Borges, Kafka: el sueño y la pesadilla / Luis Gusmán

Lo primero que quiero aclarar es que me he alejado de una figura que en este tema siempre está disponible: la alegoría. Sí, brevemente me he de referir a las coincidencias entre algunas afirmaciones de ambos, pero que nunca llegan a ser definiciones porque estos dos escritores, aunque con estilos diferentes, siempre se distancian de reducir la literatura a una definición.
     Tanto Borges como Kafka tienen un corpus sobre los sueños. De Borges tomé dos textos, el primero su prólogo al Libro de sueños, que es una recopilación a través del tiempo y en distintos registros de textos literarios y filosóficos; también de mitos, fábulas y leyendas históricas. El segundo es la conferencia titulada «La pesadilla», que es su exposición más extensa y orgánica sobre el tema, incluida en su libro Siete noches.
     En Kafka podemos citar una frase que aparece anotada en su Diario y que la imaginó como el comienzo de su novela El proceso. La frase es: «Josef K. soñó»; así como también la primera página de su Diario, que comienza con un sueño con la bailarina Eduardova; en ambos casos la referencia es para certificar la importancia que le concedía a los sueños.
     Con esto quiero decir que los sueños y las pesadillas ocupan un lugar importante en la obra de ambos. Tampoco me voy a referir al lugar que los sueños tienen en su universo ficcional o novelado. En Borges, no me refiero, por ejemplo, a su cuento «Ulrica», o a su poema «La pesadilla».
     Podemos decir que fue una diablura o una fatalidad de la lengua la que produjo la siguiente coincidencia. En la antología del Libro de sueños, en el sueño de Caedmon, transcripto por Borges, lo que importa es que Caedmon profetizó la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Podemos decir: durmiendo y soñando que se moría. Ese texto titulado «Caedmon» lleva la firma de Borges y a continuación está un fragmento de un sueño de Kafka bajo el título «Conviene distinguir», perteneciente a Cuadernos en octava, con fecha del ocho de febrero de mil novecientos diecinueve. El título otorgado al fragmento del sueño es justo, porque Kafka trata de distinguir el sueño del mandato. Dejemos la contigüidad en manos de los dioses o de los editores. Quizás el sueño de Caedmon pertenezca a esa categoría, para mí difícil de clasificar, de los sueños inventados por el sueño, como dice Borges. Tal vez, cuando sueño que estoy soñando y me despierto dentro del mismo sueño. Cuando formulo la manera «dispersa» o fragmentaria en que los sueños aparecen en la obra de Borges o de Kafka los quiero diferenciar de libros como los de Bertrand Russell —Pesadillas de personas eminentes—, o El diario de sueños, de Graham Greene. El caso de Greene es notable porque el autor cuenta que, siendo muy joven, llevó a cabo un análisis con un psicoanalista jungiano que le impuso como método que anotara sus sueños en un libro de contabilidad, esos libros de doble entrada. Del lado de la columna del debe escribía el sueño que había tenido, y del lado de la columna del haber las asociaciones que le imponía el sueño. Tenía un plazo: cinco minutos. Tiempo que el analista controlaba rigurosamente con un reloj de bolsillo. Un día, entre avergonzado y apenado, el joven Greene le confesó que no había soñado nada. Es posible que, para alguien tan concernido por la palabra y por la confesión, la tarea haya sido una pesadilla. El psicoanalista le respondió: «Entonces invéntelo». Podemos decir que de ese sueño no soñado nació un escritor llamado Graham Greene.
