LIBROS / Pájaros picoteando el umbral / Ernesto Lumbreras

El soñado «otro» de Arthur Rimbaud lo experimentó, décadas antes, William Blake, quien encarnaría los espíritus de Dante, Milton, Swedenborg, incluso del mismísimo Jesucristo, a la hora de escribir sus poemas. En otra dimensión, Fernando Pessoa haría posible su otredad con un mecanismo de desdoblamiento múltiple en su persona poética. Entre los polos del misticismo y de la visión, o el de la máscara literaria y el de la ficción de personajes, la experiencia de hablar desde un yo extraño pero a la vez empático —o la proyección de ese deseo vía una estrategia retórica— no aspira a una mera aproximación del modelo. El quedarse, incluso en los límites de esa «sombra esquiva», implica un rotundo fracaso. Ser o no ser, ésa es la única cuestión. En ese ser en el otro, el contexto de referentes no legitima ni la empresa ni los posibles hallazgos. Algo más que mimetismo o literalidad, incluso, desde una tentativa antípoda, algo menos que verosimilitud se necesita para cantar o contar con otra voz, con otros referentes y desde otro centro discursivo.

     Más allá de toda estrategia de posesión o de desdoblamiento, el ser del poeta es otro sin importar que el tema o el argumento del poema se nutra de su biografía. Ese otro lo define una elección de la memoria impuesta por el pensamiento presente. ¿Desde qué ángulo, temporalidad o lente aspira a ser visto? El tránsito de la otredad de Medicinas para quebrantamientos del halcón, de Eduardo Chirinos (Lima, Perú, 1960), necesitó de un doble visado. El primero lo expide un pretexto literario: la encrucijada del poeta y canciller castellano Pero López de Ayala (1332-1407), encarcelado en los castillos de Leiria y Obidos por los portugueses. El segundo lo decreta una enfermedad —su sintomatología, su convalecencia, sus remedios— que estará presente a lo largo del volumen. En esos dos escenarios y circunstancia, no en paralelo ni de forma consecutiva, el presente de los poemas mezcla sus aguas con las del pasado cercano e íntimo del autor peruano y tiende, lejos de todo ornamento culturalista, una red de enlaces y enclaves con la obra y figura del vate castellano estudioso del arte de la cetrería. En esas coordenadas, el hospital y la prisión componen una trama de sentidos entre el afuera y el adentro, el cuerpo y el entorno. La enfermedad y la reclusión alojan entonces a dos huéspedes que sueñan, con distintos afanes, la aparición de una lima dentro de una hogaza de pan para evadirse de sus respectivas prisiones. Pero en tanto eso sucede, la conciencia del paso del tiempo se torna distinta: la recapitulación de otras edades abre sus esclusas y se trae al niño y al joven que se fue o se emprende un ordenamiento en todo su rigor de alguna pasión vital con el propósito de tornar amigables los demorados minutos, días, semanas, meses del encierro y del trastorno de salud.
     En la prisión, mientras esperan sus captores las treinta mil doblas por su rescate, López de Ayala escribe su Libro de la caza de las aves y Rimado del palacio; en el hospital, y en la convalecencia y en la recuperación, Eduardo Chirinos, con sobriedad anímica, lejos de todo tremendismo, escribe nuevas colecciones de poemas y recuerda, con una nueva percepción, sus pasos por la Tierra. La experiencia de la otredad en Medicinas para quebrantamientos del halcón no toca el entrecruzamiento de las biografías o el posicionamiento o suplantación de otra persona, en ambos casos la de Pero López de Ayala. Con la confluencia de variados símbolos, el de las aves y sus diversas sinécdoques, Chirinos acentúa su otro en el discurso mismo de la poesía, en el huésped de la enfermedad nunca mencionada por su nombre pero siempre sugerida con sutileza y sin melodrama y en la escritura carcelaria del poeta-canciller: «Escribo sobre animales / para olvidar mi cuerpo / para huir de mí».
     La libertad y el halcón, el cangrejo y la cárcel, el vuelo y el encierro, el viaje de la memoria y la encrucijada del presente son las «parejas pares» que acompañaban el tránsito del libro. Y, por supuesto, en ese discurrir, en ese trance vital y poético, no hay transacción alguna ni mucho menos tranza en lo que se dice y en el cómo se dice. En la bibliografía de Eduardo Chirinos, este libro posee «una luz no usada» en sus anteriores libros, no obstante que se conserva la armonía del ir y venir de la conversación, la mirada en torno de los hallazgos cotidianos, la senda vertical que también sabe de vértigos en su narrar lírico o el ámbito de cordialidad que levanta su decir y su no decir. Esa luz inédita aparecida en Medicinas para quebrantamientos del halcón se torna también penumbra inhóspita: disparo de claridad de un faro en la noche de tormenta. «La oscuridad es otro sol», escribió Olga Orozco para reafirmar otro verso suyo: «También la luz es un abismo». Bajo esa luz dialéctica, el mar de Homero es el mar de Válery; el tren que sale en 1973 de la Estación de Desamparados, en las afueras de Lima, arriba a la estación madrileña de Atocha en 1987, o el enigma de los pájaros que estudia un poeta castellano en la alta Edad Media lo asedia un poeta peruano que vive en Montana, Estados Unidos:

