Poemas / lee Harwood

Partidas

Una cálida noche de verano,
en el patio el chasquido de la lluvia.
Brisa de satén    mece las cortinas.

Ella escribió:
«Desabotono poco a poco 
mi vestido de seda y sola viajo a la deriva
en el barco de orquídeas. ¿Quién pudiera
dirigir una carta por cima de las nubes?»

 

Pasados todos esos años,
él escribió:
«Nos mantuvo cautivos una imagen y
 no pudimos librarnos de ella».

Cuando vino el invierno,
ella escribió:
«Me pongo mi nueva bata acolchada
y cosida con hilo de oro».

¿Es así como viste eso?
De paso ante un espejo por un pasillo oscuro,
ese rostro, el declive de esos hombros.
O, a la espléndida luz de la mañana,
los rasgos de su rostro en ese espejo:
una imagen, como fija, mostrando tal un mapa
la erosión de los años y los sueños,
es a esto adonde hemos llegado,
y el porvenir mejor dejado en manos de sí mismo.

La carta alcanzará la otra falda de los montes;
regresarán las nubes ya libres de las cimas.
Se hizo lo que hacía falta, pero nunca se hizo,
nunca acaba de hacerse.
Pesada marcha al largo de una vereda de montaña:
chubascos, arroyadas que arrebatan la vereda;
una nube tan baja que apenas puedes ver el camino
y tropiezas con una piedra suelta.

¿Cómo imaginar un barco de orquídeas?
Eso ya no es tan fácil. Pero los días van y vienen,
sale el sol y todo se ve radiante,
y la carta se aleja volando en espiral…

La imagen en el espejo parecía tan real,
aunque sólo captara ese cautivante momento.
En otoño entra girando una hoja de oro en el río, y sus corrientes
la hacen danzar bajo el agua, de aquí para allá y de un lado a otro.

Sin reflexionarlo,
subo al barco de orquídeas
y el roce de la seda
me transporta más allá de todos los espejos. 

 

Los libros
«Bajó del árbol y, al otro día,    una reina»,
luego de muchas aventuras.
Detrás del bosque, un campo baja hasta un ancho río
con riberas bordadas de carrizos.
 
¿Y en la frontera?
Esa mezcla de miseria e ineficiencia burocrática.
¿Es en esta Europa, en China o en un polvoso paso de peatones en México?
Podría ser. ¿En un cuento, o en este mismo instante?

Bajó del árbol una reina,
sus recuerdos por ahora son agradables, ¿y luego?
Con el tiempo (al pasar ante un espejo:
¿quién es esa anciana? ¿Y ese viejo repugnante?)
otros recuerdos se hacinan, se agolpan.
El intenso dolor de las partidas, las imprudencias, los egoísmos,
las tercas cegueras, y esos vanos, aunque reales, remordimientos.
Como aprisionadas bajo los puentes de un buque en zozobra,
con el agua entrando a raudales mientras se forman otras grietas,
las hojas de metal se tuercen antes de partirse.
Entra a raudales la memoria. Incapaz de cegar algo de todo eso.

Puedes investigar en los libros.
Recuerda la biblioteca de Alejandría.
Recuerda su destrucción a manos de cristianos fanáticos,
y el cruel asesinato de la matemática Hipatia.
(Obispo Cirilo, ojalá sufras eternos tormentos
en tu imaginario infierno. Tú, y también ese otro tenebroso corazón,
el arzobispo Teófilo.    ¡Qué vergüenza todos!)
Un espeso relato esos sucesos,
pero que sumergimos en la sombra
cuando nos enfrentamos con nuestra historia de cada día.

Un joven oficial, mi padre, 1940,
hiere de un tiro a uno de sus propios hombres,
quien, con el estómago desecho sin remedio,
implora pongan fin a su agonía.

Alguien escribió: «Nuestras propias historias nos engañan».
Ésta no es una de ellas. ¿Cómo hizo mi padre para
poder vivir con ese momento por tantos años?
¿Cómo cuidó discretamente su parcela,
y enseñó matemáticas a los niños?

Bajó del árbol una reina.
Igual que todos lo hacemos, y luego partimos
cruzando rastrojos dorados hasta alcanzar el río.

