El buen Dios de Manhattan (fragmento) / Ingeborg Bachmann

Bachmann escribió El buen Dios de Manhattan, libreto radiofónico, en el año 1957, y fue puesto al aire por primera vez el 29 de mayo de 1958, bajo el auspicio y con la producción conjunta de la Bayerische Rundfunk München (Radio Bávara de Munich) y la Norddeutschen Rundfunk Hamburg (Radio Noralemana de Hamburgo). La obra se conduce a través de dos discursos entrelazados: por un lado, el amor que surge de improviso entre dos jóvenes, Jan y Jennifer, al encontrarse en Manhattan, y cuyo efecto es un deseo irrefrenable de cuestionar la sociedad a la cual pertenecen y de desterrarse del mundo; por el otro lado, el juicio al que es sometido el buen Dios, cuyo último atentado es la muerte de la amante, pues el amor, de acuerdo con Él, es un peligro que debe desterrarse para que prevalezca el orden del mundo. Escrita en un lenguaje lírico y bien logrado, y develando flancos de crítica a los roles de la mujer en la sociedad, esta pieza es uno de los tres libretos radiofónicos creados por Bachmann, y con ella obtuvo en 1959 el premio más prestigiado de Alemania para este tipo de producciones, el Premio para Obras Radiofónicas de la Asociación de Invidentes de Guerra (Hörspielpreis der Kriegsblinden).
        
En la sala de audiencias.

Juez:
     ¿De qué se trata?
El buen Dios:
     De una situación diferente. De un cruce de fronteras. De algo que ni usted ni yo consideramos.
Juez: [Con reservas]
     Aquí hemos tenido que ver con todos los casos posibles.
El buen Dios:
     Usted sólo tiene que ver conmigo. Pero nada con esto.
Juez:
     Petulancia… También pretende afirmar que la historia de Ellen Hay y su Bamfield y todos los otros, los que Usted…
El buen Dios:
     ¿Los que yo? ¿Yo?
Juez:
     Que fueron asesinados. ¿Ocurrió de forma similar?
El buen Dios:  No puedo afirmar eso. Cada historia acontece en un idioma diferente. Y todas se desplazaron al silencio absoluto. Aun el tiempo en que cada una estaba inmersa era distinto. Pero quien no se ha ocupado de ellas pretende encontrar en su interior similitudes. Como las hay entre los que andan en dos piernas. Pero todos tienen por afición soltar los amarres naturales, y luego no encontrar ningún apoyo en este mundo. ¿Acaso no se dice que no siempre serían culpables los asesinos, sino en ocasiones las víctimas?
Juez:
     ¡No trate de poner las cosas de cabeza! Ni de torcer las palabras.
El buen Dios: No intento nada por el estilo. Sólo deseo ponerle al tanto de que ambos no creían en nada más, y yo trabajo de buena fe.
Juez:
     ¡Usted!
El buen Dios:
     ¿Desea conocer mi credo? Creo en un orden para todos y todos los días, dentro del cual se vive cada uno de ellos. Creo en una gran convención y en su enorme poder, en la que a toda emoción y pensamiento corresponde un lugar, y creo en la muerte de sus adversarios. Creo que el amor habita el lado oscuro del mundo, más dañino que todo delito, que toda herejía. Creo que ahí donde él surgió, se generó un torbellino como el que antecedía a la primera hora de la Creación. Creo que el amor es inocente y que conduce al naufragio; que tras su paso sólo puede continuarse con culpa y luego de comparecer ante todas las instancias. Creo que los amantes vuelan con justicia por los aires y siempre lo han hecho. Entonces quieren creer que los han dispuesto entre constelaciones. ¿No dijo usted: Él los ha enterrado? ¿No lo dijo?
Juez:
     Sí.
El buen Dios:
     Y quiero repetirlo. No enterrar. Entienda. Dispuestos. Bajo imágenes.
Juez: [Como si nada]
     Es usted un soñador enfermizo. Cualquier humano podría mencionarle, de su propia experiencia, un cúmulo de parejas felices. La novia de los años mozos, que más tarde fue a parar al lado de un médico. Los vecinos del pueblo que ya engendraron cinco hijos. Los dos estudiantes que traicionaron el rigor por la vida, el uno para el otro.
El buen Dios:
     Puedo reconocer un sinnúmero. Pero quién se hará cargo de los hombres que, desde su primer adulterio con la libertad, de modo inexorable han demostrado su instinto. Que domeñaron la minúscula brasa originaria, la pusieron en su palma y le extrajeron una empresa de remedios contra la soledad, la camaradería y las comunidades de interés financiero. Se ha obtenido un estado agradable en sociedad. Todo en equilibrio y en orden.
Juez:
     Algo diferente no es posible, y no existe.
El buen Dios:
     Porque lo exterminé y lo puse a enfriar. Así lo he hecho para obtener seguridad y calma, e incluso para que usted esté cómodamente sentado, contemple la punta de sus dedos y el curso de las cosas por el que ambos optamos.
Juez:
     No hay dos jueces… del mismo modo que no hay dos órdenes.
El buen Dios:
     Entonces debería estar en alianza conmigo, y eso aún no puedo verlo. Quizá no estaba previsto ponerme fuera de combate, sino hacer mención de algo, sobre lo cual sería mejor no comentar. Y uno serían los dos guardianes.
Voces:
Un astro no hace un firmamento
Ceder ser pícaro más adecuado
En vías de prueba violencia al mayoreo
Misiles mayor efervescencia bombas en gordura
Agua pesada más expuesta
Disuelve disolveos disuelve el mundo
Con el golpe del gong cero horas cero
Entre golpes elevarse y hundirse
Piénsalo no puedes con eso
Hazlo corto y dulce

Arma una sonrisa y soporta — ¡Alto!

