*** / María Fernanda Cortés Carrillo

Preparatoria 10 / 2013B

¿Qué voy a hacer con todo el tiempo de sobra? Ahora que me encuentro sola, todo me parece tan lejano.
Estoy tratando de dormir, mas no lo consigo, porque es justo en este momento, en el ocaso, cuando recuerdo todos los malos momentos.
Todo se ha ido por la borda, se ha derrumbado ante mis ojos, no creo poder tener la suficiente fuerza para seguir peleando, no.
Bien sé que de alguna manera yo lo ocasioné, tal vez no luché lo suficiente, probablemente me rendí de forma apresurada, no di lo mejor de mí.
Pero ¿por qué tengo que ser siempre yo la que ponga todo de su parte? ¿Es necesario que yo sea la que salga cansada cada vez que lo intento? No lo creo. ¡Ya no puedo!
Por más que me digan que siga, no va a ser fructífero si no ponen de su parte, si únicamente soy yo la que se esfuerza, y sinceramente no le veo beneficio alguno a todo esto.
Aunque, eso sí, por más que sufra, no voy a permitir que la desesperación me derrote, sé que aún hay algo más por lo que debo seguir adelante; tal vez no hoy, pero seguro mañana sí. Tantas lágrimas derramadas me hacen pensar que nada va a cambiar, sin embargo, aún tengo fe. A partir de hoy veré por mis propios intereses, y aunque el cansancio sea excesivo, podré salir de esto, pero por el momento me retiro, ya no hay nada en absoluto por hacer.
Tanto tiempo de sobra y no tengo idea de en qué invertirlo… ¡vaya desperdicio!

"Sin duda el mejor momento del día", exclamó Santiago al voltear hacia su ventana y percatarse de que era justo el atardecer. No se sabe por qué le fascina mirarlo, no lo quiere revelar, pero toda su alegría se ve reflejada únicamente cuando su mirada se enfoca hacia los últimos rayos del sol. Lo espera con ansias, pide no ser molestado cuando lo ve, y solamente yo, que soy muy apegada a él, sé por qué le produce tanto éxtasis. Aún recuerdo el día en que le pregunté, con un tanto de ingenuidad, el misterio de ese ocaso. Volteó con los ojos llenos de lágrimas, una de ellas resbalaba por su mejilla y brillaba con un rayo de sol que la atravesaba, y me dijo de la forma más tierna y sincera de todas: "Porque en cada crepúsculo del día recuerdo el rostro de mi padre, que fue el que forjó lo que hoy en día soy". Aún se me enchina la piel al recordarlo. Por supuesto, jamás pienso olvidar ese momento; hoy que lo veo adulto, me percato de que para mí siempre será aquel adolescente añorando el regreso de su padre. Pero es inútil, porque el padre falleció hace ocho años.

 

 

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