Reflejo / Antonio Esquivias Quirar

Preparatoria Regional de Zapotlanejo, 2014 B

Arreglo mi cabello mientras me miro al espejo. Esta vez lo llevo suelto, aunque siempre acostumbro a tenerlo en una coleta, pero hoy es un día diferente, hoy tengo una cita con un interesante hombre que conocí en internet. Sé que no es la mejor opción, pero, basándome en mi pasado, prefiero intentar algo nuevo. Me dirijo a la puerta, no sin antes despedirme palpando mi imagen en el espejo, justo en el pecho, en mi corazón.
Llego al restaurante y lo veo, a él, con quien tendré mi cita. Camino hacia la entrada con una indecisión que se hace más grande conforme avanzo.
—¿Qué estoy haciendo? —Me asalta mi mente—. Vete, vete, ¡vete! Esto no es lo que quieres, lo sabes.
Me quedo pensativa. Estoy a punto de entrar y mi cita me ha visto. Antes de devolverle la mirada, salgo corriendo.
Mi nuevo destino, un bar donde desahogo mis penas. Voy ahí cuando discuto conmigo misma, al menos el alcohol me tranquiliza. Intento tomar mi lugar habitual, justo en la esquina, pero veo que alguien lo ha ocupado. Me molesta, me molesta que tomen mi lugar, es mío.
Me tranquilizo y tomo la otra esquina. Pido un whisky y espero, entonces comienzo a divagar y mi mente me ataca.
—Has hecho bien, el tipo ése sólo era un abogado desempleado. Mereces algo mejor, lo sabes.
Me afirmo para creer que he hecho lo correcto. Entonces me pongo atenta a la esquina que es mía, o al menos suele serlo. Hay una mujer allí. No alcanzo a verle la cara, sólo su cabello, que a decir verdad es igual al mío: castaño claro, largo y lacio, sólo que esta chica lo lleva en una coleta, exactamente como yo lo suelo llevar.
Me traen mi whisky. Todavía no se ha ido el camarero cuando estoy pidiendo otro y bebo el que me trajo de golpe. Comienzo a marearme, no es normal, tengo una fuerte resistencia al alcohol, ya lo he comprobado antes, pero ahora me punza la cabeza, así que opto por irme a casa. Cancelo mi pedido y camino directo a la puerta, pero a medio camino escucho que me llaman por mi nombre.
—Anette, Anette, Anette —, apenas es audible, pero sé que me están llamando a mí.
Me doy media vuelta y veo que todos están en lo suyo, nadie me presta atención, pero estoy segura de que alguien ha dicho mi nombre. El dolor de cabeza se ha ido, así que mi pecado me arrastra a pecar un poco más y retomo mi lugar para llamar al camarero y pedir otro Whisky. Estoy a punto de sumergirme en mi mar de pensamientos cuando una voz me devuelve a la realidad.
—Que sean dos, por favor.
Giro la cabeza para ver quién lo ha dicho y abro la boca ante la sorpresa, lo he dicho yo.
Al lado de mí está una chica, la chica de la esquina, la de la coleta. Es idéntica a mí: mejillas naturalmente ruborizadas, labios delgados, nariz pequeña y punzante, cejas un poco pobladas; incluso sus ojos son iguales, sólo que su color ámbar resalta más que en los míos por los lentes que lleva.
Nuevamente su voz me saca de mi trance
—¿Puedo acompañarte? —me dice con una dulce voz que es muy similar a la mía.
—Cla… claro —balbuceo mientras le ofrezco torpemente el asiento.
—Gracias —dice con seguridad.
El camarero trae ambas bebidas. Ella la bebe de un trago y golpea la mesa con el vaso al bajar éste. Nuevamente comienzo a pensar rápidamente. Vaya actitud… Entonces, por tercera vez, me saca de mis pensamientos.
—Mal de amores, ¿eh? —me pregunta, o afirma…
—¿Qué? —atino a susurrar.
—Vamos —me dice con un tono elevado—. Vestido, tacones y un bello collar. Estás totalmente arreglada —habla ahora con tono burlesco, pero aún amigable.
—¿Es así como haces amigas? —pregunto, retándola.
—Vanessa —me dice mientras me extiende la mano—. Me llamo Vanessa.
Mi mirada se congela. Pasa un segundo antes de que apriete su mano y entonces percibo lo helada que está; el frío es peculiar, de esos que te queman al instante.
