Hugo Boss* / Igor Marojevi

Una mañana nubosa, a finales de los años veinte, Hugo Boss cerró su pequeño taller de confección en Metzingen, en la calle Kronenstraße, donde vivía y trabajaba con su familia. No era un hombre típico de la época, ni el tipo de persona que se amolda a las circunstancias a cualquier precio. Los años veinte fueron un periodo en el que se pusieron de moda diversas baratijas de bisutería de América Latina y África, el aspecto femenino era más bien irresponsable, y el masculino castrado. Ya en 1924 Hugo Boss había empezado su carrera confeccionando faldas largas destinadas sobre todo a las obreras: personas aparentemente responsables. Por desgracia, en lugar de la indumentaria moderna pero digna que Boss les había ofrecido a las trabajadoras de su tiempo, ellas prefirieron otras faldas más baratas y cortas, cuya resistencia y duración estaban en relación directa con su longitud. Si Italia era una excepción donde la vanguardia viril había conquistado el trono social, en Alemania, en un momento dado, y gracias a la debilidad del espíritu local, ¡un artista como Hugo Boss llegó a estar al borde de la bancarrota!

Como si quisiese compensarlo por el malentendido y por la vida social al margen, llegó un tiempo en que los criterios políticos y estéticos por fin se armonizaron. Si no contamos ciertas épocas de la Roma antigua y a lo mejor la Grecia antigua —y de la Italia contemporánea—, los principios de los treinta eran los primeros momentos en la historia humana en los que las exigencias culturales más altas se abrigaron con gabán de fuerza. Un artista disfrutaba de la oportunidad de ser respetado, y sus negocios tenían derecho a florecer. El éxito de su empresa remodelada se debe a estas circunstancias sociales, y no al hecho de que el 1 de abril de 1931 Hugo Boss se alistase en el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (nsdap) con el número 508.889. Su afiliación al partido no se debía más que al hecho de que él mismo se consideraba un obernazi, un hombre que respetaba tanto al Canciller alemán que acudió a Obersalzberg a hacerse una foto con él para colgarla luego en una pared de su casa. Claro que si hubiese sido oportunista, la habría colgado en su oficina. Por otra parte, en su orientación política no era más que un metzingense estándar, pues en las elecciones de julio de 1932, en su pueblo natal, el nsdap logró más del cuarenta y cuatro por ciento de los votos, y el año siguiente ¡más del cincuenta y cuatro! Al enterarse de los resultados, el Canciller alemán gritó en las dos ocasiones: «¡Bravo, Metzingen!».
     A principios de 1931, y bajo un código secreto, como debió de hacer el resto de participantes, Hugo Boss mandó su proyecto al concurso público que se había anunciado para el diseño de los uniformes de las ss y de las Juventudes Hitlerianas (Hitlerjugend), «cuyo corte y color deberá representar, de una forma nueva y creativa, tanto la tradición aria como la serenidad», decían las bases. El jurado, compuesto por expertos, decidió otorgarle el proyecto a Hugo Boss, al considerar que los uniformes negros ss allgemeine eran inmejorables. Al margen de la dotación económica, el premio también convertía al ganador en proveedor oficial de estos uniformes, así como de los de la sa y la Wehrmacht. Dos docenas de obreros de Hugo Boss pasaron entonces a encargarse de la producción de los uniformes.
     Todo lo cual le creó varios problemas en Metzingen. Hasta el momento en que él se convirtió en el modista más importante del país, su pequeño pueblo no había dispuesto más que de un nombre famoso: Christian Friedrich Schönbein, descubridor del ozono. Sus incondicionales, que a lo largo de las décadas anteriores habían trabajado por difundir su fama, no se tomaron nada bien la irrupción de Boss en el panteón de celebridades locales, pues muy pronto le había ganado la mano al difunto químico. Y eso no era todo, el éxito de Hugo suscitó otro tipo de reacciones imprevistas y siempre negativas en el contexto cotidiano, pues su casa era cada vez más grande y más hermosa, y llegó al punto de comprarse una nueva en Kanalstraße, junto al río, unas quince veces mayor que las casas de los alrededores. El