, ensució un espejo de su madre y me dijo que quedó tan blanco como la nube más pura que había visto. Siempre que me contaba sus travesuras, se reía tan bonito que parecían unas campanillas sonando.
     Un día cuando fui al verla, la vi con un vestido blanco muy hermoso. Su cabello estaba totalmente suelto y sólo tenía un listón en forma de diadema en su cabeza.      En cuanto me vio, me sonrió, pero no reflejaba felicidad, sino tristeza.
     —¿Qué pasa?
     —Lo siento mucho, en verdad
     —¿De qué hablas?
     —Me debo ir, ya no puedo seguir aquí.
     —¿Qué?
     En cuanto dije eso, ella sacó un pequeño cuchillo y lo dirigió hacia su corazón. Yo corrí para detenerla, pero era demasiado tarde, su vestido blanco se empezó a llenar de un color rojo y su pequeño cuerpo amenazaba con caerse. La sostuve en mis brazos mientras gritaba que alguien me ayudara, las lágrimas amenazaban con salirse de mis ojos.    
     —No te preocupes, yo estaré allá arriba. —Señaló con su pequeña mano el cielo—. Por cierto, casi se me olvida, no te he dicho mi frase del día.
     —¡No hables! Pronto llegarán a ayudarte —dije mientras apretaba más su cuerpo contra el mío.
     —El destino le da sentido al alma.
     Se formó una sonrisa en sus labios y dejó de respirar. No pude hacer nada para salvarla, pero una persona no muere hasta que todo mundo la olvida, así que yo nunca la olvidare y sé que está allá arriba, observándome. Siempre será mi pequeño ángel.

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