Riesgos no calculados / Fanny Enrigue

Condensemos: ¿qué tan muerte era la condena de Basquiat a samo, es decir, a la misma vieja mierda? ¿No era más bien una exhibición? ¿Una maniobra? ¿Un goce?
Miento, claro, cuando digo que condensemos, aludo con ese pretexto a uno de los epígrafes de Grandes atletas negros, en el que Pound equipara la idea de la concreción con la escritura poética.
     Precede a esta fórmula, como apertura de la obra que presentamos, una dislocación de la críptica sentencia de Basquiat: «Plush safe he thinks» (me disculpo con falsa vergüenza por mi manera de ladrar ese idioma bárbaro), expresión agramatical que podríamos traducir como «Elegante caja fuerte (seguro) él piensa». Arellano juega con esta simulación de frase, transformando plush en flush, esto es, «elegante» muta a «tirar la cadena» (del baño) o a «ruborizarse».
     Juego yo también a que en el momento preciso en que termino de leer esa introducción, se ha ido el agua y me es imposible jalar la cadena. Estoy, por supuesto, sonrojada. La misma porquería flota en el escusado, tal como algunos bardos ven flotar lirios en los estanques. Pienso entonces, es menester un camino seguro: imagino cinco mil dólares, porque ésa es la mierda que, me han dicho, es segura. Y en este primer apartado de Grandes atletas encuentro instrucciones justas para el desasosiego:

Consiga una grabación de animales pariendo.
Escuche atentamente a los encargados
de la limpieza en zonas conflictivas.
Atienda el teléfono sólo si sabe quiénes
son los últimos seis presidentes de su país.
No intente contactarnos.
Hemos perdido los aparatos y no sabemos frenar
este prodigio de la tecnología.

Al final, samo —alter ego de Basquiat— era esa risotada para redimir idiotas, igual que el intertexto de Arellano, parece, como todos los instructivos, «una coincidencia / de carcajadas y mala fe», que atiende también al imperativo de ser conciso.
     No hace falta llorar por la ausencia de nenúfares: el humor negro es una herramienta mucho más propicia que la contemplación, porque de cualquier modo esas plantas contaminan y, de existir un sentido, podemos dar el mismo a un retrete que a un estanque. Además, de haber tenido los cinco mil dólares —esa burla escrita en el cuadro de Basquiat, que se multiplica en la escritura de Arellano— seguramente serían ya, desde hace mucho, ganancias por concepto de coca, en el bolsillo de algún dealer. ¡Oh, qué ha sido del mundo del arte!
     El siglo xviii en su búsqueda (casi obscena) de certezas, edificó, con las vértebras de la racionalidad, las nociones fundantes de la estética: esto es una obra de arte; éste es el genio, don innato que da la regla; éste el salón, espacio dedicado a que usted, público del arte, contemple y se deleite… Ese entorno, en apariencia desligado de lo sacro, paradójicamente genera una suerte de santoral, una jerarquización profana de tales conceptos, con pretensión digamos tiránica.
     A tal discurso, la vanguardia opone numerosas descargas: manifestaciones, burlas, bromas, aullidos rabiosos («se prevé el aniquilamiento [siempre próximo] del arte», declara Dadá). Pero también articula estrategias, acciones, manifiestos (aunque se esté en principio contra los manifiestos y contra los principios). Es —y lamento volver a la ya clásica tesis— la tradición de la ruptura; necesita tan fatalmente de ese pasado que no obstante la dinamita, se construye por su aversión a éste en el gesto igualmente ritual, igualmente jerárquico, de hacer pedazos las estatuas de los ídolos con un mazo.
     A pesar de las críticas sobre el arte posterior como un continuo reciclarse de la vanguardia, con el neoexpresionismo —al que se asocia a Basquiat—, escribe Danto que:

Cerca de los ochenta […] parece que se ha encontrado una nueva dirección. Y luego vuelve la sensación de que no hay nada parecido a una dirección histórica. Más tarde nace la sensación de que la característica de este nuevo periodo era esa ausencia de dirección, y que el neoexpresionismo era más una ilusión que una verdadera dirección. Recientemente, se ha comenzado a sentir que los últimos veinticinco años se han establecido como norma (un periodo de enorme productividad experimental […] sin ninguna directriz especial que permita establecer exclusiones).

