Libros / Amantes y desconocidos / Sergio Téllez-Pon

Alan Hollinghurst (Gloucestershire, Reino Unido, 1954) pertenece a la generación de Ian McEwan, Kazuo Ishiguro, Graham Swift, Julian Barnes, Martin Amis, Hanif Kureishi (algunos críticos también incluyen en el grupo a Salman Rushdie), y con ellos comparte una de las obras narrativas más sólidas e interesantes de la actual literatura inglesa. Con su primera novela, La biblioteca de la piscina (1988), ganó el Premio Somerset Maugham, otorgado a primeras novelas. Luego publicó La estrella de la guarda (1994), la única de sus cinco novelas que no he podido leer pues no la han vuelto a reeditar; le siguieron El hechizo (1998) y La línea de la belleza (2004): con esta última ganó el prestigioso premio Man Booker ese mismo año. Su novela más reciente es El hijo del desconocido, que apareció en inglés a finales de 2011 y fue publicada en español a finales de 2013.
     La clasificación de «novela gay» todavía causa suspicacia en nuestros días y en ciertos círculos literarios. Pareciera que con esta categoría se le escatimara la calidad literaria a ciertas obras escritas por autores asumidos públicamente como homosexuales (es el caso de Hollinghurst), o bien que en sus páginas tocan este tema aunque sus autores no asuman esta identidad sexual; sin embargo, no sucede lo mismo cuando se clasifican ciertas obras como «literatura infantil», «novela negra» (pienso en Alice Walker, Toni Morrison), «novela policiaca» o «novela judía» (Isaac Bashevis Singer, Amos Oz, David Grossman, etcétera). Según el narrador David Leavitt, La línea de la belleza es una novela «post-gay», y la define como una obra en la que los personajes «sólo son gentes viviendo sus vidas» (véase mi ensayo «Por una literatura queer» en Luvina 60, otoño de 2010, pp. 61-70). Lo cierto es que en La línea de la belleza la sexualidad de los personajes es la que mantiene la tensión dramática, la que impulsa la historia: mientras el protagonista, Nick Guest, vive y goza libremente con su homosexualidad, no es el caso de los chicos de los que se enamora: el primero, Leo, un chico negro que vive con una madre ultraconservadora, y luego Wani, un chico de origen libanés quien, para mantener contento a su padre, tiene una novia con la que se compromete al tiempo que tiene escarceos sexuales con otros hombres. Es en La línea de la belleza donde Hollinghurst se adhiere más a la mejor tradición de la novela gay inglesa (Henry James, Ronald Firbank, E. M. Forster, Ackerley, Isherwood…): el estilo literario algo decimonónico y de largo aliento recuerda a las obras de Henry James, a quien el protagonista lee con devoción y sobre quien escribe su tesis; Nick asume su sexualidad con total naturalidad, tal y como lo hacen los personajes de Isherwood, y busca establecer relaciones amorosas estables como lo consigue hacer Maurice, el protagonista de la novela homónima de Forster.
     Desde El hechizo, Hollinghurst había puesto todos los conocimientos que tiene de la cultura gay contemporánea: los ligues en baños públicos, la dinámica en los bares, los encuentros sexuales fuera de la pareja, etcétera, que luego reaparecerán en La línea de la belleza, rasgos por los cuales encuentro que estas novelas están estrechamente relacionadas. Hollinghurst es un narrador cultísimo no sólo por describir con una precisión milimétrica el estilo de vida que desde hace unos treinta años los gays de todo el mundo han adoptado, sino porque lo mismo describe las sensaciones que proveen ciertas drogas como las que estimulan algunas piezas de música clásica; evoca pinturas y sus novelas están salpicadas de galicismos; o en las páginas de La biblioteca de la piscina hace entrar como personaje a Firbank y los protagonistas asisten a presenciar la ópera Billy Bud, de Benjamin Britten, basada en el relato de Melville.
