La aparición del Minotauro / Mario D. Aguilar

La aparición del Minotauro. Variaciones irónicas y pesimistas en torno al tema de
los límites del espacio en
Novecento y El apando.

En medio del mar existe un país arruinado…
Infierno, canto XIV

MONÓLOGO CON UN GRANO DE ARENA

Es casi una advertencia: ¡el espacio es la humanidad! Existen de verdad los límites. ¡Los pájaros sólo vuelan en Creta! La eterna duda ¿dónde está la
circunferencia?
, desdichada, nos ha obligado a salir de ella sólo cuando nos hacemos la pregunta que a su vez la abarca… Falta sólo que, tal cual un campesino inglés, veamos el mar por primera vez en absoluto (o por mucho tiempo) y veamos ese ocre grano de arena que, sin ser infinito (ya que es ahora signo de muerte por excelencia), nos anuncia que tan pronto lo arrastren esas aguas jamás lo volveremos a ver y que, aun así, si lo encontráramos años después incrustado en una botella de cristal, no lo reconoceríamos. Es como el dialéctico pelo del cronopio, es como el cronopio en sí. Mirémonos a la cara, en verdad somos hiperbóreos. ¿Será el lenguaje, el espíritu, nuestra naturaleza, la irremediable y universal, seria e irrisoria promesa de nunca tornarnos cadáveres morales, físicos, del alma, naturales, seriales, probables, predichos, meticulosamente embalsamados, hogareños, encerrados, yacidos, pensados, temidos, satisfechos, vividos? La cárcel está allá afuera, los muros están allá afuera, son mi casa. Tal vez la pasión –me refiero a una propia del fuego– me permita unir a unos pocos. Un punto azul pálido.
    El maldito continente también es una isla. ¿Cómo podremos ahora retornar a Dios? Lo que buscamos es la salvación en la destrucción. El hombre desea muchas cosas, hermosas y asquerosas: volar sobre una planicie, quemar una iglesia, besar a una bella mujer cuando hay novelesca brisa en el ambiente, escuchar a un imbécil comunicarse, destajar a un animal para sus precios y productos; pero la cosa que fervientemente creo, y eso es la verdad, y eso aunque el hombre no esté consciente de ello o me contradiga y sea muy inteligente y experimentado y hasta ancestral, lo que creo que nunca, jamás, never evermore, desearía el ser humano para sí mismo es
                        ser
                                eterno.
    Éstas son mis conclusiones a las lecturas –que comenzaron de manera inversa de lo normalmente académico–, a este texto hace una cuartilla. Lamento el abuso joyceano de las yes, también la notoria ambigüedad de la pasada oración (la otra, la de antes del punto).
    Seamos hiperbóreos (fríos emocionalmente): Novecento quiso bajar del barco. Se sorprendió al saber de lo inmenso que era lo que no era él. No había corrientes salomónicas cartográficas, pocos pianos y una boca roja que comía cabrón; visitó un mundo que por antítesis le quitaría lo que alguna vez fue su Londres, su Nueva York, su Río. Nunca vería los (c)olores. Era mejor el imaginismo, a momificarse en aquel mundo egipcio, piramidal, como retornando de la hermosa tierra prometida, tan encontrada. No fue una decisión, T. D. Lemon estaba determinado desde que nunca escogió abordar después de nunca haber deseado nacer para una familia de muertos de hambre viajeros. Después de todo, no todos tienen la fortuna de decir que han vivido toda, TODA su vida en un suelo azulado que hasta te da el adjetivo, luego de algún tiempo católicamente determinado, que te denominaría como jesucrístico.
    El problema radica en encontrar las notas (las precisas 88) que permitan realmente formular la belleza. Lo más cómo sería teclear una constantemente, o dos, que sólo tuvieran distintas distancias entre ellas, un diferente ritmo, un beat que por sí solo es infinito, pero aún así el instrumento veda toda posibilidad de completar otro sonido. Novecento eligió el mundo por el mundo, por lo que está
fuera de él.
    Y he ahí a los monos, andróginos pero opuestos entre ellos, mientras Polonio los escruta subjetivamente desde su cuadro visual-celda en expresión semirrojilla. La constante graduación de un mundo limitado por el espacio es, afortunadamente, el más fatídico de los castigos en Revueltas. La posibilidad de salir es el peor castigo: su determinación es casi opuesta a la de Baricco. El hombre sufre porque ha estado en el mundo de allá afuera, porque es regido por monos que habitan ese mundo que de alguna manera es más indigno que el de adentro.
    El mono se denomina por existencia: un humano es mono. Polonio, Albino y el Carajo son singularmente pasionales, evitan ser otra cosa más que monos, o más aún, prosimios. La irremediable habilidad de poder ver en la noche, sin ninguna luz aparente para el ojo común, es el castigo para los lémures de Lecumberri. La luz de día martillaría sus vistas. El espacio puede ser ideal.
    En torno a la Tierra existe la Luna. nuestro martirio… sí, eterno. La nuca dela Luna asegura, afortunadamente, la existencia de un mundo desconocido, obscuro (como en antaño). La futilidad del ser humano es establecida por él mismo. Lo que conlleva a:
      

    Introducción: Por la eternidad no me gustan las despedidas; los límites
aseguran un final al final de la tercera cuartilla.

 

 

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