—Anette —digo entrecerrando los ojos.
—Un gusto —dice finalmente ella.
Enfocamos la vista al frente hasta que yo rompo el silencio.
—¿No crees que… —dejo la frase al aire y ella la completa al instante.
—¿Nos parecemos?
Afirmo con la cabeza, estupefacta por lo raro de la situación.
—Bueno —dice con un tono nuevo, ironía quizá—, a decir verdad me he fijado más en ese horrible vestido que llevas puesto, pero sí, vaya que nos parecemos.
¡Con qué pesar dice las palabras!, pienso mientras que de mis ojos sale cierto enojo.
—Ah —digo con sarcasmo.
—Bueno, Anette, me retiro, pero no me despido —me dice mientras se levanta de la silla y se comienza a alejar.
—¿Cómo puedes asegurar que nos volveremos a encontrar? —pregunto incrédula —. Apenas si he sabido tu nombre.
—Pues… ya es un avance —dice y se va sin más.
La sigo con la mirada hasta que sale por la puerta y desaparece en la oscuridad de la noche. Me quedo analizando todo lo que pasó, pero con una botella como nueva acompañante.
Despierto con el sonido de una llamada entrante en el celular. Comienzo a sentir los estragos de una noche de excesos, pero trato de ignorar el dolor y contesto.
—Bu…bueno. —Todavía sigo dormida.
—¡Qué tal, Anette! ¿Tienes planes para hoy? —Otra vez mi voz.
—¿Vanessa? —cuestiono dudando.
—Claro, ¿quién más sí no? —dice burlona.
—Espera, ¿cómo es que tienes mi número? No recuerdo habértelo dado anoche —digo esforzándome por recordar.
—No lo hiciste, lo he sacado de tu celular mientras charlábamos. ¿Te apetece salir hoy? — pregunta ya con un tono impaciente.
—Cla…ro, no tengo nada más qué hacer. ¿Qué tienes en mente?
No suelo salir tanto y mucho menos con gente que acabo de conocer, pero hay algo en Vanessa que me obliga a saber todo de ella, una curiosidad que no tiene que ver con nuestro parecido físico, es algo extraño… una rara necesidad.
—Ya verás, nos vemos en el centro a las dos en punto, ¿te parece? —pregunta ahora emocionada, sus cambios de humor son muy constantes—. Vale, te veo ahí entonces. —Y me cuelga sin despedirse.
Hago toda mi rutina del día y me preparo para verme con Vanessa. Estoy a punto de irme, pero como me es costumbre, me observo unos minutos al espejo. Es un espejo lo suficientemente grande como para verme de cuerpo completo y lo suficientemente pequeño como para que lo único que vea en él sea mi reflejo. Llevo mi cabello en una coleta, pero al final decido llevarlo suelto.
—Suelto es mejor —me digo a mí misma y me voy.
A las dos en punto llego al centro y rápidamente diviso a Vanessa. Lleva un leotardo y el cabello en una coleta, justo como ayer. Apenas llego le pregunto con tono burlesco.
—¿Y eso? ¿Un leotardo? ¿Te gusta llamar la atención?
—Tranquila Ann, ya sabrás porqué llevo esto.
—Ok… — Parece que le encanta dejarme en duda.
—Vamos, te quiero llevar a un sitio en especial. —No protesto y le sigo el paso.
Nos dirigimos a las afueras de la ciudad, rumbo al teatro. Cuando llegamos a éste, le comento.
—Está cerrado, no abren los sábados, ¿que no lo sabías?
—Claro que lo sé, pero tengo un as bajo la manga —dice mientras me guiña un ojo—.Vamos a la puerta de atrás.
No era broma lo de un as bajo la manga, de una de éstas saca una llave y abre la puerta trasera del edificio. Entramos y nos dirigimos al escenario.
—A éstas alturas deberías de suponer cuál es mi trabajo.
—Déjame adivinar, ¿bailarina de ballet? —comento con una ironía inigualable.
—Has adivinado a la primera, ¿eh? —me dice con una sonrisa sincera—. Quiero enseñarte mi nueva rutina, sé que te gustará.
Se me comienza a erizar la piel, me doy cuenta de que aquella rutina que está ejecutando es la misma que yo debuté hace muchos años.
—¿Dónde has aprendido eso? —pregunto agitada y boquiabierta.
—De ti, tú me la has enseñado. En realidad, la aprendimos juntas… ¿es que ya lo has olvidado? —me declara mientras se acerca a mí.
