Poemas/ Mimi Khalvati

Plaza de los Remedios
La infantil geometría de la plaza:
el quiosco octagonal en el centro y el círculo que forman

las mesas de café y las sillas en torno, y un círculo exterior
de troncos bifurcados, sus maletas que están repletas de hojas,

las bancas, las terrazas, las ventanas que piden formar parte del conteo
—lo cual recuerda escuadras, reglas y compases,

transportadores transparentes con cabezas que inclinan
no ángulos sino tiempo, detenido en el aire impalpable.

La escena es apacible como un nacimiento navideño y, más allá
de esta sencilla geometría, montañas inmensas, sin medida;

un tempestuoso Atlántico que se oye de noche mientras ronca
como si fuera un leviatán dormido. Me gustaría tener una vida pequeña.

Me gustaría tener un hijo que tomara mis manos en las suyas
y, mientras caminamos hacia atrás, me fuera conduciendo poco a poco

al final de una calle adoquinada y una puerta se abriera; y una hija
que, al tomarme las manos de entre las de mi hijo, me ayudara a cruzar el umbral.

 

Bajo la vid
Yo debería, sí, vivir bajo la vid,
con manchas en mis pies y un polvo dulce y seco

cantando a la sequía y al calor. Mira la pila
de escombros que rodea las raíces, las hojas secas y enrolladas,

los hormigueros que adivino. Mira
la flor caída en tierra, de un amarillo descascarillado;

escucha las avispas, las abejas. Y la vid que se halla
sobre mí, esa vid que tiene olor a nada,

no da más que la música de su nombre, el recuerdo
de una terraza que olvidé hace mucho.

Bajo parvadas, sí, de golondrinas que repiten —debemos
creer en ello— el final,

el final, se diría el final de un verano
tan largo que no sabe de meses ni semanas.

Yo debería, sí, ocultarles mi dicha,
bajo la vid, a aquellos que la envidian.

 

Lo que era
Era la alberca y eran las sombrillas azules,
el toldo azul. Era el azul y blanco

del juego de ajedrez a escala real en la terraza, el muro de jazmín.
Eran, codo con codo, el caqui y la palmera,

como si fueran dos profetas sabios, y entonces el paisaje sumergido
se alzó, las golondrinas que dieron vuelta al valle.

Eran la maquinaria de la antigua prensa de aceitunas,
los silencios y voces que llamaban desde su interior.

Era el agua que hablaba. Era esa mujer
que leía apoyando la cabeza, de lentes;

pila de leña bajo la escalera volada,
neblina, las montañas que dábamos por hecho.

Eran una manguera de joroba azul y las avispas
vivientes que nadaban en la superficie. Eran las chimeneas.

Era el sueño. Era no tener madre,
padre ni madre que me consolaran.

Versiones del inglés de Hernán Bravo Varela

Plaza de los Remedios
It’s the childlike geometry of the square — / the octagonal bandstand in the centre, the ring // of café tables and chairs around it, the outer ring / of bifurcating trunks, their packed suitcases of leaves, // benches, balconies, windows that ask to be counted — / that calls to mind set squares, rulers, compasses, // see-through protractors and the head bent over / no angle but time’s, arrested in the impalpable air. // The scene is as mild as a nativity and beyond this / simple geometry, immense, immeasurable mountains, // a stormy Atlantic you can hear at night, snoring / like a sleeping leviathan. I would like a small life. // I would like a son who takes both my hands in his / and, walking backwards, inches me towards the end // of a cobbled street where a door opens and a daughter, / taking my hands from his, helps me over the doorstep.

Under The Vine
Yes, I should be living under the vine, / dapple at my feet and the sweet dry dust // singing of drought, of heat. Look at the pile / of rubble round the roots, curled dry leaves, // little ant homes I can’t see. Look at / the flower fallen in the dirt, flake yellow, // listen to the wasps, the bees. And the vine / above me, the vine that smells of nothing, // yields nothing but the music of its name, / the memory of some long-forgotten terrace. // Yes, under a flock of swallows that repeat / — because we have to believe it — the end, // the end, nearly the end of a summer / so long it knows neither month nor week. // Yes, I should keep my happiness hidden, / under the vine, from those who envy it.

What it Was
It was the pool and the blue umbrellas, / blue awning. It was the blue and white // lifesize chess set on the terrace, wall of jasmine. / It was the persimmon and palm side by side // like two wise prophets and the view that dipped / then rose, the swallows that turned the valley. // It was the machinery of the old olive press, / the silences and the voices in them calling. // It was the water talking. It was the woman / reading with her head propped, wearing glasses, // the logpile under the overhanging staircase, / mist and the mountains we took for granted. // It was the blue-humped hose and the living wasps / swimming on the surface. It was the chimneys. // It was sleep. It was not having a mother, / neither father nor mother to comfort me.

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