    
     Borges
     Lo primero que Borges indica es que hay distintas maneras de soñar. Como si uno dijera: según las épocas hay distintos soñadores. Por ejemplo, los sueños en la Edad Media eran entre alegóricos y satíricos, seguramente tenían que ver con cómo se interpretaban los sueños en ese periodo. En tiempos más modernos, sitúa, para mí inesperadamente, los de Kafka en continuidad con los de Lewis Carroll como «puros juegos». Es cierto que en Kafka hay más de un sueño en que él se detiene en los retruécanos del sueño y otros en los que le cuenta a su interlocutor las palabras que le han llamado la atención en el sueño.Voy a citar el punto de partida quizás más convincente para lo que quiero indicar. Es el ensayo de Borges sobre el Vathek, de William Beckford. El texto toma como punto de partida una broma que Oscar Wilde le atribuye a Carlyle, una biografía sobre Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel. Es decir, a partir de los sueños de un hombre se puede hacer su biografía. En otro fragmento del mismo ensayo, Borges afirma que «no es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra de los órganos de su cuerpo; otra de las falacias cometidas por él…». Es decir, no imagina la biografía como una totalidad: «Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y tan simplificada la historia, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido y casi infinito de biografías de un hombre, que destacan hechos independientes, y que tendríamos que leer muchas antes de comprender que el protagonista es el mismo». Ésta es la primera coincidencia entre Borges y Kafka respecto a los sueños: el lugar que tiene un sueño en la biografía de un hombre.
     La segunda coincidencia responde a la pregunta: ¿qué sucede al despertar? Borges mismo nos proporciona una respuesta: «Sucede que, como estamos acostumbrados a la vida sucesiva, damos forma narrativa a nuestro sueño, pero nuestro sueño ha sido múltiple y simultáneo». Pero al despertar —dice Borges—, nuestra memoria del sueño ya le puede dar a un sueño simple una complejidad que no tenía, que no le pertenece. Y agrega: «modifico los hechos, ya estoy fabulando».
     Tercera coincidencia:¿en qué espacio estamos cuando soñamos? Quizás, dice Borges, estemos en el cielo o en el infierno, y pasa del estar al ser: quizás seamos alguien, alguien de lo que Shakespeare llamó «la cosa que soy». Podemos agregar: la cosa que soy cuando sueño.
     El otro punto espacial de coincidencia con Kafka es el espacio teatral. Por lo tanto, el sueño es una especie de representación teatral. Para argumentarlo, Borges cita un ensayo de Addison en El espectador,en el que dice que el alma humana, cuando sueña desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio.
     También en su conferencia «La pesadilla», Borges afirma que los niños y los primitivos, al no distinguir bien entre la vigilia y el sueño, creen que el sueño es un episodio de la vigilia; al revés, los místicos postulan que toda la vigilia es un sueño.
     Cuarta coincidencia. Para Borges, la dificultad de los sueños reside en que no se puede acceder directamente a ellos, por eso habla de la memoria de los sueños. Quizás debió incluir su olvido. La deformación la incluye cuando cita a Carroll; ya suponemos sus palabras-valija, y que cuando despierto y lo recuerdo, ya estoy fabulando. Entonces Borges cita a Sir Thomas Browne, quien creía que nuestra memoria de los sueños es más pobre que la espléndida realidad. Pero, al contrario de la postura de Browne, los sueños pueden mejorar la realidad. Es posible que el suyo sea el contraejemplo, porque habitualmente se interpreta al revés. Entonces, ¿cómo cuento un sueño? Puedo estar fabulando, puedo olvidarlo. Ese poco de realidad del que hablaba Breton. Pero aquí viene la cuarta coincidencia entre Borges y Kafka, lo que sucede posterior al despertar: es que el sueño necesita ser contado: «posiblemente sigamos fabulando en el momento de despertarnos y cuando después lo contamos».
     Quinta coincidencia. Borges trata de situar el espacio entre el sueño y la vigilia después del despertar: «Si pensamos que el sueño es una obra de ficción (yo creo que lo es), posiblemente sigamos fabulando en el momento de despertar y cuando después lo contamos». El sueño, cuando lo vuelvo a contar, ya no es el mismo. En el prólogo al Libro de sueños, Borges afirma que tomar literalmente la metáfora de Addison supone aceptar la tesis, atractiva pero peligrosa, «de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Ya que esta tesis podría justificar la composición de una historia general de los sueños y su influjo sobre las letras».