 

 

             Ayer llamó a la
puerta un cuervo. Dijo llamarse Olvido en
sánscrito y me aseguró que no era ningún
sueño. Estuve a punto de ahuyentarlo, pero
el cuervo estiró sus alas y dijo que volvería
más tarde. Cuando estuviera lista la cena.
Cuando me sintiera preparado.
 
Además de esa luz que no se sabe si va hacia la noche o viene de ella —luz de los sueños proféticos y de los encuentros con nuestros muertos—, se observa en la mayoría de los poemas del libro un corte de verso abrupto; a veces esos versos concluyen con un artículo o una preposición que corta el aliento. Ese quiebre versal impone un andar a tientas o un bajar y un subir por una escalera con peldaños asimétricos y en mal estado, una sensación de dar nuestro siguiente paso en el vacío. Ante esa precariedad del mundo es necesario deambular de manera sinestésica, estrategia de sobrevivencia que coloca al lector en el imperativo de Sor Juana del «Óyeme con los ojos» o en la certeza shakesperiana de «mis ojos ven mejor en pleno sueño». En esas latitudes de «oír con ojos es de amor talento» (otra vez Shakespeare), Eduardo Chirinos enrarece aún más la situación con el lujo de la ironía y nos cuenta en el poema «Incidente con perro en la calle Cinco»: «¿Qué quieres / ver esta noche?, pregunta el ojo. Y el oído / responde me gustaría ver una película muda».
En la poesía de Chirinos existe una predilección por el tratado, el álbum o almanaque, el bestiario, la biblioteca o las postales de viaje. En Medicina para quebrantamientos del halcón se dan cita la mayoría de aquellos afanes compilatorios, nunca con el tufo libresco, sino, como se ha anotado en el presente comentario, vía una feliz y propositiva confluencia de vida y escritura, de paisaje y presencia, de memoria y tránsito. Desde la publicación de sus Cuadernos de Horacio Morell (1981),la «inmensa minoría» de lectores de poesía tomó nota de que algo comenzaba sin necesidad de estruendos y piruetas en el Palacio del Lenguaje, algo como una piedra rodante que hace su camino —en diálogo con otras piedras rodantes— por los valles y montañas de la lengua castellana, ella misma constructora de sendas, pero también asiento y señal de viajeros, y, por qué no, talismán y escultura en el paisaje. Poeta cardinal de los nuevos rumbos de la poesía hispanoamericana, Eduardo Chirinos ha construido una obra que sólo la mala fe o la estulticia mayúscula pueden obviar, o reconocer en ella tan sólo méritos de la superficie.

Medicinas para quebrantamientos del halcón, de Eduardo Chirinos. Mesa Redonda, Lima, 2014.

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