No pretendo quedarme aquí sentado, en espera de mi ataúd,
amontonando polvo hasta la postrer clausura,
arreglándome la tiara.
Doy un golpe con el pie
y, ajustando mi espejo retrovisor,
me marcho a la frontera.

 

La foto de Ben
              para Kelvin Corcoran

Justo enfrente de la esquina principal
donde empieza una angosta calle muy concurrida
—esto pasa en Bolonia, en 1992—
un hombre está de pie, con las manos juntas detrás de la espalda,
observa algo, o sólo espera.

Un hombre de unos 60 o 70 años, que viste una gorra de tela,
un saco viejo, una camisa rala pero pulcramente planchada
y abotonada con esmero. No lleva corbata.
Una tarde de invierno.

No se sabe por qué. Ese momento persiste
en la memoria. No es algo que obsesione, sino otra cosa.

Uno hace una pausa. Como él lo hizo.

Ese otro mundo a través del espejo,
¿casi igual a éste? ¿De colores acaso más suaves?
¿El mundo de allá es más acerbo? Lo extraño

en ambas partes, de un rostro, de una escena.
Qué es lo que hay delante y al otro lado del espejo,
aunque casi ya fuera. Fuera del alcance del miedo.

Uno hace una pausa.
«Espera la hora exacta», pero ¿cuándo es ésta?
¿Y qué dicta el libreto?

Coges la taza, tomas un trago de café.
Bajas la taza. Aquel momento, equidistante
de la copa y de los labios. Una pausa eterna.

Sostienes el pincel que traza caligrafía japonesa,
con el codo pegado a tu cuerpo, mueves todo tu cuerpo
para trazar los signos. Un flujo de signos de todas clases.

Pinta el signo de «mar» una y otra vez.
¿Cuál es el signo de «hombre bajo el arco»?
Seguiste ahí en balanceo, pincel en mano.

«Lo cual era un desenlace». Seguiste en balanceo,
luego del incidente, después vino la calma
donde una taza, una cortina agitada por el viento
o un retazo de sol invernal desplegado en la calle
 se trasmutan en una maravilla.

Estabas tan cerca de la salida.
Sí, la gente sigue adelante. En esa calle estrecha
la gente se aglomera para ver la tele en la ventana de una tienda.

«Un oficial británico, William Pressey, refirió haber visto
a 200 jinetes franceses cruzando la cumbre de una colina
cerca de Amiens, conmovedora escena la de sus penachos
y sus lanzas relucientes. “Sonrieron y agitaron
sus lanzas al grito de ‘Se acabaron los boches’, ‘Mueran
los alemanes’”. Apenas los perdió de vista,
escuchó el seco tableteo de las metralletas. Sólo volvieron
unos pocos caballos extraviados».

Pon la taza en el platito.

Al alzar los ojos viste —remoto aunque sofocante—
el sol de la tarde reflejarse
en la hilera de tarros y botellas de un anaquel.

Lleno de gratitud estoy por este instante.

 

Versiones del inglés de José Luis Rivas

 

Departures
A hot summer night, / the sound of rain in the courtyard. / A satin breeze      sways the curtains. // She wrote / «Gently I open / my silk dress and float alone / on the orchid boat. Who can / take a letter beyond the clouds?» // All those years ago // And he wrote / «A picture held us captive / and we could not get outside it.» // When the winter came / she wrote / «I put on my new quilted robe / sewn with gold thread.» // Is that how you saw it? / Passing a mirror in a dusky coridor / — that face, the tilt of those shoulders. / Or in the bright light of morning / the details of your face in that mirror / —a picture, as though set, that maps / the wear of years, dreams, / that this is where we’ve come to, / and the future best left to itself. // The letter will reach the other side of the mountains, / clouds will roll back clear of the summits. / What was needed was done, but never done, / it’s never done. // Plodding along the mountain path — / drifts of rain, streams sweeping across the path, / cloud so low you can barely see the path / as you stumble on loose rock. // How to imagine an orchid boat? / It gets harder. But days come and go, / the sun comes out and everything seems to sparkle / and the letter spirals away. // The picture in the mirror seemed so real, / though only caught that imprisoning moment. / A golden leaf in autumn spins into a dark river / where the currents dance it underwater back and forth, side to side. // Without thinking / I step aboard the orchid boat, / the feel of silk. / carrying me beyond all mirrors.