Juntas, ella y yo, ¡eso no es posible! Si a penas ayer la he conocido. A menos que…
Procuro tomar distancia y me alejo hacía la puerta. Mi mente se ahoga en un sin fin de pensamientos. ¿Juntas?
—Anette, Ann. Yo soy tú —confiesa con una mirada frívola.
—No, no… yo soy… yo. ¡Sólo hay una yo! —Comienzo a caminar hacia atrás.
Entonces veo que Vanessa se saca una navaja de su coleta y se lanza hacia a mí. Huyo tan rápido como mis pies me lo permiten, no pienso a dónde ir, sólo corro y corro, y, antes de darme cuenta, estoy en casa.
Mi cabeza no da para más, siento que todo gira a mi alrededor. En cuanto entro a mi departamento, cierro todas las puertas y ventanas con seguro. Pienso en llamar a la policía, pero, ¿qué harían ellos?, ¿qué les diría yo? ¿Qué una psicópata idéntica a mí me quiere asesinar? No, ya resolveré esto.
Es medianoche y comienza a llover. Los truenos resaltan entre el sonido de las gotas chocando con mi ventana; el reloj no se detiene, pero para mí, la noche es eterna.
Tic-tac, tic-tac, la melodía del reloj, el sonido de las gotas. Tic-tac, un trueno, las horas transcurren monótonas. Entonces escucho cómo un cristal se estrella y se rompe. Levanto mi cabeza…
—¡El espejo! —Se me eriza la piel y corro hacia la sala.
Una débil luz entra por la ventana. Se escucha música de ballet, pasos, alguien ríe a carcajadas en alguna habitación. Me dirijo al espejo, está intacto y me quedo observándolo. Es perfecto su tamaño, no muy grande, no muy pequeño, pero esta vez, hay dos yo en su reflejo.
Del espejo sale una mano, mi mano, y toma mi cuello. Empieza a asfixiarme; Vanessa comienza a matarme. La aparto de una patada, pero se recupera rápidamente. Vuelve a lanzarse sobre mí, ambas forcejeamos.
—¿¡Quién eres!? ¿¡Qué quieres de mí!? —chillo y pataleo para quitármela de encima, pero es imposible, no puedo conmigo.
—¿Qué queremos? Lo que quieres tú, lo quiero yo —me dice y acerca su cara a la mía.
Mi rostro demuestra todos mis sentimientos guardados, todos concentrados en un terror gigante
—¡¿Qué?! —comienzo a jadear.
Entonces se acerca más y me besa, justo en los labios, mientras la lluvia canta su canción. Apenas se desprende de mí, la miro con los ojos totalmente abiertos. Balbuceo, pero me vuelve a besar con más pasión y… me gusta.
—¿Qué haces? —le recrimino.
—Es lo que queremos, tú y yo —me dice firme y seria.
—Yo no… yo no…
—Anette, Ann… ¿Por qué crees que no has conocido a ningún hombre que te atrape, que te cautive, que te haga sentir suya? Yo lo sé, es porque te amas a ti más que a nadie. Eres una egocéntrica, una excelente narcisista. Te amas a ti, me amas a mí, porque yo soy tú.
Estoy en blanco.
—Déjate querer esta noche, haz lo que tanto deseas —me reta y acepto el desafío.
Ahora la beso yo, ahora me amo yo. Esta noche poseo a Vanessa, esta noche me poseo a mí, esta noche me hago mía. Cuando despierto, todo está oscuro, quizás aún no despierto y quizá jamás lo haga de nuevo.

Me veo en el espejo, arreglo mi vestido y pongo en su lugar la flor que llevo de adorno.
—Suelto, suelto es mejor, te verás más hermosa.
Mi reflejo se quita la coleta y se deja el cabello suelto.
—Tienes razón, queda mejor suelto. Ya sé porque comenzaste a dejártelo de ésta manera —me dice Vanessa con una mirada de vanidad que ya conozco perfectamente.
—Regresaré pronto. Deséame suerte, ¿quieres? —me dice y se acerca a mí. Me da un beso de despedida, el cual correspondo con emoción—. Lo hago, por nosotras.
Entonces se marcha…
Intentaría gritar, pero ya desde hace tiempo sé que mis gritos no salen de la delgada capa que me encarcela. Es del tamaño perfecto, ni muy grande como para que quepa otra cosa, ni muy pequeña como para que no quepa yo.

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