Zona intermedia / Del orden inglés a la exuberancia mexicana / Silvia Eugenia Castillero

Silvia Eugenia Castillero

«Mar Chapálico», leemos emocionados en un mapa del siglo xvi que el poeta J. H. Prynne nos muestra en un libro inmenso que minutos antes ha tomado del anaquel de la biblioteca del Trinity College de Cambridge, en donde es catedrático. Entre trazos imprecisos, más bien artísticos, de ríos y ciudades, aparece Chapalicum Mare en una extensión bastante más grande de lo que hoy es el lago de Chapala.
     Prynne nos conduce por pasadizos y puertas minúsculas, por calles sinuosas y estrechas para ir conociendo algunos edificios de los 31 colleges que integran la segunda universidad más antigua de habla inglesa, fundada en 1209, al tiempo que nos recita uno de sus versos: «recurrimos a nuestras mejores y más serias raciones de tiempo».
Cambridge y Chapala, dos símbolos, uno de lo inglés y otro de lo mexicano, unidos en un instante. Pareciera que vamos cruzando esos mismos ríos y mares, los mismos siglos que han visto erigirse y permanecer muros, ojivas, vitrales, pinturas, chimeneas, callejuelas, y a los más destacados científicos y artistas de Gran Bretaña, como a J. H. Prynne, quien ha realizado una de las obras poéticas más originales de los tiempos actuales.
     Aunque la geografía parece tan remota, recordamos algunos lazos literarios entre ambos países, pero sobre todo el sentido de peregrinaje como motor en la historia de la humanidad. Y el señor Prynne, cálido, simpático, en su oficina del Trinity College de Cambridge, con todo su prestigio pero con una asombrosa sencillez, continúa recitándonos sus versos:

Cada hombre
posee su propio rincón, esa pregunta
a la que le da vueltas. Es su naturaleza, el atributo
que tiende hacia el mundo, así como su estatura
es su «dignidad real». Y sin embargo Gregorio no
creía en la peregrinación hacia un lugar: Jerusalén,
dice, está demasiado lleno de rapiña y lascivia para ser
una orientación para el espíritu. El resto es una suerte
de llama, el peregrino es otra vez un atributo, y
su extensión es el camino que toma a través de estratos
que lo toleren. El viajero con su
grueso bastón: a quién le importa si es un vividor
analfabeto —es nuestro único rival. Sin esto
la familia divina es una simple bufonada, toda
la mutabilidad del Pleistoceno terminará por
derretirse como la nieve, urgida hacia la tierra.

Entonces traemos a la conversación a un símbolo de peregrinaje que unió ambos continentes y las dos sensibilidades —la inglesa y la mexicana— en una de las novelas fundamentales del siglo xx, Bajo el volcán (1947), de Malcolm Lowry, quien también pasó —como estudiante— por las aulas de Cambridge. Nos enteramos de la magnitud de la influencia que la literatura norteamericana ha tenido y tiene en la literatura inglesa. Lowry quiso ser guionista de Hollywood y ahí conoció a su segunda esposa. Mr. Prynne declara tener una directa genealogía con los poetas Charles Olson, Robert Duncan y Robert Creeley. Ambos escritores llegaron a tierras orientales, concretamente a China, país en el que los libros de Jeremy H. Prynne son best-sellers; Lowry anduvo en Shanghái, Hong Kong, Yokohama, Singapur y Vladivostock antes de refugiarse en la ciudad de Cuernavaca. ¿Necesidad en ambos escritores de imbuirse de civilizaciones ancestrales y exóticas? Pese a la resistencia que ha encontrado su obra ante la crítica oficial, ahora la voz poética de J. H. Prynne es considerada central en la lírica británica contemporánea, de ella se dice «la más audaz de la poesía inglesa de postguerra». Su poesía desborda la palabra y el verso, los poemas son dibujos, ideogramas, son cavidades que conducen a una forma de mirar, cada letra no es un sonido ni sólo una grafía, es un vuelo, un tono, un designio:

…Cómo
aún no apretaste nuestra transparente arruga, flexión
instinto unido consejero tendón, más cuidadosa
alegría vuelta par en nueva puntada. Estarse quieto
proveer como para vagar de vuelta, pasar a través es
la primera causa, esto ahora hacia continuación,
diciendo tu proverbio por boca abierta previo.
Quién puede decir entrega, la noche llegando como
lo hará por nubosa cubierta, tan seguido tan necesaria
para un rostro. Expresión aguantada para en media
promesa inundada, ningún sol tan brillado tanto
para llenar, encuentra ahora para personal
[simple de ver.