 

En el cuarto del piso 57.

Jan:
     ¿Lo aceptas? ¿Podrás soportarlo? Aun a pesar de que su nombre es «Despedida» y no huelga otra palabra entre nosotros.
Jennifer:
     Lo que me aterra es ver que aún sigues ahí y que debo observarte mientras arriban los últimos segundos. Pronto no seré más nada. Si al menos se acercara el final. Yo sin dolor. Yo sin mí sería. ¿Se me permite decir todo?
Jan:
     Todo. ¡Dilo!
Jennifer:
     Ya no me toques. Ni te acerques demasiado. Me volvería una flama.
Jan:     
     ¿Hasta dónde tengo que alejarme?
Jennifer:
     Hasta la puerta. Pero no tiendas aún tu mano sobre el picaporte.
Jan: [Lejos]
     Yo…
Jennifer:
     No dirijas a mí tu palabra. Y no me abraces por última vez.
Jan:
     ¡Y yo!
Jennifer:
     Aprieta la manija y márchate, sin dar la vuelta. No me des la espalda, aunque cierre los ojos y no vea ya más tu rostro.
Jan:
     Pero no puedo…
Jennifer:
     No me lastimes. Hazlo sin demora.
Jan: [Mientras cruza el cuarto y vuelve a acercarse]
     No puedo irme.
Jennifer:
     No. ¡Que no me toques!
Jan:  No más. Mírame. Nunca más.
Jennifer: [Lentamente, mientras se postra de rodillas]
     Oh, eso es muy cierto. Nunca más.
Jan: [Horrorizado]
     ¿Qué haces? ¡Detente!
Jennifer:
     ¿Caer de rodillas y besar tus pies? Lo haré por siempre. Y estaré a tres pasos tras tu sombra, donde vayas. Apenas beberé cuando termines tú de hacerlo. Comeré después de que te hayas saciado. Me sostendré en vigilia mientras duermes.
Jan: [En voz muy baja]
     Ponte en pie, amor mío…. Quiero abrir la ventana y que el cielo se introduzca. Detén el llanto, esperarás mientras me voy… sólo para devolver el pasaje del barco y dejar para siempre que el navío se marche. Voy a tomar el taxi rojo fuego, el que viaja más veloz que todos. Ya es momento. Todo lo que sé es que deseo vivir aquí y morir contigo, llamarte con un nuevo idioma; no tendré ningún otro oficio ni emprenderé negocio alguno, ni voy a serle útil a nadie, romperé con todo, y deseo estar escindido de lo demás. Y no debería volver a acometerme la sazón del mundo, así será, pues sólo quiero disponer mi oído hacia tu voz y a ti. Y en la nueva lengua, como es la antigua usanza, te voy a declarar mi amor y el nombre de «Alma mía» te otorgaré. Son palabras que hasta hoy nunca he escuchado y apenas descubro, y lo digo sin mella para ti.
Jennifer:
     Oh, a nadie se lo digas.
Jan: Espíritu mío, el amor por ti me lleva a la demencia, y después no hay nada. Es el principio y el final, alfa y omega…
Jennifer:
     La antigua usanza… cuando tú el amor por mí declares, te voy a confesar el mío. Mi alma…
Jan:
     Inmortal o no: no hay otro sí que a éste se imponga.

En la sala de audiencias.

El buen Dios:
     Sí, deben echarse al vuelo, sin dejar rastro alguno, pues nada ni nadie puede acercarse a ellos demasiado. Son los raros elementos, que aquí y allá son descubiertos, ciertos materiales de locura, con resplandor y fuerza combustible, que corrompen todo y ponen en cuestión al mundo. Incluso el recuerdo que de ellos permanece contamina el lugar donde se planta. Este tribunal no tendrá antecedentes. Si voy a ser juzgado, será para inquietud de todos. Pues los que aman aquí deben morir, de otra manera no habrán sido nada. Deben ser impelidos a la muerte… de lo contrario no viven. Se me rebatirá: ese sentimiento acontece, se da. ¡Pero ahí no hay sentimiento, sólo naufragio! Y por eso precisamente no se da. ¡Y todo depende en realidad de adaptarse, de evadirse! Responda… por todo aquello que considere usted justo. ¡Responda!
Juez:
     Sí.
El buen Dios:
     Después de ese no hay nada que valga. Podría volver allá y ejecutar todo de vuelta.

Nota y traducción del alemán de Daniel Bencomo
Ingeborg Bachmann: Der gute Gott von Manhattan. Hörspiel © Piper Verlag, München, 1958.

 

 

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