que sería el hogar de los Boss se construyó con hormigón, ladrillos y cristal, y en su exterior retozaban los jóvenes metzingenses durante la primavera y el verano, al amparo de unos setos muy bien podados, mientras lo más bonito que tenían los vecinos en sus patios traseros eran colecciones de leños más o menos ordenadas. Hasta la irrupción en escena del artista Hugo Boss, la obra de arte más destacada del pueblo consistía en las rústicas esculturas de botellas de vino y los racimos moldeados en madera. Como cualquier otro genio, Hugo Boss amplió el horizonte local, pero eso le creó muchos enemigos, aunque él no prestó mayor atención. En lugar de eso, todavía le hizo otro favor a su pueblo.
     Dado que centenares de poblaciones en la región comparten el mismo sufijo en sus respectivos nombres, resultaba imposible distinguir el nombre Metzingen de entre los muchos pueblos cercanos, incluso de los más grandes, como Reutlingen, Solingen o Tübingen. Sin embargo, en sus cada vez más frecuentes discursos públicos, en lugar de pronunciar Metzingen, Hugo Boss comenzó a decir Metzing. Los de los pueblos cercanos le imitaron, y empezaron a llamar sus lugares de origen comiéndose los sufijos, pero Hugo Boss había inventado esta moda lingüística, lo cual tuvo como consecuencia que el nombre de Metzing resultase mucho más reconocible que Reutling, Soling o Tübing.
     En 1934 ya se veía que Hugo Boss iba a lograr un gran éxito a nivel nacional, y que eso iba a proporcionar una gran influencia a casi todos sus gestos. El Der Völkische Beobachter, a través de un sistema de votaciones entre sus lectores, eligió su uniforme (allgemeine) negro como la prenda más hermosa de los últimos doscientos años. Pero si los votantes hubiesen tenido presente el uniforme más intensamente rediseñado, seguramente habrían optado por situarlo en primer lugar, relegando así el schnitt anterior del allgemeine al segundo, y los bordados, otro invento alemán, al tercer lugar de la clasificación de la ropa de los siglos xviii al xx. Con los cambios, el Boss renovado no perdió ninguna de sus características como uniforme, pero entró en un plano nuevo, convirtiéndose en una experiencia universal vinculada a la moda. Y es que también los civiles empezaron a comprarlos. A mediados de los años treinta no era infrecuente ver a algún que otro joven en un bar de Stuttgart, vestido con la camisa ss, sin grados, bebiendo capuchino, escuchando el profundo y conmovedor rumor de Wagner y leyendo un libro ideológicamente correcto. Con todo ello, en lugar de ocuparse de la cuenta bancaria que hacía unos años había tenido que cerrar en Metzingen con motivo de la liquidación de su antigua empresa, Hugo Boss abría su tercera cuenta corriente en un banco de Suiza.
     Pero si los años veinte no lo habían tratado demasiado bien, y de los treinta se puede decir que lo mimaron con devoción, el final de los treinta y el inicio de los cuarenta definitivamente le dieron la espalda. Muchas personas irresponsables obligaron a los soldados alemanes a deambular por paisajes plagados de árboles y manantiales, cárcavas y piedras: zonas más adecuadas para motocicletas, jeeps y tanques Mercedes y Porsche que para vehículos corrientes y ropa sofisticada. En gran medida, aquellos maravillosos uniformes negros tuvieron que ser sustituidos por otros menos solemnes y armónicos pero más prácticos: conjuntos completos de indumentaria de camuflaje de colores militares. Hugo Boss sufría. ¡Los uniformes negros prácticamente habían ido a parar a los archivos! A esta amargura había que añadir el recuerdo de aquella mujer en cuyas curvas se había inspirado Boss en los favorables años treinta para rediseñar los uniformes de riguroso negro que, ahora, ya sólo se usaban en público, en salones y palacios. (Muy pronto, el lector tendrá la oportunidad de seguir informándose sobre esta mujer, en este mismo periódico. Baste por el momento con apuntar que la relación de Hugo Boss y Karen Frost no era ningún engaño, tal como dicen las cada vez más cansadas malas lenguas de Metzingen —y no sólo de Metzingen—, sino el cumplimiento de un programa perfectamente legítimo para un ario y recomendado por las ss —y Hugo Boss era uno de sus miembros de honor—, a saber, hacer crecer la población aria procreando fuera del matrimonio con mujeres pertenecientes a familias de sangre limpia por lo menos desde el año 1750, y contribuir así al crecimiento de la raza de los übermensch, según el proyecto ss Lebensborn. Además, si Boss se hubiese comportado de forma inadecuada con la hija de Sigfried Frost y Else Müller, no habría quedado en muy buenos términos con ellos). Hugo Boss sólo encontraba consuelo en la decisión de los responsables del nsdap que le habían asignado el diseño y la producción del nuevo uniforme en colores militares. Un consuelo más: aunque uno de sus uniformes iba a reemplazar al otro, seguirían compartiendo las insignias.
     Pero el ejército de los ustachi croatas hizo un gran esfuerzo para que el uniforme negro todavía apareciese en la batalla. Mientras el esplendor de innumerables uniformes Boss palidecía en los almacenes y museos de moda alemanes, el nuevo amanecer bajo la frontera sur del Tercer Reich dirigía el foco hacia el nuevo uniforme negro, parecido al del Allgemeine. Aunque algunos periódicos locales y sus plagios se burlan de este homenaje. De ahí que no hace mucho el Poglavnik invitase a Hugo Boss a ndh para inspirarse, diseñar y confeccionar un auténtico uniforme Boss para su ejército. Así fue como Boss se trasladó a nuestra ciudad. Los ustachi están ansiosos por ver los resultados.
     Por todo lo dicho, vemos que la vida de Hugo Boss es rica y variada, como también lo es sin duda su carácter. A él, como a cualquier persona dotada de talento, el éxito le sirvió para expresar más fácilmente los aspectos menos obvios de su personalidad. A principios de los treinta, el éxito había mostrado a un Hugo Boss nuevo: una persona plácida pero alegre, inclinada al vino, la comida, la caza y la ópera: ¡un auténtico hedonista! Empresario justo, comerciante genial, un artista como pocos pero a la vez un hombre muy accesible. Todo aquel que tenga la oportunidad de estrecharle la mano notará las cicatrices en los dedos y las palmas de las manos de Hugo Boss. «Al principio, yo ayudaba a mis trabajadores a coser los uniformes. Así es como me hice numerosas heridas con la máquina Singer, y lo que es aún peor, muchas puntadas», dice Hugo Boss sonriendo. No es un hombre mimado en absoluto, lo cual no le impide ser muy divertido y estar lleno de compasión, ya que sufría mucho por los problemas que pasaba su examigo Adolfo Herold. Pero si no pudo salvar a su examigo, que había colaborado con los judíos, sí ayudó a su hijo, al que le facilitó la salida de Alemania rumbo a los Estados Unidos. A todas las mujeres de Polonia, Francia y Rusia que Hugo se vio en la necesidad de contratar debido al crecimiento de su negocio, también puede decirse que las salvó, pues abrió un comedor en su fábrica que les permitió dejar de alimentarse en el campo de trabajo cercano, donde, según palabras de Boss: «La comida parecía alimento para ganado, no era propia de seres humanos, nutriéndose con aquello nadie podría trabajar». También tenía que pagar los impuestos administrativos por su decisión de garantizarles un sueldo mensual a las obreras del extranjero, así como vacaciones anuales en su país de procedencia y dinero para gastos. De este modo, pretendía no hacer diferencias con los empleados alemanes, aunque eso supusiera incumplir la legislación laboral alemana. Conclusión: Hugo Boss también es un auténtico humanista. Pero, en este sentido, unos desmesurados moralistas le reprochan no haber empleado más que a ciento cincuenta personas indefensas, y no a cincuenta mil, tal como había hecho Herr Flick. No obstante, si es cierto que el señor Flick no tenía en cuenta los últimos momentos de las victimas colaterales de los alemanes, no hay gesto que pueda compararse con el hecho de haberles dado la oportunidad, a centenares de miles de seres humanos, de tener por imagen final en su agonía algo tan maravilloso como el uniforme militar Boss.

Traducción Del serbio De Isabel Núñez

 

 

*Fragmento de la novela Corte (Šnit, Laguna, Belgrado, 2007 y 2008; Schnitt,  Knjigomat, 2014, Zagreb).

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