Por su parte y a su manera, Malcolm Lowry encontró en la vida mexicana, en su paisaje, el incentivo justo para crear desde su desorden y el exceso, porque para él México, con sus cordilleras… más allá del valle y de los contrafuertes en forma de terraza de la Sierra Madre Oriental, ambos volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuatl, se erguían majestuosos y nítidos, contra el fondo del crepúsculo… En el violento crepúsculo los volcanes adquirían un aspecto aterrador.
Aterrador y mágico, este país fue para Lowry la puerta al infierno:

Era demasiado oscuro para ver el fondo, ¡pero aquí sí existían finalidad y hendidura! Quauhnáhuac era, en este aspecto, como el tiempo: por doquier que se mirase estaba aguardando el abismo a la vuelta de la esquina. ¡Dormitorio para zopilotes y ciudad de Moloch! […] Y así, a veces me veo como un gran explorador que ha descubierto algún país extraordinario del que jamás podrá regresar para darlo a conocer al mundo: porque el nombre de esta tierra es el infierno.

La exuberancia, la contradicción, la violencia, logran tal nitidez en Bajo el volcán, que su autor es capaz de crear un incipiente personaje al que años después Fernando del Paso dará forma extraordinaria en la Carlota de Noticias del Imperio (1987):
     Francia, pensó, nunca debió trasladarse a México, ni aun bajo el disfraz de los Austria; Maximiliano fue desafortunado hasta en sus palacios. ¡Pobre diablo! ¿Por qué tuvieron que llamar también Miramar a ese fatal palacio de Trieste; aquel en que Carlota perdió la razón y donde todos los que en él vivieron, desde la Emperatriz Isabel de Austria hasta el Archiduque Fernando, perecieron de muerte violenta? Y sin embargo, ¡cuánto debieron de amar esta tierra aquellos dos solitarios desterrados cubiertos de púrpura! […] Fantasmas. Fantasmas, como en el Casino, vivían aquí ciertamente. Y un fantasma seguía diciendo: —Es nuestro destino vivir aquí, Carlota. Mira este glorioso país montañoso; mira sus colinas, sus valles, sus volcanes increíblemente bellos. ¡Y pensar que es nuestro! Seamos buenos y constructivos y hagámonos merecedores de él. O fantasmas que reñían: —No; te amabas a ti mismo; amabas tu miseria más quea mí. Nos hiciste esto deliberadamente. —¿Yo? —Siempre tuviste gente que te atendiera, que te amara, que te dirigiera. Escuchaste a todos, menos a mí, que tanto te quise. —¿Tanto? Tú sólo te quisiste a ti mismo. —No; te quise, siempre te quise, debes creerme, por favor; debes recordar cómo proyectábamos ir a México.¿Recuerdas? —Sí, tienes razón. Tuve mi oportunidad contigo. ¡Nunca más se presentará una oportunidad semejante! Y de pronto, allí donde estaban, volvían a llorar apasionadamente.

México ha sido el paraíso que algunos escritores ingleses han escogido para lograr consolidar sus sueños desmedidos y volverse héroes de su propia vida. En este país han logrado hacer posible la equidad entre sueño y realidad y plasmarlo en sus obras; transformar su vida —su argumento vital— en una obra de arte. Tal es el caso de Edward James con su palacio surrealista en Xilitla, y de D. H. Lawrence, quien recorre América del Norte huyendo de Europa con la única consigna de desarrollar una utópica aldea donde poder vivir con sus amigos ingleses, lejos del orden y la tecnología europeos. Y encuentra en la ribera del lago de Chapala el lugar idóneo para desarrollar su proyecto de vida, para escribir su novela La serpiente emplumada (1926), en la que retrata un México bárbaro, más cercano a la vida de los aztecas y, desde un punto de vista racista lo estereotipa. Plasma un México desordenado, violento, desmedido, lleno de maldad, caos y muerte. No obstante, el único lugar en el planeta capaz de transformar al ser humano, de transfigurarlo de demonio en redentor. 

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