The Books
«She climbed down from the tree the next day    a queen» / after many adventures. / Beyond the wood a field sloped down to a wide river, / its banks edged with reeds. // And at the frontier? / that mixture of squalor and bureaucratic inefficiency. / Is this Europe or China or a dusty crossing in Mexico? / It could be. In a story or at this moment? // She climbed down from the tree a queen, / her memories pleasant for now, but later? / As the years slide by    (passing a mirror / — who is that old woman? ugly old man?) / other memories heap up, crowd in. / The intense pain of partings, foolishness, selfishness, / stubborn blindness, and useless, though real, regrets. / As though caught below decks in a sinking ship, / water pouring in as further leaks spring, / the metal plates buckle and split. / Memory pouring in. Powerless to stop any of it. // You can go into the books. / Remember the library in Alexandria. / Remember its destruction by Christian fanatics, / and the savage murder of the mathematician Hypatia. / (Bishop Cyril, may you be tormented forever / in your imaginary hell. You and that other dark heart / Archbishop Theophilus.     Shame on you all). // A dense history of such deeds, / but that shrinks into the shadows / when faced with our daily history. // The young officer, my father, 1940, / having to shoot one of his own men, / his stomach ripped open beyond saving, / begging to be put out of his angony. // «We deceive ourselves with our stories», someone wrote. / Not this one. How did my father / live with that moment for years and years? / as he quietly tended his allotment, and / taught children mathematics. // She climbed down from the tree a queen. / As we all do, and then set out / across golden stubble to the river. // I don›t intend to sit here waiting in my coffin, / gathering dust until the final slammer, / adjusting my tiara. // I’llstamp my foot / and, checking the rear-view mirror, / head for the frontier.

Ben’s Photo
for KeIvin Corcoran

Just off the main square / at the entrance to a crowded narrow street / — this is in Bologna, 1992 — / a man stood erect, hands behind his back, / watching something, or just waiting. // A man about 60 or 70, wearing a cloth cap, / an old suit jacket, a worn but neatly ironed shirt, / neatly buttoned. No tie. / An afternoon in winter. // Don’t know why. This moment that keeps / coming back. Not haunting, but something else. // One pauses. As he did. // Through the mirror that other world, / almost Iike this? The colours maybe softer? / the world there harsher? The strangeness, / both sides, of a face, a scene. / What’s there before and beyond the glass, / but somehow outside.    Beyond the fear. // One pauses. / «Wait for the right time», but when is that? / And what does the book mean? // You pick up a cup, taste the coffee, / put down the cup. That moment midway / between cup and Iips. A timeIess pause. // With Japanese calligraphy you hold the brush, / elbow tight to your body, move your whole body / to make the marks. A flow of sorts. // Paint the character for «sea» again and again. / What’s the character for «man under arch»? / Stood there swaying, brush in hand. // «That was a close one.» Stood swaying, / after the event, then shifting to a calm / where a cup or a curtain stirred by the wind / or a patch of winter sunlight spread in the street / becomes a marvel. // You were so close to the exit. / Yes, people carry on. In that narrow street / a crowd watching a tv in a shop window. // «A British officer, William Pressey, reported seeing / 200 French cavalrymen advancing across a hilltop / close to Amiens, a stirring sight with their plumed / helmets and gleaming lances. “They laughed and waved / their lances to us, shouting ‘Le Bosch fini’, ‘Death / to the Kraut’.” Just after they disappeared from sight / he heard the dry rattle of machine guns. Only a few / stray horses came back.» // Put the cup down on the saucer. // Looking up — remote but close — / you see the afternoon sun catch / a row of jars and bottles on a shelf. // Thankful for this moment.

 

    Del poema «Sorrows of departure», de la poeta china Li Ch’ing-Chao (circa 1084- 1151).

    Del poema «A song of departure», de Li Ch’ing-Chao.

   Tomado de «In Europe», de Geert Mak.

    From the poem «Sorrows of departure», by the Chinese poet Li Ch’ing-Chao (c1084- c1151).

    From the poem «A song of departure», by Li Ch’ing-Chao.

    From Geert Mak — «In Europe».

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