     Borges, citando a Addison, dice que, de todas las operaciones de la mente, la más difícil es la invención; y aquí viene la afirmación borgeana que sitúa al sueño del lado de la ficción: «Sin embargo, en el sueño inventamos de un modo tan rápido que equivocamos nuestro pensamiento con lo que estamos inventando». Es decir, lo que en su ensayo «Indagación de la palabra» llamó «la fatalidad de la lengua, humilladoramente el pensar». En los equívocos de la lengua se inventa el sueño. A lo que podemos agregar: el trabajo de la memoria y el hecho de contarlo.
    
     La pesadilla
     Borges elige, para hablar de la pesadilla, la figura del íncubo, basándose en la pintura de Fuseli The Nightmare. El cuadro muestra a un íncubo sobre el pecho de una joven que está soñando en una posición abandonada y lujuriosa, poseída por ese demonio. También ese extraño ser da la idea de peso, cuya opresión sobre el pecho del soñante produce la pesadilla. Finalmente esa presencia ominosa no es más que un remedo del demonio, que toma la forma de un demonio masculino, descendiente de un ángel caído.
     Borges afirma que la pesadilla es una representación, creo que es por la importancia otorgada a la figuración en el cuadro de Fuseli.
     En el prólogo al Libro de sueños, Borges sitúa a la pesadilla como diferente del espanto, y de los espantos, capaz de infligirnos la realidad: «Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino, recordemos las voces intraducibles eery weird, uncanny, unhemlich. Cada lengua produce lo que precisa». Unhemlich, lo siniestro. Es decir, el sentimiento que nos produce cuando aquello que era familiar de pronto se vuelve extraño. Con este ejemplo, Borges anuda de manera ineludible la pesadilla a un fenómeno de la lengua. Y agrega, nightmare, el nombre inglés de la pesadilla, significa para nosotros: «la yegua de la noche».
     Hay otra vertiente —dice Borges— en que nightmare podría estar relacionada con Märchen. Con lucidez borgeana, con esa fatalidad de la lengua, Borges encuentra que la palabra alemana Märchen significa fábula, cuento de hadas, ficción. Luego prosigue en su búsqueda y dice: nightmare sería ficción de la noche. Otra vez un género anudado a la lengua.
     Por ese mismo camino, el laberinto de la etimología llega a la palabra Alp: «En alemán tenemos una palabra muy curiosa: Alp, que vendría a significar el elfo y la opresión del elfo, la misma idea de que un demonio inspira la pesadilla». Por la vía del Alp se acerca inesperadamente a Joyce, quien en  Finnegans Wake habla del laberinto night/maze y pesadilla es nigth/mare. Borges decía, a su vez, que sus pesadillas estaban pobladas de laberintos. Joyce decía que el Ulises era el libro del día y que Finnegans era el libro de la noche, del sueño. Recordemos que la novela cuenta la historia del re-despertar de su personaje: Finnegan. La famosa frase joyceana «La historia es una pesadilla de la que no podemos despertar» es el otro hilo en esa pesadilla que tiene un nombre: alp, Anna Livia Plurabelle.
     Resumo las coincidencias entre Borges y Kafka. 1) El aspecto biográfico del sueño; 2) el despertar; 3) en qué lugar estamos cuando soñamos; 4) la necesidad de contar el sueño; 5) el sueño es una obra de ficción.
     Que haya coincidencias no excluye encontrar en ellas diferencias en el tratamiento que Borges y Kafka hacen del tema.
    
     Kafka
     Primera coincidencia.En la relación entre los sueños y la biografía. En Kafka, tanto en su diario como en su correspondencia, los sueños no son un dato más. No sólo los anota, sino que escribe sobre ellos a sus corresponsales. En una anotación de su diario: «Escribir una autobiografía sería una gran alegría porque progresaría con la misma facilidad que la escritura de los sueños».