     En 2006, la bbc adaptó La línea de la belleza en una miniserie de tres capítulos: la novela está dividida en tres fechas (1983, 1986 y 1987) que son cruciales para el protagonista, de manera que en la serie cada capítulo corresponde a una de esas fechas. Sin embargo, en la serie se prescinde de varios episodios, hacen una presentación abrupta de algunos personajes, los actores que interpretan a los amantes de Nick no se corresponden con las características de belleza que Hollinghurst les adjudica, y, finalmente, me parece que no supieron adaptar a la televisión el estilo lento y minucioso que caracteriza la profunda narrativa de Hollinghurst, pues quizá el estilo se ajustaría más para una larga y contemplativa película europea. En esta novela, Hollinghurst añade un ingrediente que cimbró la vida gay a principios de los años ochenta: el surgimiento del sida, que no había figurado en su narrativa anterior y que justo hace su aparición en los años en los que ubica su novela. Para mantener la tensión dramática en los opuestos, esos años son además aquéllos en que gobernaba con mano férrea la conservadora Margaret Thatcher. De manera que por ese ingrediente sería más apropiado llamarla una «novela queer», pues el ejercicio de la sexualidad se vio trastocado con el surgimiento de la pandemia.
     Así como encuentro cierta hermandad entre El hechizo y La línea de la belleza, ahora creo que La biblioteca de la piscina y El hijo del desconocido están relacionadas, o al menos algunos aspectos de la primera me recuerdan a esta nueva. En La biblioteca de la piscina dos generaciones de gays están unidos no sólo por su afición al ligue clandestino y los muchachos de raza negra (una de las características persistentes en las novelas de Hollinghurst), sino por un hecho paradigmático que sufrió el mayor, Lord Charles Nantwich, y por el cual fue condenado por el abuelo del menor, Billy Beckwith. La historia de Lord Nantwich se desarrolla en un ambiente de nobleza y recato, en una época de prestigio para los lores y cuando debían cuidar una conducta intachable, por lo cual este personaje ejerce su sexualidad de forma velada —esas formas «discretas» o hechas sólo para un grupo de entendidos, contra las que, desde luego, hay una evidente condena del exterior. En las primeras dos partes de El hijo del desconocido, Hollinghurst vuelve a esos ambientes y estilos de vida, pues está ambientada a principios del siglo xx, con los procesos contra Oscar Wilde no tan lejanos.
     La historia de El hijo del desconocido abarca todo el siglo xx. El eje es un poema, «Dos acres», que a la postre se volverá polémico porque su autor, Cecil Valance, lo escribió durante una visita a la casa de campo de su amante, George Sawle, a quien conoce cuando estudiaban en la siempre homófila Oxford. Pero, en un gesto de coquetería, Cecil escribe el memorable poema, a la usanza de esos años, en el álbum de autógrafos de la hermana menor de George, Daphne. A Hollinghurst le gusta llevar a sus personajes a las casas de campo (en una casa así transcurre parte de la historia de las dos parejas que protagonizan El hechizo), apartarlos en un lugar paradisiaco, y en ese ambiente bucólico es donde Cecil Valance lee algunas églogas, propias y de otros autores, Lord Tennyson en particular.
     El poema que Cecil escribe es un juego, pues mientras para algunos es un poema que canta las virtudes de la casa victoriana donde pasó aquel fin de semana, para otros (en particular para George y Daphne) contiene un mensaje cifrado, un guiño a un secreto que sólo los tres conocen. En aquella casa, Jonah, un criado que han puesto al servicio de Cecil, lee el poema en hojas rotas y aunque no logra comprenderlo del todo algo le intriga. Luego, el criado que le sirve en su propia casa, Wilkes, es invitado por George a dar su testimonio sobre quien fuera su señor, con el argumento de que gracias a la proximidad tal vez lo conocía más íntimamente que su propia familia. Así, el poeta laureado se vuelve un desconocido para sus allegados, pues siempre mantuvo un secreto escondido, algo que ni por cercanos que fueran a él podían adivinar. El controvertido poema será a la postre un símbolo para toda una próxima generación y algunos críticos querrán fungir como exégetas. En El hijo del desconocido, Hollinghurst recurre a saltos temporales extremos, y esos tiempos le imponen un mayor riesgo en su narrativa, convirtiendo, así, cada episodio en una breve noveleta, y al juntarse esas joyas conforman a la novela en la corona de su obra. 

El hijo del desconocido, de Alan Hollinghurst (trad. de Francisco Pardo). Anagrama, Barcelona, 2013.

 

 

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