Feliz día / Juan Horacio Márquez Costilla

Preparatoria Regional de Lagos de Moreno / 2013 B

Recuerdo aquel hermoso día de mi cumpleaños… por fin cumplía 18. Toda mi familia y amigos estaban en la sala, algunos bailando, otros comiendo, otros más dejaban regalos en la mesa. Eran como 200 personas y de todas ellas los únicos rostros que lograba reconocer eran los de mis padres, 250 personas, más y cada vez más… era como un mar de cabezas parlantes.
     Estaba feliz, era mi cumpleaños y todas esas personas venían a verme sólo a mí, a darme un abrazo sin ni siquiera conocernos. Podía ver a mis vecinos, jugaban en la calle y reían, sin invitarme. A mis compañeros de la escuela, los que siempre me decían que no era de su clase pero se peleaban por mí para hacer equipos y trabajos. Todos estaban ahí, yo cumplía 18, era hermoso, pero cada vez llegaba más gente. Ahora eran como 350 en mi pequeña sala de 1.5 X 2 metros. Todos reían y no conocía a nadie. Busqué por todos lados a mis padres pero no los encontré, ya eran más de 400 personas en mi sala, ya no soportaba, llegaban más y más. Necesito aire, no puedo seguir aquí, están llegando más, quiero que todos se vayan. Ni siquiera sé qué hicieron con mis padres, no lo soporto.
     Nunca en mis pasadas fiestas había llegada tanta gente, siempre estaba solo, era un chico solitario, triste y gris. El chico del rincón, el que nadie quería ver, el que ni siquiera tenía payasos en sus fiestas, porque se aburrían al ver que el único niño era yo. Siempre he sido raro, el tonto de los tontos, nadie quiere a un nada, todos en contra de él, nadie soportaba tenerlo a su lado. Recuerdo que mis ojos se humedecían, al igual que están ahora con ganas de gritar pero no pueden, con ganas de salirse de su lugar pero no pueden, están clavados a él como yo clavado en el suelo. Algunas veces quise volar como las aves y ser libre. Ojalá fuera libre ahora, pero no lo soy, hay más de 856 personas en toda mi casa, estoy harto, quiero que todos se vayan de mi fiesta, de mi casa y que me digan qué hicieron con mis padre. ¿De dónde sacan tanta comida? No creo que de la poca que mi madre hizo, estoy seguro que esa carne es de alguien que no es un cerdo, tal vez sean mis padres que ya están muertos, nada de esto me puede estar pasando a mí, no, no me puede pasar esto, sobre todo en este día, lo esperé con ansias. Recuerdo las lágrimas de mi madre y las palabras de mi padre, “eres todo un hombre”, pero ahora dónde están, no los veo, hace dos horas que los perdí de vista, ni siquiera recuerdo si el cabello de mi madre es rubio o castaño, tampoco el color de ojos de mi padre. ¿Qué está pasando? El reloj sigue corriendo, el tiempo sigue pasando, todo da vueltas, cada vez llega más gente a mi casa, creo que lo mejor es que deberían irse de aquí, pero ¿cómo?, no puedo correrlos a la fuerza, mi madre me ha dicho que eso es muy descortés, tampoco puedo llamar a la policía para que los saque si no han hecho nada malo, debo pensarlo, debe de haber una manera de que se vayan y me dejen buscar a mis padres para largarnos de esta maldita ciudad llena de recuerdos oscuros y podridos, a los que no quiero volver en mi vida, en mi triste y gris vida, de cual no me enorgullezco porque nunca fui feliz en esta vida y no sé si hay vida después de la muerte, pero, si lo hubiera, igual sería gris, nunca cambiará lo que ha sido y fue porque todo es gris y el gris no forma parte del arcoíris de la vida, y no quiero formar parte de la sociedad de estas personas que se han comido a mis padres porque no había suficiente comida en mi fiesta de cumpleaños, todo porque no han podido esperar para irse de casa y poder comer ahí y por eso han asesinado a mis padres. No lo soporto más, esto debe terminar de una vez por todas, deben de irse de mi casa. Pero no sé, yo… ¡El matarratas! Recuerdo que en el sótano mi madre guarda el matarratas y, si actúo rápido, llegaré a tiempo antes de que se coman el pastel.
     El sótano es obscuro, muy, muy obscuro, está lleno de telarañas que ni el tiempo hace más viejas, ningún motivo las hace viejas, ahí han estado siempre, nunca se han quitado ni se quitarán, son como yo, nada ni nadie puede hacerme feliz, nadie puede cambiar el pasado para arreglar el presente, sólo yo puedo, pero no haré el intento, sólo quiero salvar a mis padres de esas malditas personas. Creo que hay suficiente matarratas para llenar el pastel de cinco pisos que mi madre hizo con sus propias manos. Mi fiesta… Bajo por las escaleras, todos me ven y aplauden diciéndome “feliz día”. Feliz día para ellos, por fin van a descansar en paz. Algunos dicen que más allá de la razón está el cielo o el infierno, y yo quiero que todas estas personas vayan a echar un vistazo al infierno que yo mismo estoy viviendo ahora. Mis padres no están. Rocío el matarratas en el pastel y empiezo a servir en los platitos de porcelana que mi padre compró especialmente para la ocasión. Termino de servir y todos empiezan a comer, ojalá les guste, porque mi madre lo hizo, ella no sabe de repostería pero aprendió para este día. Todos han empezado a tirar los platos al suelo, algunos se quiebran y otros simplemente se estrellan; se ponen las manos en el cuello, apretándolo un poco, mientras sus ojos se ponen rojos y gotean levemente; caen al suelo y se retuercen rogando piedad, rogando vivir, después de haber robado la vida de mis padres. Me alegro, esos miles de personas que estaban en mi casa ya están muertas, ninguna se mueve ni respira, todas quietas como si fueran soldados, tiradas sin fuerzas. ¡Me alegro! Camino entre los cuerpos inmóviles para subir al segundo piso, recuerdo que no busqué en mi habitación, así que subo y abro la puerta, no hay nada, ni nadie, sólo un vestido blanco lleno de azahar, con perfume a lilas, hermoso y empalagoso a la vez.
     Escucho un ruido y me parece oír el chiflido de mi padre, bajo rápido las escaleras y paso por los cuerpos, veo que en la puerta hay un hombre de negro parado con una rosa roja en su traje, lo abrazo y le susurró al oído “feliz día”, salgo corriendo y riéndome de lo tonto que fui, me di cuenta de que ésa no era mi fiesta de cumpleaños, sino la boda de mi vecino, me di cuenta que no cumplía 18 sino apenas 13. Veo a mi padre esperar en la puerta de mi casa y lo abrazo, hecho otro vistazo a la casa de mi vecino, ojalá y le guste el sazón que le di a su pastel.

 

 

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