Esa aparente apatía por la falta de un rumbo programático apunta, entre otras cosas, a la posibilidad de tomar todas las direcciones a un tiempo: al fin de la lucha con el arte e ideologías de otras épocas y a la contienda más brutal con el arte e ideologías del pasado. Es posible firmar como la misma vieja mierda; aparecer en revistas con el titular «New Art, New Money: The Marketing of American Artist» a pesar de su denuncia; tener como libro de cabecera una obra de anatomía; acudir a una exposición saturado de cocaína, no como un gesto provocador, sino porque el polvo había sido adquirido esa mañana; hablar de samo como una alternativa a Dios; ser Mayakovski imaginando su infancia; presentar piezas ocultas en un combate secreto contra el mundo, como una trampa o como un enigma —y, si usted quiere, exhibir los bellísimos nenúfares girando en el remolino de un water. En definitiva, no hay más un pasado al que combatir o del cual emanciparse, con la excepción de que sea eso lo que se quiera:

Usted no entiende cómo es que las hormigas
negras y rojas en el piso de la cocina
señalan el camino hacia el abismo.
Normal, no sienta miedo, camine en línea
recta y ajuste los cinturones
para un descenso suave y controlado.
leemos en Grandes atletas negros.

No hay más la exigencia de un discurso legitimador, y, pese a que persiste el museo, no hay tampoco criterio alguno que exprese cómo debe observarse el arte, todos los relatos pueden o no convivir en el mismo presente. Siguiendo de nuevo a Danto, «no hay nada que marque una diferencia entre la Brillo Box de Andy Warhol y las cajas Brillo de los supermercados».

La receta es la misma:
perturbar lo menos posible
a las creaturas que se agolpan
a flor de garganta,
entender nunca,
eso es para la gente impura
que mancha con sus historias
de vida
la escalera inmensa y dorada
que sube a blancos, electrodomésticos
y ropa para caballero.

A través del sarcasmo es posible desestabilizar las jerarquías; desde esta lectura, a ello apunta el título —y la totalidad de la obra— de Grandes atletas negros. Mencioné antes la aparición de Basquiat en la primera plana de The New York Times, en la que hasta entonces era impensable encontrar a un artista plástico de color, pero que sí había acogido a destacados deportistas, siguiendo un esquema de distribución de prestigios regido por la soberanía del cuerpo…
     Pero no son la mera anécdota y los distintos escalafones sociales el blanco de ironía en esta obra de Arellano. Por un giro, la mofa se encauza a cuestionar la legitimidad estética: ¿esto es poesía? ¿Fantasmas de los grafitis de Basquiat? ¿Trazas de los ausentes atletas? Y en un poderoso fragmento, leemos:

éste no es un poema es una orden de restricción es los vientos alisios transformando la bahía es un consejo de guerra es un ignóralo todo es un nada me falta es la falda hasta las muñecas es su consorte y su consorta es la espalda baja es el hueso iliaco y mi mordida es tus labios de seda éste no es un poema es una zona restringida es un placer furioso es pura cobardía es una cuestión de tiempo es un armado en el vacío es la escarcha en mi ventana es la agonía de los tulipanes es la casa donde ardía es el montón de discos vacíos esto no es un poema es una cabeza de hidra es un fogonazo a mitad de la noche es un lémming buscando la salida de emergencia es un credo es una situación límite es el transporte público lleno de indigentes…

¿Es la poesía un sedimento de samo?
Y pienso, ruborizada, frente a un retrete conteniendo nenúfares, en los torsos de hombres negros y en el aprendizaje de idiomas; pienso en mi mesa con un revólver junto a la tetera, mientras los consejos y la masticación. Pienso que probablemente las voces del martillo sobre mi cabeza sean el único camino seguro para abandonar mi papel de plañidera de aquello que fue, es y será el arte.
Pienso que ustedes, como camino seguro, deben jalar la cadena, desechar mis palabras —la misma vieja mierda— y disfrutar de la lectura del gran libro de Arellano.

Presentación de Grandes atletas negros, de Luis Alberto Arellano. Luzzeta Editores, México, 2014.

 

  Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia, de A. Danto. Paidós, Barcelona, 1999, p. 35.

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