Tres años de lecturas italianas / Pablo de la Vega

 

Bocaccio, Dante, Luigi Pirandello, Italo Calvino, Alessandro Baricco, la difícil y estimulante lectura de El loco impuro, de Roberto Calasso, el intento fallido de leer a Claudio Magris en italiano: hasta hace tres años ésos eran mis conocimientos de literatura italiana. Mi interés no era suficiente para ir más allá.
    De repente, hubo un vuelco inesperado y la literatura italiana me atrapó. El detonador de mi interés fue Andrea Camilleri. El libro me lo regalaron en la Scuola per Librai Umberto e Elisabetta Mauri, donde tomé un curso. No veía muchas posibilidades de leerlo porque Camilleri no escribe en italiano, sino en una mezcla de italiano y siciliano. Le presté el libro a un amigo al que le gustaba este autor, y el día en que me lo regresó comencé a leerlo en el trayecto a casa. A las pocas páginas me di cuenta de cuán entendible era y de que la narración era bellísima. La pensione Eva no es una de sus mejores novelas, de hecho tengo la impresión de que la historia se cae a la mitad y que algunas de sus partes parecen incluidas de manera un poco forzada. Aun así, Camilleri me pareció un maestro, por lo que, tiempo después, volvería a leer otro de sus libros: Il gioco della mosca, un bello anecdotario formado a partir de frases, dichos y proverbios de Sicilia.
    Siguió una autora de excepción: Fleur Jaeggy, nacida en la Suiza italiana. No aprecié de inmediato el primer libro que cayó en mis manos: la novela Proleterka. Pasaron más de dos páginas, comenzaba a aburrirme, no estaba entendiendo la historia, pero llegué a una frase, me detuve, la releí y caí en la cuenta de que todo tenía sentido, de que la historia me estaba gustando, mucho más de lo que esperaba. Jaeggy escribe con frases cortas, aparentemente desconectadas unas de otras, bizarramente tristes. Al final el resultado es muy bello y profundo. Quizá sea Jaeggy de quien más libros he leído, además de Proleterka: las novelas I beati anni del castigo y La paura del cielo.
    19 es una novela que Edoardo Albinati escribió a partir de sus recorridos en el tranvía número 19 de Roma. En ella hace una serie de reflexiones autobiográficas y relata anécdotas que tuvieron lugar en los sitios que recorre. La novela es muy disfrutable para aquellos que conocen la ruta o que saben de Roma lo suficiente.
    Marco Lodoli es uno de mis escritores italianos favoritos. Lo conocí en persona sin saber quién era, sin haberlo leído. Si, para el día en que se presentó en las oficinas de la Casa delle Letterature di Roma, yo ya hubiera leído Crampi o Grande Circo Invalido me habría sentido feliz de poder intercambiar algunas palabras con él. Su estilo es difícil de describir: una especie de realismo imaginario (¿realismo mágico italiano?) que definitivamente me gusta mucho. Pienso que Lodoli merece reconocimiento internacional.
    Comencé a leer a Daniele del Giudice sin saber a lo que me enfrentaba (como después me sucedería con Gadda, ya muerto, y aquí sólo hablo de autores vivos). Recuerdo incluso que un colega me dijo: «Ah, escogiste a Del Giudice, quizá sea un poco difícil para alguien cuya lengua materna no es el italiano. Del Giudice es muy profundo, usa un vocabulario complicado y, en ocasiones, es difícil de entender». A Del Giudice muchos lo consideran un narrador filósofo, y no es para menos. Las historias de Mania me parecieron complejas, profundas y, algunas, de lectura poco sencilla, efectivamente, pero al mismo tiempo ricas, interesantes, atractivas.
    De Antonio Tabucchi conocía ya su fama. Hacía varios años había disfrutado viendo la película basada en su novela homónima Sostiene Pereira. Cuando leí Piccoli equivoci senza importanza (Pequeños equívocos sin importancia), en medio de una desesperante carrera para reparar mi vieja computadora que había sido destruida por un virus, entendí por qué es uno de los escritores contemporáneos con más prestigio. Me parece que su obra ya ha sido comentada lo suficiente, por lo que no me detendré en ella.
    Explosiva, profundamente sentimental e histriónica: Isabella Santacroce se puso una máscara para leer en el Festival delle Letterature di Roma, el encuentro literario que se celebra cada año al inicio de la primavera en las ruinas de la Basilica di Massenzio. Al día siguiente, un hombre nos abordó a una amiga y a mí para comentar la presentación de Santacroce la noche anterior. No era muy afecto a ella pero reconocía su originalidad y el hecho de que entre la juventud gusta mucho. Decidí leer Lovers, novela en verso en la que se narra la historia de dos chicas adolescentes que descubren distintas formas de amor. No soy afecto a la versificación, pero la novela logró capturar mi atención.