     Segunda coincidencia.¿A qué realidad me despierto de un sueño? Es una pregunta que, como vimos, atraviesa el recorrido borgeano sobre el tema, pero Kafka se hace una pregunta similar: «Luego me desperté, pero no había sido ni un dormir ni un despertar verdadero». Lo que Borges formulaba acerca de la confusión entre los sueños y la vigilia. Kafka prosigue hablando de su despertar: «Y desde ese momento, durante toda la noche hasta cerca de las cinco, sigo en ese estado durmiendo en realidad pero al mismo tiempo despierto por la presencia de vívidos sueños. Duermo de mi lado, por así decir, mientras yo mismo lucho con mis sueños… Cuando me despierto, todos los sueños me rodean, pero me cuido de recordarlos».
     Kafka se despierta a una realidad amenazante.
     Tercera coincidencia. En Kafka hay un espacio privilegiado de los sueños, que es el teatro. Sus sueños son una verdadera representación dentro de la representación. La obra representa en sueños el espacio escenográfico en que el soñante juega al mismo tiempo el papel de actor y espectador, y el del decorado: público y actores, plateas y escenarios se confunden. Kafka escribe en su diario el nueve de noviembre de mil novecientos once: «Soñado anteayer. Ocurría todo en un teatro, unas veces estaba yo arriba en el gallinero, otras en el escenario».
     Cuarta coincidencia. El sueño necesita ser contado. Se lo escribe a Felice en una carta: «¿Quieres entonces que te cuente el sueño viejo?». También en otra carta a la misma interlocutora: «Quiero contar sintética y superficialmente, aunque éstos sean sueños complicados y repletos de detalles que continúan amenazándome». Pero, ¿por qué Kafka necesita contar el sueño? En una carta a Milena —es el sueño que recopila Borges en el Libro de sueños con el título «Conviene distinguir»—: «¿Por qué comparas tu mandato interno con un sueño? ¿Acaso lo encuentras absurdo, incoherente, inevitable, irrepetible, fuente de alegría o de terrores infundados, incomunicables en su conjunto y, a la vez, ansiosos por ser relatados, como es precisamente un sueño?». El sueño no es sucesivo, no es narrativo, o en todo caso es otra narración diferente, más absurda, más inconexa, menos lineal. Pero, narrativo o inconexo, necesita ser contado.
     Quinta coincidencia. La comparación entre el sueño y la autobiografía es porque ésta progresa con la misma facilidad que la escritura de los sueños. O sea, los sueños son autobiográficos —no hay forma de que no lo sean— y pertenecen por lo tanto a un «género literario». Pero recordemos que Borges advertía que no se trata de una historia general de los sueños y su influjo sobre las letras.
    
     La pesadilla
     Kafka tiene sueños pesadillescos. Por ejemplo, el de un perro acostado sobre su cuerpo con una pata cerca de su cara. ¿Esta figura se parece por su opresión al íncubo de Fuseli? Lo que confirma lo pesadillesco del sueño es que al despertar hay un temor a volverse a dormir, cerrar los ojos y volver a verlo. También sueña con el torso de una mujer de cera que le oprime el pecho. Sueña que está durmiendo sobre un durmiente de las vías del ferrocarril y un tren le pasa por encima. Kafka cuenta otro sueño en que su cuerpo es despedazado por un ancho cuchillo de carnicero con una regularidad mecánica que nos recuerda el mecanismo de la máquina de La colonia penitenciaria.
     Creo que, de alguna manera, estos dos escritores le otorgaban al sueño un carácter ficcional. Un cuento oral o escrito fue inventado para ser contado. Un sueño fue soñado para ser contado. Pero creo que ambos le daban mucha importancia al espacio donde ocurría el sueño. En Borges, el sueño «La prueba», que recopila en el Libro de sueños: Coleridge vuelve con una rosa como la prueba material de que en su sueño verdaderamente ha atravesado el paraíso. El otro aspecto, la importancia concedida al despertar, bajo la pregunta de ¿a qué zona indefinida entre el sueño y la vigilia, a qué realidad, despierta el soñante? A partir de estas preguntas pude hacer confluencias y divergencias entre el universo borgeano y el kafkiano. Tal vez porque Kafka ha sido sometido a una lectura más pesadillesca de la realidad, mientras que sobre Borges ha pesado una lectura más laberíntica, ya que sus sueños han quedado más del lado del mito y de lo fantástico que de lo ominoso.

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