    Por mi casi aversión a los fenómenos de masas, por poco dejo de leer a Sandro Veronesi. Un querido amigo, joven editor italiano, me había regalado uno de los libros más hermosos que he leído: Il deserto dei Tartari (El desierto de los tártaros), de Dino Buzzati, fallecido en 1972. Gracias a su recomendación le di una oportunidad a Veronesi, ganador del Premio Strega 2006, y experimenté gratísimas horas de lectura con las novelas Gli sfiorati y Caos calmo. También estuve a punto de desechar uno de los fenómenos editoriales más sonados de Italia de los últimos años: Tre metri sopra il cielo (Tres metros sobre el cielo), de Federico Moccia, una historia sobre adolescentes y para adolescentes que en muy poco tiempo se convirtió en un enorme éxito de ventas y luego en una de las películas más vistas. El autor estuvo tratando de colocar su obra en distintas editoriales pero, como ocurre en muchos casos, fue sistemáticamente rechazado. Inge Feltrinelli relató, en el Foro de Editores y Profesionales del Libro de la fil 2006, cómo fue que su editorial descubrió a Moccia y cómo en poco tiempo había vendido ya una infinidad de ejemplares. Debe de ser complicado escribir para los adolescentes, pero Moccia lo logró. No podría colocar la suya entre mis obras favoritas. Me parece que en ocasiones sus frases no son afortunadas y que en otras raya en lo cursi, pero también que supo encontrar con maestría los temas centrales de los adolescentes italianos de principios del siglo xxi. Su lectura bien vale la pena.
    Mención especial merecen dos apasionados de México: Pino Cacucci y Valerio Evangelisti. Del primero sólo he leído la divertidísima y bien contada San Isidro futbol y el recuento novelado de algunos de sus viajes por México, La polvere del Messico, en la que, con muchísimo cariño y con una mirada aguda, retrata las idiosincracias mexicanas, la fascinación de los paisajes y la grandeza de una cultura que lo envolvió desde la primera vez que puso pie en estas tierras. Pino ha dicho que quiere tanto a México que si no viene con frecuencia se siente incompleto. Evangelisti de plano tiene una casa aquí; ha escrito, entre otras obras, una saga de novelas ambientadas en la Inquisición, y una titulada Il collare di fuoco, que se desarrolla en la segunda mitad del siglo xix en nuestro país. Me parece que es una de las visiones más equilibradas de la historia de ese período.
    Gustavo, de Carlo Bordini, me aburrió un poco. No demerito su estilo original para escribir, pero me pareció que la descripción del proceso que lleva a la locura al personaje principal es, en ocasiones, forzada. La bestia nel cuore, de Cristina Comencini, después llevada al cine, narra la historia de dos hermanos que fueron abusados sexualmente por su padre cuando niños. Con un claro y emotivo mensaje al final del libro, Cristina Comencini cierra esta novela sobre un tema recurrente en los últimos lustros. Muy diferente es Mai sentita così bene, una novela de mediados de los años noventa escrita por Rossana Campo, que describe una divertida velada entre varias amigas italianas que viven en París. Superficial en los diálogos, de lectura ligera, es un buen retrato de época y una lúdica manera de pasar el tiempo.
    Corrado Augias es periodista y, entre otras cosas, ha escrito libros donde narra secretos escondidos en lugares cotidianos de las ciudades donde ha vivido. I segreti di Roma me recordó el significado del lugar en el que vivía y me llevó a encontrar una pasión por Roma que no habría sospechado antes. I segreti… es uno de esos libros que cayeron en mis manos fortuitamente; recuerdo que, incluso, el autor lo firmó y alguien nos tomó una fotografía; yo no tenía idea de quién era él, asunto que divirtió a mis compañeros italianos.
    Hace varios años vi una película italiana que se llamó en México El pozo, que me gustó muchísimo por lo bien narrada, la magnífica fotografía, la profunda emotividad y las estupendas actuaciones de los niños protagonistas. Hace poco terminé de leer la novela que dio origen a la cinta: Io non ho paura, de Niccolò Ammaniti. No sabría decidir cuál prefiero.
    Occhi sulla graticola, de Tiziano Scarpa, narra una ingeniosa historia de amor que no pudo ser, entre un estudiante de literatura rusa y una diseñadora que trabaja pintando genitales a los personajes de historias manga japonesas, publicadas por una editorial italiana que desea satisfacer las expectativas de sus lectores. El amor de Alfredo por Carolina nace un día en que ella es atacada por una terrible diarrea mientras viaja en barco por el Gran Canal de Venecia, después de haber realizado con su abuelo-amante un ritual shrank-prakshalana de purificación. Desesperada por la vergüenza que le causa su situación y las miradas de las personas que viajan con ella, se lanza al agua. Él detrás de ella para rescatarla.
    Carmine Abate proviene de una población de origen albanés en el sur de Italia. Muchos de sus escritos hablan de temas migratorios. La moto di Scanderbeg no es la excepción. Narrada con profunda belleza, la novela retrata la constante búsqueda de identidad de sus personajes principales, ambos oriundos de la misma región donde el autor nació.
    Alberto Arbasino es uno de los grandes escritores italianos del siglo xx; quizá su obra maestra sea la monumental Fratelli d’Italia. Por lo voluminoso y pesado del libro (con el consiguiente problema de transportación junto a todos los demás volúmenes) me decanté por La bella di Lodi, escrita a principios de los años setenta, en un estilo narrativo que me pareció cinematográfico, y que nos platica una previsible historia de amor entre un mecánico y una bella chica de clase alta en la Lombardía de aquella época.
    Ésta es parte de mi historia de lector de literatura italiana. Lo he sido sin mucha asesoría, disciplina ni sistema; mis lecturas han sido intuitivas, viscerales. Así me he perdido algunas grandes obras de los grandes y he leído alguno que otro olvidable. Pero también me he topado con excelentes narradores sin saber que lo eran, algo que me alegra mucho cuando sucede.

 

 

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